Haroldo Conti (1925 – “desaparecido” por la dictadura militar en 1976) volvía, sí, de cada una de esas experiencias, con las novelas “Sudeste”, “Alrededor de la jaula”, “En vida” y “Mascaró, el cazador americano” o sus libros de cuentos “Todos los veranos”, “Con otra gente” o “La balada del álamo Carolina”, o sus relatos sueltos, o sus artículos en la revista Crisis. Pero volver a la literatura no era separarse de la gente. En sus libros, el paisaje estaba centrado en el hombre: el Boga de “Sudeste”, el tío Agustín de “Las 12 a Bragado”, el niño Milo de “Alrededor de la jaula” o el Oreste, el alter ego de Conti de “En vida” y “Mascaró, el cazador americano”.

Un paisaje que empieza en la riqueza y memoria cultural de un pueblo bonaerense y que se va desplegando hacia los ríos, el país profundo y, luego, el vasto territorio latinoamericano. Y que fluye desde, quizás, una resignada y piadosa desesperanza hasta el optimismo de su última novela, “Mascaró...”, en los años de la utopía.

Pero es difícil encasillar a Conti en una estética realista-naturalista, mucho menos en el pintoresquismo. Su camino es el reconocimiento, primero, de una realidad al detalle, para aspirar entonces, desde los libros pero sobre todo desde su compromiso vital, a una transformación, a una trascendencia de lo humano.

También es difícil encasillar a Conti en una generación. Comenzó a publicar a comienzos de la década del setenta, ¿pero se lo puede referir como un escritor integrante de la llamada Generación del cincuenta y cinco? Es cierto que coincidió temporalmente con aquellos escritores, influido por las mismas variables político-culturales: la caída del peronismo, cierta incidencia sobre todo de las narrativas de Estados Unidos, Francia y España, la Revolución Cubana, el boom de la novela latinoamericana y el auge del marxismo en la región, los debates (o la actitud “parricida”) con Borges y Cortázar...

Pero todo esto se hace relativo frente a una escritura donde la relación entre el paisaje y los humanos va más allá de cualquier realismo o costumbrismo, donde la clave pasa por esa “entrañable comprensión de la cultura popular más que nada suburbana, de esa zona fronteriza entre las grandes ciudades y lo propiamente campesino”, donde “bajo la aparente inmovilidad provinciana subyacen tensiones a menudo inadvertidas para ojos poco sagaces, como por ejemplo las que provienen de los sucesivos desencuentros y reencuentros entre el ritmo de la vida humana y el de la naturaleza”.

Tuvo dos mujeres, dos hijos, una hija y amigos por donde quiera que hubo andado. Conoció premios importantes en la Argentina, en América latina y en Europa. Tenía 50 años cuando se lo llevaron, como a Walsh, Santoro, Bustos, Dorronzoro, “Pirí” Lugones y tantos otros. Su amigo, el escritor Humberto Constantini -con quien alguna vez se peleó en la SADE para convertirla en una herramienta del cambio que buscaban- imaginó, al volver del exilio, que si Conti hubiera seguido viviendo, su narrativa se habría volcado a los paisajes del mar. Otro amigo, Aníbal Ford, aventura que habría continuado con algo que ya había comenzado a experimentar: una poética que se traspasaba de la literatura al periodismo y otras formas de testimonio.

“Mis novelas -afirmó Haroldo una vez- son bastante testimoniales, aunque uno al decir testimonial piensa enseguida en el testimonio de un marco social o político. Yo doy el testimonio de un hombre, y a través de él enfoco el contorno; generalmente doy testimonios de soledades. Creo que tocando la soledad de un hombre, se toca la soledad de muchos o quizá de todos”.

Su fin prematuro e impune impide corroborar estas hipótesis sobre un desarrollo literario ulterior. Pero su historia y sus libros permiten saber que el compromiso de Haroldo Conti existió a lo largo de toda su vida, solitario, en los hechos más básicos y por lo mismo más genuinos de la vida cotidiana.

Hacia sus últimos años, Conti buscó su camino en una lucha política clara, abierta y definida; apoyó la Revolución Cubana, cuyo descubrimiento in situ lo deslumbró, y la tarea del sindicalista Agustín Tosco y los frentes legales que adherían al Partido Revolucionario de los Trabajadores en la Argentina. Pero quienes conocieron a Haroldo afirman que estaba en las antípodas del dogmatismo. Como su literatura, Conti era un humanista. Como narrador, un regalador incurable de solidaridades sin banderías:

“Me reconozco en las pequeñas cosas y las pequeñas vidas sin residuo de historia. En el inmenso tejido de los acontecimientos, de los gestos y de las palabras de que está compuesto el destino de un grupo humano. Prefiero quedarme, a riesgo de perderme con ellos, con el gesto y la palabra y no con el resumen, el hito o la pauta. Y acaso parte del compromiso o de la tarea consiste en eso. En contar una historia de los hombres y no la Historia a sacas".

# Nota extraída del libro “Historia crítica de la literatura argentina”.