Formando una ronda en la que todos pueden verse y escucharse, los vecinos de los barrios de Zavaleta, Villa 21, Retiro, Boulogne, Bajo Flores, Once, San Telmo, Floresta, San Blas y Tigre hacen algo asombroso: ponen las reglas de los partidos de fútbol popular y resuelven los problemas que hayan surgido. La misma metodología y el mismo coraje utilizan todos los días para solucionar las dificultades de sus barrios.

Una vez al mes, se reúnen las risas y todos aquellos chicos que se entrenan día a día en los potreros de sus barriadas se llenan de ganas de compartir un rato y van a un predio deportivo en Ezeiza a jugar al fútbol, a formar talleres de educación sexual y de comunicación, a tener actividades plásticas, a conocer y a compartir un momento agradable con la gente de los demás barrios, para integrarse, para hacerse amigos y para construir un grupo que los acompañe a divertirse con la vida.

Una gran mayoría de varones llena los micros que llegan al predio con mate, galletitas, canciones y sonrisas. Los delegados de cada categoría -mini, cadetes, juveniles y mayores- reciben de los coordinadores designados en cada cancha el cronograma de actividades. Tanto en fútbol popular como en el fútbol playa, la recreación, el taller de educación sexual, el taller de comunicación comienzan sentándose todos en ronda para, mirándose a los ojos, establecer las reglas y ponerse de acuerdo en qué se va a hacer: límite de la cancha, laterales, duración del partido, cantidad de jugadores o lo que sea. Si durante las actividades surge algún problema, se vuelven a sentar en ronda para discutir y aclarar la situación. Siempre mirando a los ojos a los compañeros. Terminado el partido o el taller, se vuelve a formar el círculo para charlar. Los coordinadores miran los resultados y le dan los puntos al ganador. Eso sí, no se dan premios al fair play porque se parte de la premisa de que no se tienen que necesitar estímulos para ser bienintencionado.

El fútbol popular es una herramienta de desarrollo social porque, como en cada escuela, el fútbol hace amigos, refuerza las relaciones, integra. Si además es popular, es decir, acepta tanto a mujeres como a hombres, ponen las reglas los jugadores, solucionan los problemas entre los protagonistas sin necesitar una autoridad como el árbitro que pueda despertar ganas de insultar, esa herramienta adquiere una potencia impactante.

Al mediodía se paralizan los juegos para almorzar. En el comedor se sirve ensalada, arroz, pizza y pasta, más una botella de agua y una fruta para el postre. Grandes y chicos se mezclan en las mesas. Algunos de los mini corren por toda la sala y conversan con cuanta persona encuentran. Juegan. Cantan. Buscan un cómplice para sus travesuras. Integran a cada uno de los presentes. Terminada la comida, regresan a las actividades a cielo abierto. Los vecinos de los barrios que coordinan las actividades se vuelven a repartir en las canchas, y los chicos retornan a su estado natural: la diversión grupal y compartida. Las pelotas de fútbol vuelven a rodar.

Antes de que empiece a caer el sol, todos los barrios se juntan en una gran ronda de la que nadie pueda ser apartado. Los voluntarios traen alfajores, frutas y jugos para todos. Los delegados de los barrios exponen algunas palabras de alegría por una nueva jornada llevada a cabo.

Cuando llegan los micros, los vecinos vuelven, cantando, jugando y repartiendo mates a sus respectivos barrios para seguir luchando por construir un modelo de vida diferente donde nadie se quede afuera, como pregona la bandera principal de cada uno de los barrios presentes en las jornadas de cada mes.

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Fuente: www.despiertabsas.com.ar