Asqueante doble moral pero políticamente correcto

Mi musa ha despertado en el 2013 y está en un mundo imparable de modernidad y con una tecnología tan extraña y avanzada que descubre un teléfono móvil que suena entre sus ropas y en la pantalla encuentra la aterradora y cruel imagen de su verdugo, de su secuestrador que la acosa con el propósito que nunca conozca el verdadero amor. Después de vida tras vida de castigo, un siglo después, resulta ser su esposo.

La invisible musa pasea en silencio, entra a una casa con varias habitaciones, un sonido llama su atención, mira los espejos y se introduce en ellos y repara en una mujer alta, muy robusta, maquillada, con peluca rubia y rizada, con un lunar negro cerca de sus labios, con largo y elegante vestido, bailando con movimientos bastantes toscos y de pronto la disfrazada siente una presencia invisible, se asusta y siente pánico, abandona el antifaz, peluca, vestido, zapatos y viene la sorpresa más grande, aquella es un hombre con doble moral, un político y es ni más ni menos que el esposo de la protagonista de está crónica. El individuo presuroso se pone un traje, retira el maquillaje y pretende ir a sus funciones de caballero formal y legalista que intenta hacer lo políticamente correcto ante su propia hipocresía, los golpes tan fuertes de la vida, las recriminaciones de una religión sin salida y de un podrido y sancionador círculo social.

Los Heraldos Negros, poema que voy leyendo camino a Zaragoza, mientras veo a lo lejos el verde infinito, de un amplio horizonte campestre y no puedo evitar la creación de mi propia historia, buceo al pasado, imagino a mi musa, antes de entrar en el oscuro laberíntico del tiempo.

En esos parajes, la probanza del dolor, en un mundo tan alejado de la bondad.

Perdida, triste y deprimida, tal vez, puedo cambiar el nombre y edad a la mujer que imagino en un torbellino violento, envuelta en líos de vida y muerte, de gloria y sangre, de psicópatas y delincuentes y su frustración de no poder salir corriendo por una de tantas puertas cerradas con candados de bronce, hierro y cobre.

Mi musa se siente humillada, rompe a llorar, quiere convertirse en una mariposa azul y libre, volar, encontrarse con el inmenso jardín y además sueña con mil rosas rojas con la esperanza que los pétalos no marchiten ni sean arrastrados por el viento.

Concurre entonces a una majestuosa residencia, parece un palacio, usa sus poderes ocultos y por unas horas se convierte en una lámpara de cristal, desde lo alto del recinto observa todo, las conversaciones, ella es íntegra luz y se enciende al escuchar tantos acuerdos de mentiras, contratos criminales y negocios de corrupción, su corazón se oprime, mientras observa una dama en su esplendor tomada de la mano de su verdugo y es ella misma que ha tenido un desdoblamiento, ha podido ver a lo lejos la desesperación en su propia mirada de contar los segundos para huir de aquél ser sin alma que se ha convertido en su esposo y la tiene atada.

Ella indignada invoca la fuerza de seres sobrenaturales, no aguanta más, se desvanece la magia, las luces se apagan, caen los cristales, llega la oscuridad, entonces aprovecha el difuso movimiento de los invitados, suelta la mano de su opresor y algo con más poder que el propio latido del universo, la convierte en su anhelo: una mariposa, y de pronto la veo cerca de la luna del tren con rumbo hacía el jardín verde y yo sigo leyendo y susurro: ¡Hay golpes en la vida, tan fuertes...¡Yo no sé!