«Identificación, captura y destrucción sistemática de las embarcaciones utilizadas por los traficantes de personas, desmantelamiento de sus redes, confiscación de sus bienes.» Esa es la tarea de la misión PESD (Política Europea de Seguridad y Defensa) que debe preparar la Alta Representante de la Unión Europea, Federica Mogherini.

La tarea está clara. Lo que está por saber es cómo realizarla. Y es inútil compararla con otras misiones, como la misión Atalanta, oficialmente dirigida contra la piratería en el área del Cuerno africano con la participación de la marina de guerra italiana. En esta última, desarrollada en el Océano Índico, el objetivo era impedir que frágiles embarcaciones, con unos pocos individuos armados a bordo, fuesen utilizadas para asaltar barcos mercantes. En el Mediterráneo, el objetivo sería detectar y destruir embarcaciones en los puertos libios antes de que los traficantes de personas lleguen a utilizarlas… o capturarlas si ya están en alta mar.

 Primer problema: ¿Cómo diferenciar, mientras están en puerto, las embarcaciones de los traficantes de personas y las embarcaciones que realmente se usan en el comercio y la pesca?
 Segundo problema: admitiendo que algún drone o satélite permita identificar una embarcación de traficantes de personas cuando aún está en puerto, ¿cómo destruirla? ¿Con un drone portador de misiles, como el drone estadounidense que mató a un cooperante italiano en Pakistán, o con un cazabombardero Eurofighter Typhoon, que provocará una masacre de civiles? ¿Con fuerzas especiales que desembarcarían de noche desde un submarino y que tendrán que enfrentar la resistencia de milicias armadas? Y si la embarcación se hace a la mar cargada de refugiados, ¿cómo bloquearla con un navío de guerra sin provocar una masacre?
 Tercer problema: ¿Cómo desmantelar la red de traficantes de personas sin enviar fuerzas militares al territorio libio?

A falta de respuesta a esos problemas, la misión PESD, anunciada con bombo y platillo, ha de convertirse en una «Armada Brancaleone» condenada al fracaso.

Pero quizás sea precisamente ese el objetivo.

Si la misión PESD acaba metiéndose en dificultades, la OTAN está lista a «socorrer» a la Unión Europea. En febrero pasado, el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg advirtió en Roma que «la deterioración de la situación en Libia podría traducirse en nuevas amenazas contra la seguridad europea» y que «la OTAN debe estar lista a defender a cualquiera de sus aliados ante esas amenazas». Así que anunció que a partir de 2016 comenzará a funcionar en Sigonella [Italia) el nuevo sistema AGS (Alliance Ground Surveillance) que permitirá vigilar, con drones Global Hawk y por otros medios, todo el territorio que va desde el norte de África hasta el Medio Oriente para prestar apoyo a las operaciones de la OTAN, fundamentalmente a las de la «Fuerza de Respuesta».

El primer ensayo será en Libia, donde «la situación está fuera de control», según dijo Stoltenberg, sin mencionar que fue precisamente la OTAN quien destruyó el Estado libio pero afirmando que «la OTAN está dispuesta a apoyar a las autoridades libias».

La misión PESD es por lo tanto el preludio de una nueva operación de la OTAN, operación que se justificará invocando la hecatombe de refugiados en el Mediterráneo para crear un estado de opinión favorable a una intervención militar directa en Libia. ¿Y por qué no organizando un desembarco de cooperantes y humanitarios, transmitido por televisión al mundo entero, en el marco de una «iniciativa humanitaria extraordinaria» que, en vista del caos reinante en el país, tendría que desarrollarse bajo la «protección» de los militares.

El verdadero objetivo de tal operación sería crear en Libia una cabeza de playa ocupando las zonas costeras más importantes, no sólo por sus recursos energéticos sino por su posición geográfica entre el Mediterráneo, África y el Medio Oriente.

Fuente
Il Manifesto (Italia)

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio