Dentro de la Unión de Industriales y Empresarios de Rusia (UIER), que es la mayor asociación empresarial del país, ha empezado la primera fase explícita de la lucha aguerrida por el poder.

Los miembros de la cúpula directiva de esta organización han incluido en la agenda de su reciente sesión, celebrada a puertas cerradas, el problema del relevo en el cargo de presidente de la UIER, desempeñado por Arkady Volsky desde el momento de su fundación, es decir, a lo largo de estos últimos quince años. El denominado «problema de liderazgo» en la UIER, desde que trascendió al debate público en agosto pasado, suponía una revisión radical de la estrategia aplicada hasta la fecha, así como un intento de establecer ciertas reglas del juego civilizadas en las relaciones con el Gobierno.

Los miembros del Buró sugieren que la Junta Directiva confirme en la presidencia de la UIER a Alexander Shojin, quien encabeza la Coordinadora de Asociaciones Empresariales de Rusia y el Consejo de Supervisión dentro del fondo de inversión ruso Renaissance-Capital. Sin embargo, muchos empresarios admiten que el próximo viernes, cuando está prevista la reunión de la Junta Directiva, podrían surgir algunas sorpresas desagradables.

Las intrigas en torno a la promoción del nuevo líder se habían prolongado por varios meses. El punto culminante fue la votación secreta en la sesión del Buró, cuyos miembros debían determinar a la candidatura más fuerte para la presidencia. A los participantes de la reunión se les entregaron 26 papeletas del voto (hay un total de 27 miembros pero Mijaíl Jodorkovsky, ex jefe de la petrolera Yukos, estaba ausente) con tres renglones. En el primero aparecía el nombre de Alexander Shojin; en el segundo, Igor Yurguens, quien fue vicepresidente de la UIER durante cuatro años y en enero pasado se fue a Renaissance-Capital; y en el tercero, que estaba vacante, los votantes podían poner al candidato que creyeran conveniente.

Como resultado, Yurguens obtuvo 98 puntos en la votación; Shojin se quedó con 93; y un tercer representante de Renaissance-Capital, el presidente del Consejo de Directores de esta empresa Oleg Kiselev, consiguió 31 puntos. El desenlace de la votación fue una sorpresa porque a Shojin le habían considerado como favorito y, según algunos rumores, incluso habían acordado su candidatura con el Kremlin. Pero Arkady Volsky, curtido en el antiguo aparato soviético, supo hallar los instrumentos necesarios para cambiar la situación a favor propio.

Contrariamente al acuerdo pactado en la trastienda, mediante el cual Volsky debía quedarse tras la elección del nuevo líder en el cargo de presidente de honor, él decidió llevar el asunto hacia la división interna. Le respaldan los miembros de la Junta Directiva, en su mayoría, los denominados «directores rojos» reconvertidos a grandes empresarios gracias a la privatización de las entidades públicas a principios de los 90.

Como ex funcionario del aparato del PCUS y representante de la vieja nomenclatura partidista, Volsky es un candidato más entrañable para ellos. El Buró de la UIER, en cambio, está controlado por los magnates del negocio ruso. Precisamente ellos iniciaron en primavera pasada la polémica sobre el relevo del líder, convencidos de que el diálogo entre los empresarios y el poder se encontraba atascado por la inactividad de Volsky, más que por el famoso ’caso Yukos’.

Volsky cumplía bien con sus obligaciones en la época yeltsiniana, cuando los oligarcas representaban en Rusia una especie de Gobierno en la sombra, presionaban sobre la toma de las decisiones más importantes en el Kremlin y pagaban, según el testimonio de algunos diputados, por la adopción de leyes convenientes para el negocio. Cuando el régimen se hizo más fuerte y Vladímir Putin proclamó una postura equidistante con respecto a los magnates, la UIER empezó a perder rápidamente su potencial lobbista.

Varios empresarios poderosos, tales como Friedman, Lisin, Potanin y Evtushenkov, llegaron a exigir en primavera pasada la dimisión de Volsky. Tras complicados juegos corporativos, Volsky aceptó retirarse con honores y a condición de que la candidatura del sucesor fuera acordada con él.

Todo parece indicar que Alexander Shojin se ha apresurado a tomar posesión del cargo. En una de las entrevistas recientes, él declaró sin tapujos que el problema de la UIER se limita a la figura de su actual presidente. «La única cosa que puede Volsky es reaccionar a los sucesos, mientras que hace falta anticiparse a los problemas que se plantean ante el negocio, estar siempre un paso por delante» - afirmó él. Ofendido, Volsky llamó a sus partidarios en la Junta Directiva a votar en contra de Shojin. La posibilidad de un conflicto entre los miembros del Buró y los de la Junta Directiva motivó a muchos empresarios influyentes a cambiar la postura el día de la votación y respaldar la candidatura de Igor Yurguens, que parecía reconciliatoria, aunque la sesión del Buró había mostrado clara preferencia por Shojin.

Resulta difícil predecir los ánimos que se impondrán el próximo viernes, cuando en Moscú se hayan reunido los miembros de la Junta Directiva, integrada mayoritariamente por los representantes de las medianas empresas. Solamente el Congreso de la UIER sería capaz de «eliminar» a Volsky, de manera que si él decide prescindir de los acuerdos previos, ni el Buró ni la Junta Directiva estarán en condiciones de hacer nada al respecto. Todo ello, a pesar de que semejante evolución de los acontecimientos - y es algo evidente para todos - supondría una quiebra de la UIER como lobby de las grandes empresas que generan un 85% del PIB. Los empresarios más influyentes del país difícilmente se resignarían al hecho de que no deciden nada, así que la asociación acabaría por desintegrarse.

Sin embargo, este guión parece poco factible debido al elevado instinto de autopreservación que es típico para los hombres de negocios. Lo más probable es que la Junta de Directores de la UIER evitará implicarse en un conflicto directo con el Buró, por lo cual Volsky será apartado del cargo.

Este hervidero de pasiones en torno a la UIER es una prueba muy elocuente de que la era de los «oligarcas», acostumbrados a manipular el régimen, está tocando fondo en Rusia. Hoy en día, es un imperativo vital para los empresarios mantener con el poder un diálogo transparente.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)