El autor de Río Fugitivo y La materia del deseo publicará próximamente un libro sobre Alcides Arguedas, del que reproducimos en seguida un fragmento.
El escritor paceño Alcides Arguedas (1879-1946) apareció en un escenario cultural obsesionado por la búsqueda de los elementos esenciales de la identidad nacional, de las causas profundas de la inestabilidad republicana. Junto a él, intelectuales como Bautista Saavedra, Jaime Mendoza y Franz Tamayo intentaron respuestas marcadas por los tres factores principales identificados por el pensamiento determinista del francés Hyppolite Taine (race, milieu, moment), en la mayoría de los casos con clara preponderancia del factor racial [1]. El problema era que, después de Mohoza, estaba claro que para los intelectuales era imposible postular el mestizaje como elemento cohesionador de la nacionalidad. Lo mestizo adquirió una connotación negativa -lo cholo-, y, como señala agúdamente la historiadora Marta Irurozqui, las definiciones de la identidad nacional quedaron suspendidas entre una utopía (el mestizaje) y una fatalidad (lo cholo). («A bala, piedra y palo», 118).
En el caso de Arguedas, los prejuicios raciales venían acompañados de un cuestionamiento de los triunfos del proyecto oligárquico, en el contexto histórico negativo de los primeros años del siglo: la guerra civil de 1899, Mohoza, la derrota en la guerra del Acre con Brasil y el tratado desfavorable con Chile en 1904, por el cual Bolivia renunciaba a la salida al mar a cambio de compensación económica. El cuestionamiento de Arguedas no se refería a la limitada democratización de la esfera pública, sino a la forma casi exclusivamente material con la que parecía entenderse la idea del progreso. Aunque Arguedas reconocía que este proyecto había producido cambios notables en la nación, tales como la vinculación de algunas regiones a través del ferrocarril, su crítica se debía al hecho de que estos cambios no atacaban la raíz del problema: la necesidad de una «regeneración» del país a partir de una revolución moral en el sujeto boliviano. Sin un cambio en las costumbres que permitiría la construcción de un nuevo sujeto boliviano, el país jamás alcanzaría la modernidad.
Arguedas había leído a pensadores de la degeneración como Gustave LeBon antes de su primer viaje a Europa en 1903. Sin embargo, fue este viaje el que solidificó su visión del problema nacional. Su paso por España y su contacto con los regeneracionistas españoles (Altamira, Ganivet, Maeztu, Costa), dedicados a explorar las causas profundas de la crisis de España, lo convencieron de su misión. En el lenguaje médico-biológico de la época, que concebía a las naciones como organismos, Arguedas, como tantos otros intelectuales hispanoamericanos del período [2], sería el doctor encargado de diagnosticar los males del «pueblo enfermo» y proponer una «terapeútica» [3]. Esta misión intelectual era ambiciosa, pues Arguedas consideraba su análisis del «pueblo enfermo» como una contribución no sólo al análisis del continente hispanoamericano sino también al de países que, «libres de mescolanzas europeas», tenían problemas debidos al «clima, la educación, la herencia»:
Cumplo con el ineludible deber de declarar que no he andado muy corto de vista al analizar, desde Europa, los males que gangrenan el organismo de mi país, y los cuales -y esto es preciso no olvidarlo para ser más equitativos- no son exclusivos de él y sí muy generalizados no sólo en nuestros países hispano-indígenas. (Pueblo enfermo, 7)
Sin embargo, este diagnóstico se hallaba sobredeterminado negativamente desde el principio, pues era hecho con la mediación del discurso europeo de la degeneración, que condenaba de antemano a las sociedades hispanoamericanas debido a su inferioridad racial. La apropiación de este discurso científico europeo podía en algunos casos ser vista, de manera paradójica, como una forma de regeneración, una suerte de ingreso a la modernidad y afirmación de una nueva cultura y un nuevo sujeto histórico (Molloy 191). Esto no ocurrió con Arguedas; su obra, que buscaba la regeneración del país a partir de un discurso de la degeneración, se hallaba, de entrada, limitada en sus posibles respuestas a la crisis. De hecho, Arguedas jamás pudo escapar al determinismo tan predominante en el pensamiento científico de finales del XIX. Sus intentos regeneracionistas terminaban ahogados por su íntima convicción de que los males del país eran inherentes a su composicion racial, y por lo tanto carecían de solución. La derrota en la guerra del Chaco con el Paraguay (1932-1935) lo llevó a admitir explícitamente lo que se podía leer de forma implícita en sus textos: era inútil cualquier terapeútica, Bolivia jamás sería un país moderno. Así, toda su obra, tanto sus novelas como su obra historiográfica y sociológica, puede leerse como la narración lineal de la enfermedad, del fracaso de Bolivia en su intento de constituirse en una nación moderna.
Arguedas vaciló entre la literatura y las disciplinas de las ciencias sociales. Aunque comenzó escribiendo novelas, nunca terminó de sentirse cómodo con éstas. La literatura era para él un medio para un fin, no un fin estético en sí mismo: las novelas le permitían explorar, en el código del realismo con matices naturalistas, las leyes de funcionamiento de la realidad social. En este sentido, su antimodelo era el modernismo, a quien veía, algo estereotipadamente, como un movimiento escapista cuyo principal error era dar la espalda a la realidad del continente, loar «las cabelleras blondas y los ojos azules de sus amadas» sin percatarse de que «por las venas de sus amadas corre pura sangre mestiza y que sus cabelleras no son blondas, sino negras, y no azules sus ojos, sino pardos o negros...» (Pueblo enfermo, 241). La intención de Arguedas de intervenir en el debate público terminó chocando con su percepción de que las novelas no eran tomadas en serio, eran vistas, a lo sumo, como sofisticados entretenimientos. Poco a poco, su literatura fue dando paso a la sociología, con Pueblo enfermo (1909), y a la historia, en la década del 20. El abandono de la literatura nunca fue total; de hecho, publicó la novela Raza de bronce en 1919, y continuó revisándola hasta el final de sus días. Aún en ese caso, gran parte del valor que le asignaba se debía a su creencia algo ingenua en que ésta había producido cambios importantes en la realidad nacional [4].
En lo que jamás vaciló Arguedas fue en su postura moralista. Sus novelas eran, por ello, melodramas. El melodrama fue el modo narrativo preferido de los escritores latinoamericanos del fin de siglo, debido a su flexibilidad para narrar cuestiones del deseo y sus excesos en sociedades inestables, en flujo [5]. Las novelas fundacionales del XIX pueden leerse como alegorías de la nación que proponen modelos de armonía social a través de alianzas familiares entre razas y clases: son narrativas románticas en las que el deseo tiene un fin utilitario, se halla subordinado a los proyectos liberales de construcción nacional [6]. Los acelerados cambios en la sociedad del fin de siglo atacan este modelo; lo que pasa a primer plano en escritores como José Martí y Mercedes Cabello de Carbonera son los problemas causados por el descontrol del deseo, para los cuales el melodrama era un modo narrativo más apropiado que el romance. Para Arguedas, el melodrama era atractivo porque permitía simplificar la confusión social en una maniquea lucha entre la virtud y el vicio, ante la cual era fácil adoptar una postura moral. Su uso del discurso de la degeneración complicó este panorama, pues en sus novelas incluso la virtud resultaba, de un modo u otro, degenerada. El melodrama arguediano es la visión de un pueblo en el que todos están enfermos, en el que lo que lo único que cambia es la gradación de la enfermedad.
La enfermedad nacional fue también explorada históricamente por Arguedas, con limitaciones de periodización: su cronología comenzaba en 1809 para concentrarse en el período republicano. Sus dos primeras novelas usaron hechos históricos como contexto para la trama; a partir de Pueblo enfermo, puede verse una profundización de su visión histórica, un intento de narrar los males nacionales a partir de la «barbarie» de los caudillos mestizos del XIX, y de su relación dialéctica con la masa popular. Su creciente interés en la historia terminó convirtiéndolo en historiador: en los años 20, con la ayuda del industrial minero Simón I. Patiño, publicó Historia general de Bolivia, de la cual llegó a escribir cinco de los ocho volúmenes proyectados. A pesar de sus declaradas intenciones positivistas de narrar los hechos con objetividad, su obra historiográfica era, en realidad, muy subjetiva. Más que precisión factual, lo que Arguedas parecía haber encontrado en su nueva disciplina era un espacio desde el cual su intervención en el debate público sería tomada en serio.
Esta intervención era muy moralista: Arguedas creía que la historia era «moral en acción», que las lecciones del pasado podían servir para enseñar a los bolivianos la forma adecuada de comportamiento para evitar la repetición de los males: su Historia general, ese libro «severo, triste, honesto y de una moral trascendental», estaba dedicado «a la juventud estudiosa de mi país... porque, a través de la desolación que descubre [el libro], sugiere, implícitamente, el deber de abandonar ya la tortuosa senda trillada hasta aquí, para emprender por nuevas y anchas rutas si es que de veras se ama la patria y se tiene fe en sus destinos» (xi) [7]. La dedicatoria no decía que la sugerencia implícita era ahogada por un texto muy explícito en su condena determinista de la nación.
(...)
Gracias al discurso de la degeneración racial y a la autoridad de la ciencia moderna europea, Arguedas logró dotar de cierta autoridad a muchos prejuicios existentes en la Bolivia republicana, y que persistían desde el período colonial. A más de medio siglo de su muerte, sus ideas siguen resonando en la sociedad boliviana, en disfraces muchas veces sutiles y otras no tanto. El estudio de la obra de Arguedas es, por ello, central para un conocimiento adecuado de las líneas directrices de la cultura nacional.
[1] Ver la introducción de Taine a su History of English Literature.
[2] Michael Aronna menciona, aparte de Arguedas, a los argentinos José María Ramos Mejía, Agustín Alvárez, Manuel Ugarte, Carlos Bunge y José Ingenieros, al venezolano César Zumeta, al peruano Francisco García Calderón, y al cubano Fernando Ortiz (27).
[3] La mayoría de estos intelectuales, incluido Arguedas, utilizaron la metáfora de la enfermedad para referirse a la crisis que ellos veían en el continente debida sobre todo a la cuestión racial. En Subjects of Crisis, Benigno Trigo extiende el argumento y analiza las formas médicas, geográficas, sexuales, políticas y personales que tomó el discurso de la crisis.
[4] «Este libro ha debido en más de veinte años obrar lentamente en la conciencia nacional, pues de entonces a esta parte y sobre todo en estos últimos tiempos, muchos han sido los afanes de los poderes públicos para dictar leyes protectoras del india, así como muchos son los terratenientes que han introducido maquinaria agrícola para la labor de sus campos, abolido la prestación gratuita de ciertos servicios y levantado escuelas en sus fundos». (Nota a Raza, 348)
[5] Francine Masiello. «Melodrama, Sex, and Nation in Latinoamerica’s Fin de Siglo.»
[6] Doris Sommer. Foundational Fictions: The National Romances of Latin America.
[7] Esta cita pertenece al libro que Arguedas escribió como resumen de sus ocho volúmenes, al verse en dificultades de financiar la publicación de toda la obra.
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