Chuck Hagel, nombrado inicialmente para aplicar la política de Barack Obama, se niega a seguir la deriva política del presidente y ha preferido dimitir.

En lo que respecta a la política de seguridad nacional, no queda más remedio que decir que la administración Obama ha perdido la brújula. En mayo de 2013, la Casa Blanca desmanteló el Consejo Consultivo Presidencial en materia de inteligencia, sin renovarlo, y esta misma semana se deshizo de su fiel Secretario de Defensa, Chuck Hagel. Pero lo más importante es que la Casa Blanca sigue posponiendo la publicación de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional, doctrina que –según estipula la ley– tenía que haberse presentado al Congreso hace ya 7 meses atrás.

Si bien existen directivas claras en materia de objetivos a largo plazo (impedir el desarrollo económico de Rusia y China) y sobre los medios para lograrlo (trasladar al Lejano Oriente las tropas estadounidenses estacionadas en Europa y en la región del Golfo), también es cierto que nadie sabe cuáles son los objetivos fijados ni lo planeeado frente al estado actual del mundo árabe.

Parece como si en 2010 la «primavera árabe» —planificada desde hacía mucho tiempo por el Departamento de Estado para poner a la Hermandad Musulmana en el poder por todos lados dentro del mundo islámico— hubiese sido una sorpresa –al menos en parte– para el presidente Obama. Al igual que el cambio de régimen en Ucrania en 2013.

Hoy en día, una parte del aparato estatal de Estados Unidos está luchando contra el Emirato Islámico —mientras que al mismo tiempo— la otra parte de este mismo aparato estatal estadounidense apoya al Emirato Islámico y combaten juntos a la República Árabe Siria.

Chuck Hagel, quien recientemente pidió por escrito una aclaración de la situación a la consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, no sólo no obtuvo respuesta alguna sino que además se ha visto prácticamente expulsado de su cargo sin ninguna explicación.

Es verdad que Hagel nunca logró imponerse a la burocracia del Departamento que dirigía. Pero nadie dudaba ni de su buen juicio ni del apoyo que gozaba entre los oficiales superiores. Antes de llegar al Departamento de Defensa, Hagel se había pronunciado contra la guerra de Bush W. Jr. en Irak y al ser nombrado Secretario de Defensa se dio a la tarea de reposicionar las fuerzas estadounidenses en función de los objetivos e intereses nacionales del país, en vez de seguir –como sus predecesores– a objetivos que corresponden más bien a intereses privados.

Los favoritos para remplarzar a Chuck Hagel eran dos, el senador Jack Reed y la señora Michele Flournoy, pero ambos tiraron rápidamente la toalla. Porque comprendieron que Chuck Hagel no había sido dado de baja por haber cometido algún error sino precisamente por haber aplicado la política que le había encomendado el presidente Obama. El resultado es que las miradas se vuelven ahora hacia personajes secundarios: Bob Work y Ash Carter.
En todo caso, no bastará con alcanzar la nominación. También habrá que obtener el visto bueno del Senado –actualmente con mayoría republicana– lo cual no dejará de resultar complicado.

La prensa especializada hace un extraño y equívoco retrato del secretario saliente. Admite que es un tipo honesto –cualidad bastante difícil de encontrar en Washington– para afirmar de inmediato que no hizo gran cosa. Pero el papel de Hagel, según se definió en el momento de su nominación, era precisamente no emprender nuevas guerras y reformar el Pentágono. Lo cual había empezado a hacer. En primer lugar, cortó bastantes vínculos entre las fuerzas armadas de Estados Unidos y las de Israel. Después realizó colosales cortes presupuestarios, a excepción del sector nuclear. Durante su mandato fue constantemente blanco de los ataques de los pro-israelíes, los neoconservadores y las organizaciones gays –financiadas por estos últimos.

La confusión reinante en la política estadounidense hacia el mundo árabe se ha prolongado desde mediados de 2012. En aquel momento, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton y el director de la CIA David Petraeus aprovecharon la campaña electoral previa a la elección presidencial para respaldar una segunda guerra contra Siria, a través de Francia y de Qatar. Después de ser reelecto, Obama se deshizo de esos dos «colaboradores» y nombró una segunda administración cuya misión consistiría en hacer la paz con Siria. Pero al cabo de unos meses se hizo evidente que la política del tándem Clinton-Petraeus seguía aplicándose y activa, incluso a espaldas de la Casa Blanca y en contra del Pentágono.

Está claro que ya no es el presidente Obama quien da las órdenes, como tampoco las daba en su tiempo su predecesor, el tristemente célebre George W. Bush Jr. Y todo hace pensar que poco a poco Obama está alineándose con la política secreta de su propia administración, una administración que evidentemente no controla.

Así que el hombre que había anunciado el fin de la disuasión nuclear, el fin de la guerra en Afganistán y en Irak y el abandono de la guerra contra el terrorismo, está haciendo exactamente lo contrario: está modernizando y desarrollando el armamento nuclear, enviando nuevamente soldados a Afganistán e Irak y está reactivando el gastado concepto de «guerra contra el terrorismo».

La eliminación de Chuck Hagel como Secretario de la Defensa de los EEUU no es por tanto un castigo por lo que ha hecho sino la prueba del cambio que viene operándose en el presidente Obama.

Queda por entender y descifrar cuáles son las fuerzas en las que se apoyan la señora Clinton y el general Petraeus, que son las fuerzas que acaban de triunfar. ¿Es el Estado profundo o se trata de actores económicos?
Resulta evidente que la prensa comercial de Estados Unidos no entiende nada de lo que está sucediendo y es incapaz de explicarlo, ni siquiera logra analizar lo que está pasando y mucho menos podrá contestar a la pregunta formulada en este mismo párrafo.

En definitiva, las cancillerías del mundo entero están a la espera de nuevos elementos que les permitan llegar a algún tipo de conclusiones.

Mientras tanto, en el terreno, el Pentágono bombardea al Emirato Islámico mientras que otras agencias estadounidenses garantizan armas y financiamiento… ¡al Emirato Islámico!

En Estados Unidos, al igual que en Francia, los presidentes vienen, pasan y cambian sin lograr influir sobre los acontecimientos. Poco importa que el presidente de turno sea el demócrata Obama o el republicano Bush en los EEUU; que sea el derechista Sarkozy o el socialdemócrata Hollande en Francia. La máquina sigue funcionando inexorablemente, sin que nadie sepa quién define su funcionamiento.