El ingeniero Blumberg volvió a ocupar el centro de la escena mediática. Entró a ella por la ventana, subiéndose al banquito -otra vez- de una muerte trágica. La de un joven de familia adinerada, sin problemas de salud, con una historia clínica intachable en el Hospital Alemán, según declaró el padre del chico muerto en Barrio Parque. Como si para merecer justicia hubiera que tener una obra social solvente, y un historial médico sin grandes sobresaltos, excepto una intervención bucal, como también detalló el padre de Matías. Peor: como si gozar de una obra social ventajosa, y hacer vida sana, y practicar deportes, y veranear todos los años en Villa La Angostura, y haber recorrido el mundo aprendiendo los buenos valores occidentales, hicieran a una víctima más víctima de la injusticia y la crueldad de una muerte tan absurda, y por ende quienes reclaman por ella tuvieran, a priori, razón.

Porque las víctimas siempre tienen razón; claro, siempre y cuando pertenezcan a una clase acomodada, y sus reclamos y exigencias no atenten contra el orden social existente, y los vínculos del denunciante sean poderosos y hasta estrechos con el masserismo, como se ha revelado periodísticamente. Entonces, surge el bueno de Blumberg, con su pinta de pastor del pueblo donde vivía la familia Ingalls, y requiere entre llantos la baja en el límite de edad de inimputabilidad. Como quienes habrían tirado una piedra (si es que efectivamente hubo una piedra y además con intencionalidades homicidas) contra la humanidad de Matías serían menores, el pensamiento cavernícola que encarna el ingeniero demanda al Estado más presencia policial y un drástico descenso en el límite de edad necesario para procesar penalmente a los menores. La sociedad boba, entonces, decodifica ese modus operandi de los medios y estigmatiza a toda la juventud. Ergo, el enemigo son los jóvenes y Blumberg es nuestro salvador.

Ante los desbordes sociales, ante tanta violencia acumulada tras muchos años de capitalismo salvaje, ante tanto odio sugerido desde las alcantarillas del neoliberalismo que la clase social de Blumberg disfrutó, el ingeniero de marras opta por mirar hacia abajo buscando potenciales nuevos objetos de la Justicia Penal. Los comentaristas políticos refieren que Blumberg estaría cerrando un acuerdo político con el líder de la derecha Mauricio Macri, que le aseguraría una importante candidatura en las siguientes elecciones. Entonces, todo cierra.

Sin embargo, el ingeniero no debiera mirar tanto hacia abajo en la escala social, sino desviar su atención más hacia el costado. No dice el ingeniero, que la misma policía que, según él, no puede actuar porque las decisiones legislativas se lo impiden, en la noche anterior a la muerte de Matías, torturó salvajemente a tres militantes populares, ensañándose con uno de ellos por ser hijo de desaparecidos. Sus nombres, señor Blumberg, son Juan Manuel Martínez, Javier Pita y Rubén Carbonel, a quien sus compañeros llaman “El Cuervo”. Martínez tiene el intestino perforado y tuvo que sufrir una intervención quirúrgica de urgencia debido a una infección producida por los golpes y el tiempo transcurrido sin intervención médica. Ocho horas estuvo vomitando y doblándose de dolor en la celda de la Comisaría 30ª, en Barracas, sin que los oficiales de guardia llamaran a un médico, señor Blumberg. Y usted no dijo nada. Veinte centímetros de intestino tuvieron que sacarle a Juan Manuel, y usted por única respuesta tiene ese reclamo antihumano que no es otro que proceder lentamente a electrificar los jardines de infantes, señor Blumberg. Quienes torturaron a los compañeros, que forman parte de una organización social que desarrolla tareas políticas, el MTD Evita, fueron agentes de civil, que actuaron bajo la mirada de los oficiales de la Comisaría 30ª. Los compañeros denunciaron que el autor de las patadas al estómago de Martínez, es un lumpen que roba para la cana y goza de protección de la Comisaría de la calle General Hornos, a cambio de hacer el trabajo sucio de la seccional, en este caso torturar a militantes populares que pretenden ocupar una vivienda deshabitada desde hace veinte años para instalar allí un comedor comunitario.

Pero usted, señor Blumberg, estaba atareado con el caso Matías, acomodándose la barba de dos días para salir por Canal 9 y posando la congoja en la voz para sus apariciones en Radio 10. No crea, sin embargo, que le estamos reclamando su atención. Sabemos perfectamente qué intereses de clase defiende usted, y por qué otros tan distintos luchamos nosotros, junto a Juan Manuel, Javier, Rubén y tantos otros que a usted le erizan la costra. Advierta, no obstante, que no sólo los militantes ya entendemos sus motivaciones políticas. Millones están dispuestos a no encender nunca más sus velas, señor Blumberg, ni a firmar sus confusos petitorios antihumanos. Estamos más ocupados en la vida, en los sueños de otro país, en la concreción más urgente que nunca de la justicia y la libertad del trabajo para todos y para todos los mismos derechos económicos, aunque eso no asegure el voto del argentino promedio, ése que usted intenta seducir con sus repetidas apelaciones a la seguridad, el miedo y la muerte.