La publicidad llega por ese reconocible vínculo con lo cotidiano. La muchachada queriendo repetir en las canchitas de cualquier punto de la geografía las piruetas artísticas de sus máximos ídolos. Las postales de los equipos de barrio o conformados con los compañeros del laburo o de estudios terminan fundiéndose en la selección nacional y entonces, allí si, la frase: "Háganlo por todos los que no llegamos" y la entrañable música del mundial de Italia. Un acierto publicitario.

Pero una nueva muestra de esa notable lupa para mirar la sociedad argentina que es el fútbol. Pasión de multitudes al servicio de la pasión de multinacionales y grandes grupos económicos vernáculos.

Cientos de pesos por minuto factura la empresa CTI, mientras que la mayoría de los hinchas efectivamente no llegan a empatarle al fin de mes.

Algo contrario a lo que sucede con la suerte de los pibes que están en el plantel de la selección, casi todos exiliados por voluntad propia de la geografía en donde la pasión por la pelota nos deja como espectadores que siempre se quedan del otro lado de la línea de cal, de la fosa, del alambrado, mirando, alentando o sufriendo, cómo otros, muy pocos, se quedan con el mejor resultado en la cancha grande de la historia nacional. Y con una consigna impuesta a fuego: las reglas de juego son inmodificables.

"...los que no llegamos" no solamente es una metáfora del juego sino una realidad histórica que parece inmutable. El país de las mayorías es aquel que se mueve de acuerdo al capricho de las minorías que se quedan con treinta veces más de lo que reciben los expulsados, los excluidos, del campeonato cotidiano de la argentinidad.

Los que llegaron, los que forman parte de las ganancias de CTI, por ejemplo, son el diez por ciento de la población total y se engullen casi el cuarenta por ciento -ellos solitos- de todo lo que producen los que son más, el otro noventa por ciento, los que efectivamente no llegan a hacer realidad sus sueños.

Y mientras la publicidad de CTI muestra y reafirma la permanente promesa de felicidad para los que son más y la exclusiva realidad de ganancias para los privilegios, decenas de horas televisadas desde Alemania tapan la suerte de los que no llegaron, especialmente en el interior del país.

No hubo transmisión en directo de la manifestación y movilización de los pueblos originarios del Chaco, en uno de los más emotivos y concretos actos de dignidad que ha mostrado la realidad argentina en los últimos años. Tampoco hay demasiadas imágenes ni comentarios sobre los que no llegaron a completar la necesaria dieta para alimentarse y son menores de catorce años luego de las cifras sobre indigencia infantil que informara el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. La luminosa y permanente transmisión del vacío alemán que enseña a los que llegaron, a los pocos privilegiados que, en realidad, no lo hacen por los que no llegaron, sino para mantener las cosas al cual están.

Ahí en los arrabales, ahí en los potreros, ahí entre los amigos podemos ser felices, hacer de cuenta que celebramos igual que ellos, los que sí llegaron, mientras los que son más siguen gozando con la promesa de que algún día llegará la gran victoria que otros protagonizarán. Esos otros que siempre tienen que hacerlo por los que no llegaron.

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