La cuestión presenta dos elecciones distintas para el ejercicio profesional. Mientras Marchetti hace referencia a los límites propios del estatuto narrativo del oficio periodístico, Rottman prefiere repetir las enseñanzas (a no cumplir) que puede seguir cualquier joven interesado en lograr una carrera promisoria dentro de un multimedio, con manual de estilo bajo el brazo.

Lo cierto es que la clave de lectura en humor -tan negro como la actualidad argentina– que impuso Barcelona, lleva al límite una interpretación de la realidad que contrasta con la simple reproducción de la agenda de noticias establecida por los principales diarios nacionales y refritada en el mencionado portal.

El ejemplo grafica la doble condición que el maravilloso Jorge B. Rivera detectara en “El periodismo cultural” (1995) para explicar cómo la prensa es, por un lado, creadora de capital y al mismo tiempo reproductora de capital objetivado. En el caso de Barcelona su rutina productiva aparece en términos complementarios a la circulación informativa de la agenda impuesta por los principales medios; mientras Periodismo.com se hace eco de los títulos dominantes publicados por la prensa concentrada y oligopólica, sin preocuparse por los dilemas éticos, estéticos, y las relaciones de poder que los atraviesan.

A la pregunta: ¿En cuánto queda comprometido el sentido de verdad con relación al rol que entienden tener como productores de capital simbólico -los periodistas- en las actuales condiciones?, respondería con el interrogante acerca de cuál deber ser el rol del periodismo en su privilegiado papel de articulador social.

La condición de existencia del periodismo es su público (audiencias o lectores); y su función es poner en diálogo los costados y relieves de la trama social. No por casualidad Hegel señaló la lectura del periódico como la misa matinal del hombre moderno. Pero el campo del poder es un terreno sumamente complejo donde entran en tensión las dimensiones: política, económica y cultural. Cuando las dos primeras intentan conjurar la unión entre la nación y el mercado, al costo de que la tercera bese sus anillos, es donde la actividad periodística se destaca para canalizar las demandas populares por una vía de circulación alternativa. He ahí la relevancia de la prensa en los procesos de formación de la opinión pública.

Por eso el periodista cumple un papel privilegiado, de clivaje y alerta, distinto al de los académicos cuando se arrogan el derecho de interpretar la realidad para conquistarla y son afectados por el “síndrome del poder/conocimiento”, del que tanto ha escrito Zigmunt Bauman. Ese es el destino trágico del campo intelectual cuando subestima el relieve sociológico sobre el cual esta parado.

Los estudios de Rivera han demostrado que el periodismo posee una lateralidad propia, la cual pone en escena los particularismos culturales borrados de la escena enunciativa y da espacialidad a los aspectos fenoménicos que sobresalen de la sociedad de masas.

La comprensión de los cambios culturales asociados a las múltiples revoluciones tecnológicas y su incorporación a la vida cotidiana, son una realidad ineludible de la era digital.

En tiempos de Internet, la tarea periodística está imbricada por prácticas de control sobre la veracidad de los contenidos desde el lado de los consumidores, que en muchos casos se han transformado en cronistas de su propia existencia, cuando la falsead de la prensa corporativa desvía de las portadas los problemas centrales que la afectan.

El periodista tiene como virtud resaltar ciertos rasgos de la sensibilidad social sublimados por la restricción académica y rechazados por quienes ejercen el poder -entendido como relación de mando y obediencia-, para obrar como intérprete de ese emergente cultural que desocultaron Mariano Moreno en la época revolucionaria o Rodolfo Walsh en la segunda mitad del siglo XX, entre otros tantos.

Ocurre que en el periodismo no hay un saber absoluto sobre las cosas sino una interpretación parcial de la realidad, aunque la construcción de sus textos se presente como una verdad revelada. Allí reside la eficacia simbólica del discurso periodístico y su interacción social.

El periodista tiene acceso a saberes culturales particulares que no son ignorancia ni ciencia, sino conocimientos que circulan por debajo del discurso oficial y estallan de vez en cuando.

Será entonces el periodista la síntesis del “hombre nuevo”, ése que no se detiene ante decálogos estilísticos y transita con pasión hacia la construcción de una sociedad que no mienta.