Omar el-Mukhtar

En la comedia de equivocaciones del pequeño teatro de la política, el primer actor Renzi ha dicho que «Italia hará su parte» en Libia.

Por consiguiente, en cuanto el Pentágono declaró que Italia hará el «papel de guía», Renzi declaró que «la misión militar italiana en Libia no está en el orden del día», cuando en realidad esa misión ya comenzó, con las fuerzas especiales que el parlamento italiano puso a las órdenes del primer ministro. Y para dar la luz verde oficial, el primer ministro Renzi espera por la formación, en Libia, de «un gobierno súper-sólido que no nos haga repetir los errores del pasado». Echemos un vistazo al pasado, mientras esperamos que el espejismo de un «gobierno súper-sólido» aparezca en el desierto libio.

En 1911, Italia ocupó Libia con un cuerpo expedicionario de 100 000 hombres. Poco después de su desembarco, el ejército italiano fusiló y ahorcó a 5 000 libios mientras que deportaba a miles.

En 1930, por orden de Mussolini, la mitad de la población de la región libia de Cirenaica fue deportada a unos 15 campos de concentración, mientras que la aviación italiana trataba de aplastar la resistencia bombardeando las aldeas con armas químicas y el ejército italiano desplegaba 270 kilómetros de alambradas para rodear toda la región. El jefe de la resistencia libia, Omar al-Mukhtar, fue capturado y ahorcado en 1931. Luego comenzó la colonización de Libia en el plano demográfico, mediante la ocupación de las tierras más fértiles y el desplazamiento forzoso de la población hacia tierras áridas.

A principios de los años 1940, la Italia derrotada fue reemplazada en Libia por Gran Bretaña y Estados Unidos. El emir Idris al-Senussi, convertido en rey por los ingleses en 1951, concedió a esas dos potencias el derecho de utilizar bases aéreas, navales y terrestres en suelo libio. A las puertas de Trípoli, Wheelus Field se convirtió en la base aérea y nuclear más importante de Estados Unidos en el Mediterráneo.

En 1956, el rey Idris firmó con Italia un acuerdo que disculpaba a ese país europeo por los daños causados en Libia y permitía que la comunidad italiana conservara su patrimonio. Los yacimientos petrolíferos libios, descubiertos en los años 1950, acabaron en manos de la empresa británica British Petroleum, de la estadounidense Esso y de la italiana
Eni. Duramente reprimida, la rebelión de los nacionalistas desembocó en 1969 en el golpe de Estado –sin derramamiento de sangre y de corte nasserista– de los «oficiales libres» encabezados por Muammar el-Kadhafi.

La monarquía fue abolida, la Yamahiriya Árabe Libia obligó a Estados Unidos y Gran Bretaña a salir de las bases militares y nacionalizó las propiedades extranjeras. Durante las siguientes décadas, Libia alcanzó, según el Banco Mundial, «altos indicadores de desarrollo humano», con un crecimiento del PIB de un 7,5% anual, un alto ingreso medio por habitante, acceso universal a la instrucción primaria y secundaria y un 46% de acceso a la enseñanza superior. Más de 2 millones de migrantes africanos encontraban trabajo en Libia. Ese Estado, que constituía un factor de estabilidad y desarrollo en el norte de África, había favorecido con sus inversiones el nacimiento de organismos que habrían posibilitado la autonomía financiera y el surgimiento de una moneda propia de la Unión Africana.

Estados Unidos y Francia –como ha podido comprobarse en los correos electrónicos de Hillary Clinton– decidieron impedir «el plan de Kadhafi de crear una moneda africana», que hubiese sido una alternativa al uso del dólar y del franco CFA. Para ello, y para apropiarse del petróleo libio, la OTAN –bajo las órdenes de Estados Unidos– iniciaba la campaña contra Kadhafi, y en Italia la «oposición de izquierda» italiana estuvo en primera línea de esa campaña. El resultado fue la destrucción del Estado libio, que también fue atacado desde adentro con grupos terroristas y fuerzas especiales.

El subsiguiente desastre social, que está dejando más víctimas que la guerra misma, sobre todo entre los migrantes, abrió la puerta a la reconquista y la partición de Libia, donde ahora vuelve a desembarcar una Italia que, pisoteando su propia Constitución, reactiva su pasado colonial.

Fuente
Il Manifesto (Italia)

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio