Memorias del diario del futuro

En un mundo donde la idea dominante es que el trabajo se agradece y donde un salario miserable ha pasado a ser una fortuna, puede resultar extraño que se deposite una mirada de preocupación sobre el surgimiento de un nuevo espacio laboral en los medios de comunicación.

Si bien hasta aquí pasó casi inadvertido el anuncio de la vuelta del diario Perfil, a excepción de las promociones en las distintas publicaciones de esa editorial, quienes transitamos por esta profesión –con más o menos años- deberíamos tomar registro. Incluso los ocasionales beneficiarios que en un número de 120 –con un porcentaje importante que promedia los 30 años, según se encargó de informar la propia empresa- ya cumplen funciones con vistas a sacar el diario lo próximos días.

El 31 de julio de 1998, y apelando a una sigilosa maniobra que no cuenta con antecedentes en la historia del periodismo en la Argentina, Jorge Fontevecchia levantó la contratapa de ese día del diario Perfil –a punto de ir a taller- y editó su ya célebre texto “Hasta Pronto”, a través del cual anunciaba el cierre de un diario con menos de tres meses de vida (84 días, mas exactamente).

Sin embargo, por esos finales de julio ya habían transcurrido 9 meses desde los primeros pasos efectivos dados por los dueños del diario Perfil, que se convertiría no sólo en el último y más estrepitoso fracaso de un proyecto editorial sino en el más escandaloso fraude en el que fueron embarcados casi 400 periodistas-trabajadores de prensa, convocados la mayoría de ellos personalmente por Fontevecchia para transmitirles las bondades de lo que devendría en un fantasioso producto ultra marketinero, donde durante semanas millones de dólares fueron utilizados publicitariamente para anunciar la llegada de un diario llamado a marcar un antes y un después en materia de medios en la Argentina, delirio que se consumió en la hoguera de las vanidades en apenas, como ya se dijo, 84 días.

Decenas y decenas de periodistas fueron llamados para escuchar –en boca de su creador- las bondades de la criatura a parir –su criatura-, una oferta salarial “por encima de la media del mercado” y la promesa de una garantía laboral que se extendía, al menos, dos años. Y una exigencia: la dedicación debería ser exclusiva.

La pretensión de sacar al mercado editorial una publicación excelsa, que compitiera directamente con los más poderosos –y que se consideraba a sí misma como heredera de diarios líderes del primer mundo, no obstante su auto reivindicada identidad propia-, estuvo acompañada por una agresiva política de captación de periodistas de los principales diarios, quienes fueron inducidos a renunciar a sus trabajos –hablamos de editores, jefes, secretarios, redactores, correctores, diagramadores, fotógrafos- tras la irresponsable fantasía de que no se podían perder el tren de la historia periodística, donde el diario en gestación estaba llamado a marcar un hito.

Una intensa y por momentos abrumadora campaña publicitaria cumplió con todos los pasos del marketing (desde la provocación hasta la creación de una expectativa cuya desmesura sólo puede ser comparada con la profunda frustración posterior de parte de los incautos) y dejó de penoso recuerdo el recurso de la frase “Donde dice... debió decir”, de donde surgieron ideas como: “Donde dice la Mano de Dios, debió decir tiro libre para los ingleses”, “Donde dice el presidente cubano Fidel Castro debió decir el último dictador latinoamericano” y otros “hallazgos creativos” por el estilo.

Esa mística que imponía la convicción de estar construyendo un episodio fundacional en materia de periodismo, elaboró una cifra inusual de números ceros, creó su propio código de ética –editado como libro, con el presuntuoso nombre de Cómo leer el diario-, armó una foto con todo el personal para dar una imagen de equipo y se creyó depositaria de la gloria, anticipada, imparable.

En pleno clima de efervescencia, que hoy se lo conocería como adrenalina a full, palabras, actitudes, conductas empresarias construían en vano la fantasía de un castillo llamado diario Perfil sobre el terreno de la impunidad. En realidad se trataba de un camino sin retorno, donde al final no estaba el bronce para el creador sino el repudio de todos los periodistas y el escarnio público, con un Fontevecchia que no pudo evitar ni siquiera los cuestionamientos de sus pares amigos. A punto tal que la disuelta entidad Periodistas –integrada por algunos de esos pares- sostuvo en su pronunciamiento “su desagrado por la inconducta del empresario Jorge Fontevecchia, quien sin previo aviso dispuso la clausura del diario Perfil, privando de su empleo a periodistas y demás trabajadores…es imposible disimular el método avieso empleado por el cual las víctimas recién supieron que engrosaban la dura estadística de la desocupación leyendo la última edición del diario…cerrar a menos de tres meses de su aparición un medio lanzado de modo tan grandilocuente… no es una medida que pueda atribuirse a incomprensión del mercado sino únicamente a la incompetencia propia”.

Como señalara, al cumplirse un año del cierre, el secretario general de la UTPBA, Daniel das Neves: “el Hasta Pronto de la contratapa del número final fue un corte de mangas efectuado desde el piso 14 del edificio de Chacabuco 253 hacia centenares de periodistas, cuyo impacto se extendió a toda una sociedad, que lectora o no del diario –cuya existencia, incluso, podía ignorar- vio que la injusticia, la impunidad, la brutalidad, la mentira explota también puertas adentro de un medio de la mano de un negocio comercial que cuesta mucho en estos tiempos, donde todo se estudia, en calificar como una aventura”.

La impunidad hace que la imprevisibilidad, la incapacidad, la incompetencia no pongan en riesgo lo acumulado en términos económicos –más allá de eventuales descompensaciones- por parte de quienes ejercen el poder, en este caso como grupo comunicacional. Perder está en la cuenta, como se verá más adelante.

Decía Fontevecchia en el mencionado manual “Cómo leer el diario” que “las noticias son comprensibles cuando sobrepasan el nivel de ruido. La forma para extraer sentido de los datos brutos es recurrir a las comparaciones y al contraste que permitan valorar las diferencias y evaluar los hechos”.

Veamos: la salida del diario Perfil “obligó” al alquiler de tres pisos en el actual edificio de Chacabuco 253 (donde se trasladó toda la empresa, que todavía sigue funcionando allí), a invertir lo necesario para el montaje de la redacción en ese lugar y a la adquisición, en Alemania, de una portentosa impresora, todo por –según el escrito presentado en el Ministerio de Trabajo el mismo 31 de julio de 1998- 10 millones de pesos-dólares. Todo eso ha sido conservado, por lo que es una falacia referir a pérdidas.

Del mismo modo –y siguiendo otra máxima de su creador volcada en el citado texto “Como leer el diario”, que sentenciaba: “los números son informaciones fundamentales para el lector...porcentajes, distancias y todo tipo de medidas relevantes constituyen una de las pocas fuentes objetivas”- Fontevecchia señaló en su nota del 2 de abril pasado, en la que anuncia la vuelta del diario, que prefirió cerrarlo “antes que entregarlo, aún a costa de pagar sólo en indemnizaciones al personal 10 millones de dólares de entonces”. En realidad la cifra era de 5.298.440, de acuerdo con lo informado por la propia empresa el 7 de septiembre de 1998 (expediente 1017412 del ministerio de Trabajo), por lo que, frente a semejante mentira, un directorio en serio, accionistas en serio, deberían preocuparse, sino se trataran de estructuras fantasmas que se dedican a justificar lo injustificable y a ocultar lo inocultable.

Se trató de un medido riesgo empresario que nunca perdió de vista a la hora de encarar su capricho, su sueño, su diario. Como lo afirmara Das Neves en julio de 1999, después de reproducir la frase volcada por Fontevecchia en el Ministerio de Trabajo “Tuvimos ofertas para venderlo pero eso era inaceptable” –ahora se viene a saber que el candidato era Héctor Magnetto, de Clarín, según revela el propio dueño de Perfil en Noticias del 2 de abril- su preocupación pasaba por “el prestigio de la editorial y por la credibilidad. Los 371 trabajadores tenían, a esa altura, otro tipo de preocupaciones y cuestionamientos”.

Contar con semejante red de protección –lo acumulado durante la década del 90, que lo tuvo, como grupo comunicacional, entre los ganadores claros, más la impunidad que supone formar parte de ese club- amortiguó el fracaso, pero no alcanzó para disimular: estuvo muy lejos de agotar el primer día, “en mayo no superó los 45.000 ejemplares de promedio y en junio bajó a 30.000 y en julio a 29.000” y la publicidad no alcanzó “ni siquiera el 10% de los objetivos trazados” (según reconoció la empresa en su escrito reclamando el Procedimiento Preventivo de Crisis, el mismo día del cierre) no obstante contar con una redacción de probada capacidad profesional y con una numerosa cantidad de importantes y reconocidos colaboradores, cuyo número total de 371 fue aceptado por la empresa cuando el tono del conflicto hacía imposible seguir insistiendo con los menos de 300 que reconocía la empresa. Aunque hoy vuelva a insistir con la cifra de 256, según la revista Apertura de agosto de 2005, donde retoma también la promesa de la continuidad, al decir que “esperamos llegar al punto de equilibrio en septiembre de 2007, es decir dos años después del lanzamiento”.

Esa redacción que se convocó en base a promesas de estabilidad, haciéndole firmar contratos ilegales en el que se los obligaba a la exclusividad (artículo 7), se otorgaban francos en días variables (artículo 6), se debían transferir los derechos intelectuales (artículo 8), se enteró tiempo después que una Asamblea Extraordinaria Unánime de Accionistas, reunida a las 23,55 horas del 30 de julio de 1998, resolvió “discontinuar la edición del diario Perfil a partir del día de mañana” (comunicación elevada a la Bolsa de Comercio de Buenos Aires el 31 de julio). Esa redacción que ocupó, junto con la UTPBA –y la solidaridad del resto de los compañeros de la editorial- el diario a partir del momento en que se supo del cierre, vio como en la madrugada del 1 de agosto Fontevecchia huía del edificio en una moto conducida por un policía, rodeado de tres patrulleros, decenas de policias, cubierto de insultos y repudios de todos.

Antes y después de ese episodio fue posible tomar nota, observando lo que se dio en llamar como el Libro de Etica de Perfil – el ya citado “Cómo leer el diario”-, de la artillería intelectual y ética del creador del diario y su inversa relación con los hechos, que perdura de manera inalterable. Simplemente, a modo de ejemplos:

“Una enfermedad mortal es el narcisismo de las redacciones exitosas: algunos periodistas consideran que están por encima del resto de los seres humanos”, un concepto que convendría recordar hoy –para que no se cometa el error de creer que hablamos solo del pasado- cuando Fontevecchia escribe: “El martes...me pidieron que fuera yo quien le hiciera el reportaje a (Marcelo) Tinelli porque las dos últimas notas sobre medios que escribí –la entrevista a Héctor Ricardo García...y la nota del pase de Tinelli a Canal 9...-coincidieron con las dos ediciones de mayor circulación de los últimos meses” (revista Noticias, 9 de abril de 2005, página 79);

Sin embargo, se superaría a sí mismo en estos días, cuando una elección de las mejores notas de la revista Noticias entre la redacción y otros periodistas determinara que la mas votada fuera una nota de Jorge Fontevecchia, quien se auto-premió el 3 de mayo, el día de la Libertad de Prensa.

Lo paradójico es que ese texto, publicado pocos días antes de las elecciones en la India afirmaba, pretendiendo adelantar el resultado inevitable de ellas, que “India logró construir la democracia más grande del mundo...y con una total libertad de expresión... privatizaciones, apertura irrestricta de la economía, reducción del Estado, fue en India la fuente del progreso”. Días después los indios votaron por la oposición a ese paraíso y la democracia más grande del mundo tuvo que vivir el bochorno del desplazamiento de quien había ganado para que asuman los perdedores, por decisión del “mercado”. Semejante capacidad de análisis fue premiada.

Decía el artículo 12 del Código de Ética: “si un miembro de la redacción se ve involucrado en acciones legales como resultados de su actividad profesional, la empresa se hará cargo de la asistencia jurídica, a través de los profesionales designados por la empresa y de todos los gastos que de ella se desprenda”. No parece haberlo tenido muy en cuenta Fontevecchia, cuando en junio de 2003 los periodistas Miguel Wiñazky y Fernando González –que habían trabajado en Noticias- sufrieron el embargo de sus sueldos tras ser condenados a pagar 20 mil y 10 mil pesos, respectivamente, a raíz de una nota sobre Zulemita Menem, debido a que Fontevecchia no se responsabilizó por lo publicado, en una actitud que, al tiempo de eludir obligaciones patronales atenta contra las garantías necesarias para el real cumplimiento del derecho a la información, al dejar a ambos trabajadores en un peligroso desamparo.

Con el tiempo intentaría invertir las evidencias de aquel bochornoso cierre: “a la hora de destruir prejuicios conviene profundizar sobre el concepto de perder. En ciertos ambientes no tradicionales quien pierde, gana...nunca es más majestuosa una obra que cuando fracasa”, escribió el pasado 4 de marzo Fontevecchia al presentar –e intentar justificarlo- a su colega Héctor Ricardo García, en una entrevista cuya autoría compartió. ¿Acaso ya está abriendo el paraguas y, de paso, reinterpreta el pasado?

Vale la reiteración: el colchón económico y la impunidad permitieron amortiguar cómodamente el fracaso económico, pero los delirios de grandeza periodística tuvieron un rudo golpe: entre sus pares –donde algunos, apelando a las mismas reglas de juego que compartía Perfil y que por lo tanto no ignoraba, trabajaron para obstaculizar su desarrollo- al perder puntos en la carrera por convertirse en un Barón de la comunicación; y con todos los trabajadores del diario –algunos de ellos entusiasmados con el proyecto inicial- no sólo por la irremediable caída de su supuesto prestigio sino porque dieron una respuesta colectiva inesperada, enfrentando con la UTPBA el hecho consumado del cierre, pelea a partir de la cual se obtuvo un resultado que estaba muy por encima de lo que pensaba “conceder” Fontevecchia, aunque esto, como fue dicho, no pusiera en riesgo el futuro económico de la editorial.

Un espejo le devolvería la imagen de algo que él escribió –Cómo leer el Diario, página 30- pensando en otros: “la mejor defensa del corrupto es el contagio del periodista: como el ciego que para batirse sin desventaja contra uno que ve, lo hace descender al fondo de una cueva muy oscura”. Algunos contagiados descubrieron tarde ese encierro.

La humillación le tocó su orgullo de grandeza empresarial-mediática y su autoestima, por lo que reimpulsó su estrategia: volver a sacar el diario Perfil, evitando –nadie se baña dos veces con la misma agua- cualquier atisbo de reacción colectiva que pudiera poner en tela de juicio el negocio. Para ello, de inmediato, se inició una delicada tarea de desgaste interno: congelamiento laboral y profesional para todos los trabajadores que debió reabsorber producto de la lucha que desató el cierre del diario; incorporación de nuevo personal en condiciones aún más precarias que las denunciadas oportunamente por la UTPBA; presiones más o menos sutiles para provocar el alejamiento de todo aquel que no encuadrara en la política de sumisión patronal; discontinuidad de los colaboradores –dado su gran derrota en el conflicto de 1998, donde debió reconocer decenas de casos de periodistas que estaban en esa condición y que la empresa negaba a pesar de los reclamos de los compañeros y de la UTPBA-; salida de nuevas publicaciones elaboradas con poco personal y cada vez más precarizado.

Desde entonces a hoy la tarea depredadora solo se detuvo o se demoró cuando la respuesta de los trabajadores de prensa de la editorial puso límites a partir de enfrentar lo que parecía no tener retorno. En condiciones casi siempre desfavorables, en el país de la desocupación y la precarización, los periodistas de Perfil y la UTPBA enfrentaron a lo largo de estos años innumerables conflictos (de alta, mediana y baja intensidad) surgidos todos a partir de aquella perversa estrategia patronal ya señalada.

A este esquema la empresa sumó una nueva política de alianzas (con el grupo Folha y Editora Abril formaron UOL), acuerdos con diversos grupos mediáticos locales que le permitieron restablecer relaciones –y algo de su deteriorado “prestigio entre pares”-, mientras aseguraba, a fines del 99, que con De la Rúa “venía un país mejor”. Y comenzaba a desarrollar su acción tendiente a derogar el Estatuto del Periodista, en el doble intento de asestarle un golpe a los periodistas y a su organización, la UTPBA, y de retomar cierto aire con los patrones del sector, para los cuales la caída de esa ley era La Cabeza del Ciervo Mayor (Juan Carlos Camaño, julio 2002, revista de la UTPBA).

En diciembre del 2001, nada menos, Fontevecchia se presentó a pedir el Concurso y allí solicitó la derogación del Estatuto, mientras informó que para salir de la “crisis” debía despedir a 200 trabajadores, abonando lo que indica la Ley de Contrato de Trabajo, pretendiendo desconocer lo que determina el Estatuto del Periodista. La nueva toma de la editorial, la histórica ocupación del Congreso por parte de 6 periodistas de la UTPBA y el masivo reclamo de todo el gremio le impidió concretar su objetivo, allá por mediados del 2002. A pesar que en su entusiasmo llegó a declarar a La Nación que “estoy feliz porque logramos la caída del Estatuto”, mientras en esa misma nota calificaba a los periodistas de la editorial de “terroristas intelectuales”. Nada extraño, si se tiene en cuenta que en el texto presentado para argumentar a favor de la caída del Estatuto explicaba que uno de los motivos de la “crisis” había sido la salida de la convertibilidad, un instrumento de oro para el grupo, que le permitió crecer, en la década del 90, como nunca.

Pero el Estatuto siguió –y sigue- vigente. Por eso Perfil, en su poco creíble condición de víctima de un sistema económico y de poder, continuó hablando de crisis mientras lanzaba cada vez más títulos a la calle y depuraba de “conflictivos” su plantel profesional –los que habían estado enfrentando el cierre del diario y quedaron y los que ocuparon el edificio por el intento de derogación del Estatuto-, usufructuando años de persecución directa e indirecta. Y creaba, tiempo después, su Fundación y su propio “instituto de enseñanza”, verdaderas divisiones inferiores para la imposición de las nuevas reglas de juego de la empresa (por fuera de cualquier legislación y derechos vigentes), en donde se somete a los futuros periodistas a la prepotencia, a la arrogancia y a la visión comercial y de mercado de la comunicación que posee Perfil. Cosa que no había logrado en su frustrante anterior experiencia.

En su nota, que lleva como pueril título “Amor al papel”, donde anuncia la vuelta del diario, Fontevecchia explica “Con la misión de experimentar caminos desconocidos, la publicación nacerá como fruto de una redacción también experimental...Perfil no aspirará a alcanzar resultados significativos sino que se conformará, solamente, con darle continuidad a su marca más emblemática...y sin la presión por alcanzar ventas competitivas, relajadamente, poder explorar con alegría nuevos lenguajes...dentro de ese contexto la publicación nacerá con espíritu amateur..” Y más adelante aclara: “la selección de los jóvenes que integrarán la futura redacción con la que se espera conformar una fábrica de entusiasmo...”

¿Será que el diario del futuro –del que se vanagloriaba Perfil en mayo de l998- se transformó de golpe en una expresión precapitalista? ¿O será la nueva forma de presentar un viejo capricho, hoy ya no tan caro, según parece, abusando de la necesidad y deformando una vocación genuina que hoy no tiene cabida sino es mediante la aceptación de condiciones laborales, profesionales y humanas que no reconocen derechos elementales y que a su vez definen la indignidad, la prepotencia y la miseria de quién las impone?

“El pasado de Perfil como empresa periodística permite imaginar su futuro”, sostenía el libro “Cómo leer el diario”, elaborado para los periodistas de un matutino que duró 84 días. En ese mismo texto se reproducía el lema de una revista francesa que decía “para prever el futuro es fundamental entender el pasado”. Y agregaba: “para anticipar las consecuencias lógicas de los hechos hay que comprender detalladamente las causas de esos acontecimientos. El futuro se hace con material existente”.

Vuelve el diario Perfil. Acertaban los trabajadores –en un editorial que elaboraron para la publicación que hicieron durante el conflicto- cuando calificaban como burla el saludo de Fontevecchia en la contratapa final del último Perfil, quien se despedía “hasta un futuro encuentro”. “Si no fuera –decían los trabajadores- porque la situación es patética y los trabajadores estamos dispuestos a contar la verdadera historia de Perfil desde ahora, el pastor seguiría declamando su falsa moral a los cuatro vientos”.

Este trabajo recorre ese camino. En reconocimiento a una lucha que no pierde la memoria.