A mediados de febrero pasado, un profesor universitario norteamericano, Nouriel Roubini, muy seguido en los medios especializados y en la prensa diaria, desarrolló las doce razones que justificaban su pronóstico de «una creciente probabilidad de un desenlace financiero y económico ‘catastrófico’ a la crisis bancaria en curso» en los Estados Unidos. Además, explicó, más contundente, su «pesimismo acerca de la habilidad de las políticas y autoridades financieras para administrar y contener una crisis de esta magnitud».
Según Roubini, "hay que prepararse para lo peor, es decir, para una crisis financiera sistémica".f1 Como el sistema financiero representa el coronamiento del sistema capitalista, porque es allí donde todo el producto del trabajo adquiere la forma universal del valor, la advertencia de Roubini explicita la tendencia a la disolución de las relaciones sociales capitalistas y la incapacidad del presente régimen político para hacerle frente. Es obvio, por otra parte, que "una (‘incontenible’) crisis financiera sistémica" no encontrará sus límites en las fronteras norteamericanas.
La de Roubini no habría pasado de ser una posición más en las discusiones que ha desatado la presente crisis, si no hubiera recibido el aval desde el lugar menos esperado: el editor del Financial Timesf2, vocero del capital financiero internacional. "¿Es al menos plausible esta clase de escenario?", le pregunta Martín Wolf a sus lectores. "Lo es", responde, "y podemos estar seguros que, de ocurrir, pondrá fin a todas las historias de ‘desacople’" en referencia a la relación entre la economía de Estados Unidos y la del resto de los principales países.
Para Wolf, sin embargo, la crisis no solamente tiene una salida sino que ella se impondrá como una "ley de hierro": el capital acabará siendo forzosamente rescatado por el Estado, sea por medio de la estatización de la deuda insolvente o de la inflación, o de ambas a la vez. Es una pena que el editor del FT haya detenido su argumento aquí, porque una estatización en masa del capital financiero equivaldría a una quiebra financiera del Estado que lo rescata; la inflación a una ruina social generalizada; y ambas a una dislocación sin precedentes de las relaciones sociales.
El primer punto que expone Roubini es el hundimiento que está ocurriendo con los precios de las viviendas, que podría barrer, si llega al orden del 20 al 30 por ciento, con 4 a 6 billones de riqueza inmobiliaria y poner en valor negativo a diez millones de propiedades - o sea cuando el valor de la propiedad cae por debajo del valor del préstamo recibido para comprar esa propiedad.
A principios de marzo, efectivamente, las estadísticas dejaron ver que el valor patrimonial de los hogares había entrado en terreno negativo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Este fenómeno precipita el incumplimiento de los pagos hipotecarios, incluso por parte de los deudores solventes, pues el remate de la propiedad representa un costo inferior a la deuda. Suponiendo un stock de deudas hipotecarias de 50 billones de dólares, el default afecta ya a un segmento que va del 10 al 20% del total; aunque aún se encuentra distante del 50% de cesación de pagos que fue la tasa de bancarrota en la crisis de los años ’30, la velocidad con que está aumentando supera a cualquier crisis hipotecaria previa. El número de propiedades vacías o vacantes es de cerca de dos millones.
A la desvalorización que están sufriendo los precios de las propiedades hay que agregar las pérdidas que está ocasionando a los bancos acreedores el incumplimiento de los pagos de los préstamos hipotecarios ajustables, llamados ‘subprime’, que ya es de unos 400.000 millones de dólares pero que podría llegar al billón si prosigue la tendencia actual. Este desplome afectará a otras formas de crédito que tienen como garantía a estos préstamos hipotecarios - lo cual representa un mercado (créditos estructurados) de 8 billones de dólares, que se encuentra en la actualidad completamente congelado, o sea que no hay transacciones.f3
La mitad del mercado internacional de crédito está formado por bonos con diversas clases de garantía (la otra mitad son préstamos bancarios), que en mayor o menor proporción incluyen créditos hipotecarios incobrables de diferentes características. Hay un escenario de derrumbe del mercado de deuda, que mueve unos 50 billones de dólares. El sistema de protección de estos títulos por parte de compañías especializadas de seguros o por fondos de cobertura, se encuentra en ruinas, debido a la escasa base de capital de las aseguradoras. Si se asume una tasa de incumplimiento del 1,3%, "unos 500.000 millones de dólares explotarían en la cara de los negociantes".4 Las cosas se presentan bastante peores a lo descripto por Roubini. Esa suma potencial de pérdidas equivale al 25% de la capitalización bancaria total de los Estados Unidos - de 2 billones de dólares- o a un poco menos respecto a la capitalización bancaria internacional - de 2,7 billones. Si consideramos el total de transacciones especulativas que tienen por base los mercados de bonos y acciones (derivados), de más de 500 billones de dólares, un default del 2% representa pérdidas por 10 billones.
En la descripción de la ‘catástrofe’ en curso entra también el incumplimiento en el pago de las diversas formas de crédito al consumo, al punto que la tasa de interés de las tarjetas de crédito ya supera cómodamente los dos dígitos. A esto hay que agregar la extensión de la crisis al mercado hipotecario comercial y el impacto que está ocasionando en los bancos regionales. De acuerdo con un informe reciente, "existe una tremenda sobre oferta de espacio comercial minorista".
Otros 500.000 millones de dólares se encuentran atascados en los bancos por préstamos para compras de empresas, cuyos títulos no pueden ser vendidos en el mercado al valor original. Aunque, según el editor del FT, Martin Wolf, "las compañías norteamericanas se encuentran en buena forma, una ‘parte obesa’ tiene bajos rendimientos y una deuda elevada".5 Los ‘defaults’ que resultarían de la desvalorización de esta clase de bonos en poder de los bancos provocarían pérdidas por 250.000 millones de dólares.
A estos sinsabores Roubini añade la desintegración del "sistema financiero en las sombras", o sea de todas las empresas financieras desreguladas, como fondos comunes, fideicomisos o fondos de cobertura, que no tienen acceso a fondos de los bancos centrales.
La consecuencia final de toda esta cascada de derrumbes sería el crash de las Bolsas y el hundimiento de los mercados de capitales, donde los activos financieros acabarían siendo vendidos a precios de remate.
La nacionalización encubierta
La "ley de hierro" a la que alude Wolf se encuentra en plena operación, como lo atestiguan la nacionalización del banco Northern Rock por parte de los laboristas ingleses y del alemán IKB por parte la coalición conservadora-socialista germana. Pero estas nacionalizaciones no ponen remedio a la situación que se ha creado, más bien aproximan el momento de la catástrofe sistémica a la que se refiere Roubini. Ocurre que estas nacionalizaciones no pretenden simplemente salvar, con indemnizaciones, el pellejo de los accionistas sino, por sobre todo, evitar el remate de sus activos (créditos, bonos) y el consiguiente incumplimiento de las deudas contraídas para comprar esos activos.
El gobierno británico lleva comprometidas unas 50.000 millones de libras esterlinas en el NR y ha asegurado en forma ilimitada los depósitos en el banco (mientras en el resto de los bancos la garantía alcanza sólo a 30.000 libras). Las pérdidas que asume el Estado al nacionalizar al banco son, potencialmente, ilimitadas, porque no interviene para proceder a su liquidación (lo cual derrumbaría el mercado de bonos) sino para revitalizar su posibilidad de negocios, para lo cual deberá renovar las deudas pendientes y asumir nuevas deudas con garantía pública.
El Estado se hace cargo, de este modo, de una parte del mercado de capitales, la que gestionaba el NR, lo cual es mucho más que la nacionalización de un capital privado. Por otro lado, el Banco de Inglaterra ya ha inyectado más de 100.000 millones de libras esterlinas en beneficio del resto de los bancos bajo su jurisdicción, contra la garantía de títulos de dudosa realización. Como acreedor cada vez más prominente, el Estado se convierte en el propietario de los títulos de crédito y de capital que no encuentran mercado y en el garante de los acreedores bancarios. O sea que suplanta el "riesgo bancario" por el "riesgo del Estado", como si fuera invulnerable a la desvalorización de sus activos y escapara a las leyes del capital. Un fracaso del rescate de los bancos por parte del sistema financiero estatal (FED) dejaría como último recurso la intervención fiscal o presupuestaria, lo cual entrañaría una crisis financiera del Estado.
La nacionalización encubierta es, por lejos, mucho más acentuada en los Estados Unidos. La Reserva Federal norteamericana ha extendido a 200 mil millones de dólares las facilidades otorgadas a los bancos para financiar el stock de activos invendibles. A través de dos programas, uno de subasta de fondos y otro de préstamos de recompra, el banco central de Estados Unidos acepta como garantía los títulos que los bancos no pueden vender en el mercado abierto, en especial los que ya se encuentran en ‘default’.
Aunque formalmente transitorios, estos préstamos se han convertido en una suerte de aporte de capital, ya que se renuevan indefinidamente; la ‘contribución’ de la Reserva Federal a los bancos privados supera la que se atribuye a los fondos de inversión de las naciones petroleras o asiáticas, que se han paralizado, entre otras cosas debido a continuos "descubrimientos" de nuevas pérdidas por parte de los bancos, lo que licua los aportes realizados. Al igual que en el caso inglés, el Estado no interviene para liquidar los activos irrealizables de los bancos sino para gestionar su giro, o sea que será forzado a comprometer cada vez más fondos o a tolerar mayores deudas. Como dice un ‘blog’ (The Ninja Report), la Reserva Federal ha modificado radicalmente sus funciones, porque en lugar de inyectar dinero en el mercado mediante la compra de títulos públicos, se hace cargo de los activos desvalorizados de los bancos.
Como la Reserva Federal no está en condiciones de gestionar - es decir, fundamentalmente, vender- esa cartera de títulos, tampoco puede regular la circulación de moneda que ha emitido como contrapartida. En los hechos abandona la función de un banco central para convertirse en una casa de empeños o en un banco residual que acumula los créditos incobrables, que sin embargo no puede salir a vender. Aunque el monto total en juego hasta ahora, 436 mil millones de dólares, representa el 20% del capital bancario norteamericano, la participación se eleva considerablemente cuando se tiene en cuenta al puñado de bancos que ha recibido la mayor parte de este aporte, entre los que se encuentran los de mayor porte - como el Citibank. Los aportes de liquidez de la FED suman - entre préstamos (TAF), 100.000 millones; préstamos de 28 días a los bancos generadores de mercado, 100.000 millones; seguros de cambio a bancos europeos, 36.000 millones y las facilidades financieras de canje de por avales de hipotecas, 200.000 millones- un total de 436.000 millones. En el canje de bonos del Tesoro por deuda avalada por hipotecas, ingresan los bonos de las inversoras inmobiliarias estatales, Freddie Mac y Fannie Mae, para frenar la continua desvalorización de sus carteras.
En virtud de las limitaciones que plantea esta nacionalización de los bancos, un columnista del Financial Times aboga por el rescate directo del mercado de capitales, saltando la inyección de fondos a los bancos.6 Plantea la compra en el mercado de los activos de las empresas de mayor calificación en forma directa, o mediante entidades que serían financiadas para hacerlo. Pero tampoco aquí tendríamos una reconstrucción del mercado de capitales, porque para ello sería necesaria la aparición de capitales privados dispuestos a reanudar el circuito del crédito; lo que tendríamos es un rescate con fondos públicos de los capitalistas perjudicados. Nadie ingresará en el mercado hasta que éste haya tocado fondo, algo que nadie, incluida la FED, prevé en el corto plazo.
El sol con un harnero
Pero el mercado de capitales que la Reserva Federal se empeña en congelar en su balance, a la espera de un giro de los acontecimientos, se sigue moviendo a pesar de ella, aunque siempre hacia abajo. A mediados del mes pasado, el Citigroup armó un ‘corralito’ en su fondo CSO Partners, al negarse a permitir el retiro de dinero de sus inversores. Lo mismo ocurrió con otros dos fondos del Citi - Falcon Strategies y el Old Lane Partners.7
En la primera semana de marzo los principales bancos del mundo le quitaron el apoyo a uno de los principales fondos especulativos, el Carlyle Capital, cuando la caída del valor de los activos en su poder dejó sin cobertura los préstamos bancarios que había recibido para comprarlos. El fondo está vinculado al Carlyle Group, un pulpo financiero envuelto en toda clase de operaciones, incluida la guerra de Irak. La quiebra de estos fondos y el consiguiente remate de sus títulos, acentúa la desvalorización que ya vienen sufriendo en el mercado y provoca una mayor desvalorización a la cartera en poder de esos mismos bancos. Las nacionalizaciones subrepticias de los bancos, como los de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, no pueden impedir este despeñe de los títulos cuyo valor se pretende congelar. Con fondos propios de inversores por apenas 700 millones de dólares, Carlyle había hecho inversiones, tomando préstamos bancarios, por 22.000 millones - 32 veces su capital. Muchos otros fondos, que operan fuera de los bancos, pasan por una situación similar.
Mucho más grave es la situación de las compañías que, con un capital extremadamente reducido, se dedican a asegurar los títulos que se negocian en el mercado de capitales, incluido el de títulos públicos, como los bonos municipales y estaduales, que financian la educación, la salud o las inversiones en infraestructura. Estas compañías aseguradoras no tienen ahora la capacidad de cubrir las pérdidas potenciales o el cese de pagos que se asoma para los títulos bajo su protección; esta circunstancia ha provocado una caída en la cotización de esos títulos.
Las recomendaciones para reflotar a estas aseguradoras mediante préstamos o una ampliación de su base de accionistas, han fracasado miserablemente; una propuesta para emitir acciones nuevas por 1.500 millones de dólares para la aseguradora AMBAC fue bochada por sus accionistas para impedir que se diluya el capital actual. El gobernador de Nueva York ha amenazado con cancelar los contratos de seguros de las entidades públicas de su Estado, para evitar que caiga su cotización y se dificulte su refinanciamiento (A Elliot Spitzer esto le ha costado el ‘oportuno’ descubrimiento de sus relaciones con una red de prostitución).
Como los bonos públicos no corren riesgo de cesar sus pagos, privar a las aseguradoras de su cobertura las dejaría con la parte más vulnerable del negocio, los títulos privados. El gobierno del estado de California vendió deuda en el mercado sin contrato de seguro. Pero esto no pueden hacerlo los gobiernos locales, que "absorben 2 billones de dólares del mercado de deuda".8 La incapacidad de las medidas de intervención estatal o de nacionalización encubierta para detener la hemorragia del mercado de capitales, explica el implacable derrumbe de las Bolsas en todo el mundo, en especial en Asia.
El oro o la crisis monetaria internacional
El oro se acerca a los mil dólares la onza cuando la crisis aún se encuentra en pañales. Se trata del refugio universal del valor, que pone al desnudo la desvalorización de todas las formas nacionales de la riqueza capitalista. Pero la economía mundial no puede volver a basar el crédito en el oro; a saber, no puede retroceder del crédito virtual y electrónico, y de la especulación financiera (con sus bonos, swaps, opciones, coberturas).
De la crisis bancaria y financiera pasamos así, sin tránsito, a una crisis monetaria, que para el caso de la devaluación del dólar es por demás clara. Esta devaluación se ha transformado en la razón principal para el aumento extraordinario que registran los precios de las materias primas, con el consiguiente incremento de precios en la mayor parte de los países. Para contrarrestar esta tendencia se revalúan las principales monedas, aumentando las deudas internas en dólares y desvalorizando las reservas y créditos internacionales en moneda norteamericana. Sin embargo, el oportuno derrumbe de la especulación en el mercado de materias primas debería conducir a un colapso monetario internacional, por medio de las llamadas devaluaciones competitivas. Las naciones de Europa Oriental y Turquía, con elevados déficits comerciales y una enorme deuda externa de corto plazo, podrían convertirse en los disparadores de ese colapso monetario.
Como los países que han adoptado el euro no pueden recurrir a la devaluación para disminuir el peso de sus deudas y rebajar el costo de su producción, corren el peligro de una recesión gigantesca. Por eso es llamativa la tendencia que ha despuntado a una devaluación de la libra esterlina, lo que no debería sorprender luego de la nacionalización del Northern Rock. Una devaluación de la libra mete presión al euro, que se supervaloriza. O sea que la crisis monetaria está planteando ya, potencialmente, una dislocación del comercio internacional - y de esa creación adorada del imperialismo, la moneda común europea.
Desacople... en el espacio
En los comienzos de la presente crisis se decía, sin el menor empacho, que la demanda de los países emergentes evitaría una recesión en Estados Unidos.
Pero si las ideas acerca del ‘desacople’ - es decir, que los países atrasados no sufrirían los golpes de la crisis en los países centrales- se demostraran correctas, entonces la crisis sería mucho mayor todavía. Es que al mantenerse por un tiempo prolongado el alza de los precios de las materias primas, se estaría bloqueando el mecanismo esencial de salida a la crisis, que es la masiva desvalorización de mercancías y capitales excedentes. Cuanto más demore esta desvalorización, más aguda será la crisis en los países centrales y, luego, más brutal la desvalorización de las mercancías en los países atrasados.
Ahora que la recesión norteamericana está en marcha, la tesis del ‘desacople’ ha perdido partidarios. Las principales caídas bursátiles han tenido lugar en Asia. El economista jefe de Merril Lynch señaló, respecto a la exposición de los bancos chinos a la crisis hipotecaria estadounidense que "no he observado que los bancos chinos estuvieran comprando papeles ‘subprime’ pero es razonable pensar que el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, en años recientes, fue financiado desproporcionadamente por la vía de productos que rendían mucho margen".9 Es una forma elegante de decir que los bancos chinos están metidos hasta el pescuezo en la crisis norteamericana.
En el caso de Brasil, una firma de análisis señala que el crecimiento de la Bolsa "ha sido alimentado por bancos locales que han recurrido a la liquidez internacional"10, o sea al endeudamiento externo. Con tasas de interés extravagantes y una moneda en constante apreciación, Brasil ha atraído en forma masiva capital especulativo, que deberá emprender la retirada con el agravamiento de la crisis internacional. Un bono brasileño, que vence en 2045, ofrece un 7,5% de interés por encima de la inflación, pero una deuda con Japón paga solamente el 1%; tomar prestado en Tokio para invertir en Sao Paulo se ha convertido en un verdadero negociado para los bancos que operan en Brasil. Las caídas extraordinarias que, episódicamente, protagonizara el mercado de Sao Paulo en los últimos meses, en reacción a los derrumbes internacionales, son una manifestación de su vulnerabilidad financiera.
La revaluación del yen, en los últimos meses, encarece los préstamos que apalancan las inversiones en Brasil. Para valorar la importancia protectora de los 150 mil millones que Brasil tiene en reservas bancarias, habría que conocer el endeudamiento internacional de sus bancos y de sus entidades financieras. En enero, Brasil tuvo una salida de fondos de cerca de 3 mil millones de dólares, "la cifra más alta desde 2000".11 En lo que va del año, unas quince colocaciones financieras han debido mantenerse en suspenso debido a la incertidumbre sobre el resultado. Una crisis en Argentina vendrá, en primer lugar, como consecuencia de una desestabilización financiera en Brasil, que compra el 35% de sus exportaciones. La garantía que sustenta los negocios financieros en Brasil es el crecimiento de los precios de las materias primas, que se ha acentuado desde inicio de 2008. Sin embargo, existe un consenso internacional en que más de un 30% de estos precios responde a operaciones especulativas alentadas por la devaluación del dólar.
La revaluación del yen no sólo tendrá efectos desastrosos para Brasil; el principal perjudicado será el propio Japón. El retorno de los capitales especulativos producirá un retorno de la depresión y la deflación, de la cual Japón no ha podido librarse desde el estallido de la crisis de mediados de los ’80.
En el caso de China, la inflación, que ya llega al 9% anual a pesar de que su moneda nacional se revalúa, está indicando la inminencia de un derrumbe financiero, lo cual anticipa la enorme caída que ha tenido la Bolsa de Hong Kong y en poco menor medida Shangai. Es cierto que China tiene suficientes reservas para respaldar a sus principales bancos, pero valerse de ellas sería una variante de la nacionalización encubierta de la Reserva Federal, o sea que no serviría para darle aire, si hiciera falta, al mercado de créditos.
En los últimos tres meses se ha desarrollado también en China una suerte de crisis inmobiliaria: las acciones de varios desarrolladores inmobiliarios cayeron más de un 50% desde sus picos en 2007 y algunos de ellos podrían declararse en bancarrota.12 China, más que nadie, se ve afectada por la devaluación del dólar, por un lado porque desvaloriza sus reservas, y por el otro porque alimenta la inflación. La revalorización de la moneda china, para contrarrestar la inflación, incrementa el valor en dólares de su deuda interna (y puede llevar a la quiebra a numerosas empresas y bancos) y, del mismo modo, desvaloriza sus activos. China está perdiendo 4 mil millones de dólares al mes entre lo que paga para absorber su emisión de moneda a cambio de dólares y lo que recibe cuando invierte estos dólares en el exterior.13 Según otro cálculo, esta sangría representaría un 5% del PBI de China, unos 70.000 millones de dólares al año.
Para compensar una caída de sus mercados de exportación, China debería modificar radicalmente su actual esquema económico, lo cual afectaría a los capitales internacionales que han convertido a China en una economía de exportación (arma componentes que luego exporta). Es decir que una crisis internacional no dejaría de lado a China; por el contrario, ella sería la más golpeada. En todas las crisis mundiales hasta ahora, al menos desde 1825, las naciones atrasadas o de desarrollo menor conocieron un salto de su industrialización y de su mercado interno debido a la interrupción de la exportación extranjera, pero esto sólo tuvo lugar luego de atravesar por una crisis severa; entre 1930 y 1932, el PBI argentino cayó un fenomenal 15%.
Es precisamente esta experiencia histórica (y en especial la depresión de los años ’30) la que enseña: 1) que el desarrollo interno de los países atrasados tiene lugar después del estallido de la crisis, nunca con anterioridad a ella o con la posibilidad de prevenirla; 2) que cuando ese desarrollo tiene lugar, se agudiza la tendencia a proteger el nuevo marco de autonomía nacional creado por la crisis mundial, en perjuicio de una recomposición del comercio internacional; 3) que solamente cuando la crisis mundial se encuentra en vías de superación (algunas décadas más tarde) se reanuda la interconexión de la economía mundial en una escala superior. En el caso de la depresión del ’30, el retorno a la normalidad entrañó antes al nazismo, el holocausto, la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial con sus cien millones de muertos, la revolución china, el avance del Ejército Rojo hasta las proximidades del Atlántico y varias revoluciones europeas y nacionales (en Asia, América Latina y Africa) traicionadas.
El impacto de la crisis en Europa no solamente se manifiesta en una tendencia a la recesión. La deuda pública italiana, por este motivo, se ha desvalorizado frente a las de otros países de la Unión Europea, lo que ha encarecido el financiamiento de su déficit público. La novedad política de una derecha que va a las elecciones de abril próximo con un programa de proteccionismo económico, en principio contra las exportaciones chinas, refleja el completo impasse del capitalismo de la península. Pero la suma de factores indica que Italia está a la cabeza de una incipiente disgregación de la Unión Europea; Sarkozy ya ha reclamado una política proteccionista a la escala de la UE; en Hungría ya hay fuertes síntomas de un derrumbe financiero. Italia podría acabar uniéndose a Gran Bretaña y los países escandinavos en su rechazo al euro - ese es claramente el planteo del ministro de Economía de un futuro gobierno Berlusconi, Guido Tremonti.
En España y en Gran Bretaña la crisis hipotecaria se acentúa, y con ella la amenaza de crisis para sus bancos. Una gran constructora española, accionista principal de varios bancos importantes, SacyrVallehermoso, acaba de recibir un llamado para cubrir los márgenes entre los préstamos que ha recibido y la desvalorización de sus activos.
La devaluación del dólar, que impulsa Estados Unidos para desvalorizar sus deudas internas e internacionales y mejorar la posición comercial de la producción norteamericana, acentúa la dimensión internacional que la crisis ha tenido desde el inicio. Se trata de una crisis que culmina varios ciclos económicos. El primero, que se inicia a mediados de 2002 con la apertura en gran escala del mercado de China y la transformación de ese país en la correa de transmisión del financiamiento de los déficit norteamericanos (comercial y fiscal). Por medio de China los dólares emitidos por Estados Unidos retornaron para financiar los déficits norteamericanos.
La Reserva Federal financió el superávit chino con deuda norteamericana, que ahora la devaluación del dólar se encargará de licuar. El fin de este ciclo plantea una crisis económica y social sin precedentes tanto en uno como en otro país, y especialmente pone en crisis la restauración capitalista. El otro ciclo que culmina es más largo, el que se inicia a fines de los ’70 con la emergencia de un modo de acumulación de capital centrado en el capital financiero. Este modo tiene su propia patología: "Cuando se observa cuánta deuda agregó este ciclo al sistema en relación con el crecimiento económico, por encima y más allá de lo que ha sido normal en expansiones anteriores, el monto de creación excesiva de crédito suma 6 billones de dólares"14, un monto que es la mitad del producto bruto norteamericano. El dato pone de manifiesto el parasitismo fundamental de la llamada globalización capitalista.
La crisis plantea un principio de "desglobalización" de la economía mundial; la dispersión de los niveles de precios internos respecto de los internacionales es el más alto de la historia. La crisis monetaria en curso va a acentuar este dislocamiento. Lejos de nivelar las condiciones del mercado mundial, se ha acentuado la tendencia a un desarrollo desigual y divergente. El desacople de los niveles de precios deberá acentuar la tendencia al proteccionismo, incluido el sistema de retención de exportaciones de los países productores de alimentos para evitar el encarecimiento de sus mercados internos.
Es evidente para cualquiera que los principales bancos centrales no han hecho siquiera una tentativa de coordinar su acción frente a la presente crisis - o sea que está a la orden del día la consigna de la salvación nacional. Se configura un replay de lo ocurrido luego de la primera guerra y, definitivamente, en la crisis del ’30 - claro que en una escala social y económica muy superior. En resumen, en lugar de un desacople de la crisis tenemos a la vista el desarrollo de una crisis que abarca a todos los países, en distinto grado y con distinto ritmo. Y en lugar de un acople del capital financiero para diseñar una salida global a la crisis, asistimos a un desacople de la economía mundial y a la recuperación de las tendencias nacionalistas.
La "ley de hierro" del capital
Los comentaristas ya no hablan de la posibilidad de evitar una recesión internacional, sino que toman nota de una "crisis financiera sistémica". Crisis sistémica significa deflación de mercancías y capitales y destrucción de riqueza capitalista acumulada. La intervención del Estado se convierte en el recurso último del capital ante la disolución de los mercados. Como lo señala el titular de un artículo del Wall Street Journal: "Entramos en la era de los rescates".15
Lo cierto, sin embargo, es que ninguno de los rescates que fueron proyectados hasta ahora se han concretado, y las rebajas sucesivas de las tasas de interés interbancaria en Estados Unidos, han fracasado. Los propietarios se oponen a que se refinancien los préstamos por sus viviendas, porque no están dispuestos a reconocer una deuda hipotecaria considerablemente superior a los valores inmobiliarios de mercado. No lo quieren las asociaciones inmobiliarias, que estiman que los préstamos refinanciados tampoco serían pagados.
La extensión de los márgenes que tienen las entidades inmobiliarias estatales de Estados Unidos para levantar el mercado comprando los títulos hipotecarios privados en default, choca con las pérdidas cada vez mayores que ellas mismas están sufriendo como consecuencia de la desvalorización de su propia cartera de créditos hipotecarios. El centroizquierdismo norteamericano ofrece como alternativa la puesta en marcha de un gigantesco programa de obras públicas, que al mismo tiempo daría una respuesta al descomunal deterioro de la infraestructura pública en Estados Unidos. Claro que antes habría que dar una salida al derrumbe inminente del mercado de capitales y a la quiebra económica internacional que esto produciría.
Las autoridades norteamericanas se han embarcado, como punto de partida para una salida, en la devaluación del dólar; o sea, en reducir los costos de un rescate interno y descargar la crisis sobre el mercado mundial. Es una aproximación a una crisis del ’30.
Pero aunque la crisis se presenta como un fenómeno financiero ligado al mercado hipotecario, la función del crédito en la economía capitalista es superar los límites que encuentra el capital para su realización y valorización. El crédito extiende el mercado de consumo personal y productivo, y también es una palanca para elevar la tasa de beneficio del capital invertido en la industria. En un determinado punto, esa expansión expresa, decididamente, una situación de sobreproducción. Sin el crecimiento explosivo del crédito inmobiliario norteamericano y sin la inflación de valores de los mercados de crédito y de capital no hubiera habido mercado para la producción de China, y sin esto China no hubiera podido convertirse en un mercado para las mercancías y para la inversión internacional de capital en China.
La sobreproducción se ha manifestado en lo que el Banco de Basilea ha llamado una "huelga de inversiones", con la excepción de China e India, que ahora sufren el impacto de esta sobreproducción, una vez que han agotado las posibilidades de sustituir a la competencia con menores precios. El crédito inmobiliario no solamente fue una enorme palanca para la demanda de consumo personal y productivo (construcción) sino que sirvió también para apoyar el desarrollo de otras formas de crédito que cebaron el mercado de consumo y permitieron la obtención de tasas de rendimiento más elevadas.
Recientemente, el ex secretario de Trabajo de Clinton, Robert Reich, señaló que aunque el poder adquisitivo del salario en Estados Unidos no ha crecido desde los ’70, el consumo lo ha hecho en más de un ciento por ciento. La solución de esta paradoja se encuentra en varios factores. Reich señala, primero, la incorporación de la mujer al trabajo, lo que explica un 35% de ese incremento, aunque Reich no dice que sirvió, por sobre todo, para congelar los salarios en un marco de mayor productividad. En segundo lugar figura la extensión de la jornada laboral, que se ha convertido en la más larga en los países desarrollados.
El tercer factor es el endeudamiento de los hogares, que ha llegado a más del 200% de la remuneración del trabajo; el mercado de consumo norteamericano depende cada vez más menos del ingreso por salarios y cada vez más del crédito al consumo. En el plano financiero, una reducida camada de trabajadores se ha beneficiado de la inflación bursátil e incluso de la de los precios inmobiliarios para acrecentar lo que se denomina el ingreso disponible de los hogares. Sin embargo, con el derrumbe de la riqueza inmobiliaria, el corte del crédito al consumo, las cesantías provocadas por la recesión y el incremento del trabajo de tiempo parcial (peor remunerado), las condiciones económicas del consumo personal se están viniendo abajo y la situación de la clase obrera está sufriendo un cambio que será radical.
La fuerza de trabajo, que recibe ingresos bajo la forma de salarios o de remuneración de un trabajo autónomo, no acumula el valor que crea con su trabajo; lo acumula el capital. Como la fuerza de trabajo, a diferencia del capital, no se autovaloriza, a la larga su endeudamiento acaba con sus ingresos y salarios: el salario pasa a remunerar al capital (bancario), no a la fuerza de trabajo.
La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción, que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El estallido del crédito al consumo (incluido el hipotecario) potencia social e históricamente la recesión económica: socialmente, amenaza con generar una miseria mayor a las crisis precedentes; históricamente, tiene límites mucho mayores para encontrar una vía de salida o, dicho de otro modo, sus vías de salida son más destructivas y (¡sí!) catastróficas.
La siniestralidad urbana y social de Detroit, por ejemplo, la histórica capital de la industria norteamericana, donde la desocupación alcanza al 10% y el derrumbe de la infraestructura pública y edilicia es enorme, es una muestra de la perspectiva social que deja en pie la crisis que se ha abierto en Estados Unidos - donde ya hay 800.000 desalojos de viviendas. No es casual que también en Estados Unidos, hayan comenzado a aflorar de nuevo los planteos proteccionistas de parte de varias tendencias de la burguesía.
Un cambio de condiciones y de percepciones
En el movimiento obrero mundial, lamentablemente, no se ha comenzado siquiera a discutir un programa para esta crisis; pero esto comenzará a ocurrir en breve tiempo. Las nacionalizaciones encubiertas son la oportunidad para plantear la nacionalización de la banca sin indemnización, pues está claro para toda la sociedad que el capital se ha caído como consecuencia de sus propias leyes, y de que no hay lugar para ningún resarcimiento social. Pero la catástrofe que se insinúa deja todavía más clara la necesidad de expropiar a todas las industrias armamentistas o vinculadas con la guerra, para reconvertirlas en beneficio popular.
Sobre la base de la expropiación de la banca y de la industria ligada a la guerra, un programa de obras públicas y de reindustrialización puede ser una salida para las masas. La cuestión de los despidos y de los salarios pasará al orden del día, y ello deberá dar lugar, de nuevo, a una crisis en el esclerotizado movimiento sindical. De todos modos, lo importante es esto: la implosión de la economía de mercado, esa ficción que ha llevado a toda la izquierda mundial a entregarse al capitalismo. El mercado no sacará, no ya a los obreros, sino a los propios capitalistas, de la hecatombe en que se han metido.
El cambio de percepción y de perspectiva para los explotados, en especial en los países económicamente más avanzados, será el fruto más rico de la presente crisis. Se impone, por lo tanto, que la vanguardia obrera inicie un enérgico esfuerzo de deliberación política.
(Publicado en En Defensa del Marxismo, del Partido Obrero, de Argentina, nº 35, marzo de 2008)
Notas
1. RGE Monitor, febrero 2008.
2. Financial Times, 20 de febrero de 2008.
3. International Clearing House, 7 de marzo de 2008.
4. The Economist, 2 de febrero de 2008.
5. Financial Times, 20 de febrero de 2008.
6. Financial Times, 4 de febrero de 2008.
7. The Wall Street Journal, 15 de febrero de 2008.
8. Financial Times, 3 de marzo de 2008.
9. Financial Times, 29 de enero de 2008.
10. Financial Times, 26 de enero de 2008.
11. Financial Times, 11 de febrero de 2008.
12. Financial Times, 14 de febrero de 2008.
13. Financial Times, 31 de enero de 2008.
14. Financial Times, 28 de enero de 2008.
15. The Wall Street Journal, 19 de febrero de 2008.
Fuente: En Defensa del Marxismo, 17 de marzo de 2008.
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