La honestidad de su pueblo, la melancolía de la mística ypfiana que aflora en sus dichos, son pruebas de las ganas de volver a creer en esa región tan rica y que, después de tantos saqueos, se hizo tan ajena para sus propios hijos.

Belleza única y al alcance de la mano de todos, sin embargo, Caleta Olivia, se convirtió en riquezas para otros.

Ahora, entonces, el paisaje es una metáfora de lo existencial. Una porfiada insistencia que pugna por volver a ser. Que la belleza y la riqueza sean de sus habitantes y no de los que hicieron negocios sin consultarlos.

La vida en Caleta Olivia, como en varios puntos de la geografía argentina, ofrece postales de desesperación rodeadas de una naturaleza exuberante y cada vez más extraña a los nacidos y criados allí.

Familias que crecen sobre riquezas y bellezas ajenas. Consecuencia del robo acumulado, de la traición política cargada de cinismo. Galpón de chapas, techo de nylon, sin agua ni luz eléctrica, simula ser una casa del barrio “25 de Mayo”, una vivienda donde están Silvia Matus y Marcelo Arroyo, junto a sus tres nenas que tienen entre cuatro y siete años.

Dicen los papás de las chiquitas que cuando "caen dos gotas o llueve, es todo un drama. Se nos moja todo lo poco que tenemos y nos tenemos que autoevacuar y alojarnos en casas de amigos o parientes hasta que pase la lluvia", denuncian y sus voces dejan de ser números que nadie lee pero que poco se oyen ante la sordera construida en los mismos años del despojo.

"Hace cuatro años que deambulamos por los pasillos sin ningún tipo de respuestas, lo que es realmente vergonzoso ya que a los familiares, amigos y hasta los propios funcionarios les hacen hacer casas por cooperativa o les dan una casa por el instituto de la vivienda y eso no sería tan grave pero muchas de las casas las hacen con el fin de alquilarlas, tornando las cosas de castaño a oscuro", denuncian Silvia y Marcelo, con la valentía que nace de las caritas y las urgencia de sus tres chiquitas.

“Estoy cansada de ver a mis hijas como sufren, el frío, el tema de la tierra, del agua cuando llueve, no tengo un baño y mis chicas hacen las necesidades en una lata", remarca la mamá e indigna la descripción de tanta pobreza sobre un territorio rico en riquezas y bellezas como pocos en el mundo.

La respuesta que reciben es que deben esperar. Esperar hasta más allá de la desesperación.

Silvia, Marcelo y sus tres nenas son hijos de esa desesperación nacida de la tierra mal vendida por unos pocos, los sabios en sorderas planificadas, los dueños del tiempo, los que siempre piden paciencia mientras se multiplican las llagas en medio de bellezas cósmicas cada vez más ajenas, como sucede en la melancólica Caleta Olivia.

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