Pero es este sinsentido lo que ha sucedido y sucede cada año con Cuba, y seguramente en alguna medida con otros países, en esa Comisión que cada año discute en Ginebra.
Lo que le quieren quitar a Cuba es lo mismo que no quieren que tengan otros, en América Latina y en el resto de los países periféricos del mundo:

• Que no haya una sola persona que tenga que acostarse un día sin comer, aunque no se coma bien todos los días ni se tenga acceso a los disfrutes de la gastronomía.

• Que no haya enfermo que quede sin atención médica y medios de prevención, aunque sea insuficiente el equipamiento, afecte la falta de recursos, y la escasez de medicamentos obligue a incómodas racionalizaciones.

• Que no haya quien carezca de un techo bajo el cual abrigarse y un lugar para dormir, aunque sea frecuente que dos o más familias tengan que compartir el espacio de una, y que el deterioro de la vivienda llegue a ser apreciable, en tanto la capacidad de construcción no pueda alcanzar a la demanda que crece.

• Que no haya familia que no pueda educar a sus hijos, desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, sin que se vean en la disyuntiva de tener que interrumpir sus estudios para incorporarse al mercado laboral, para contribuir, aunque sea precariamente, a la subsistencia familiar.

• Que no exista ciudadano o ciudadana en edad laboral sin la posibilidad de un empleo remunerado, aunque los salarios sólo alcancen para asegurar niveles de vida muy austeros.

• Que ni una sola familia, por humildes que sean sus condiciones de vida, esté privada de un funeral digno para sus seres queridos, sin que un negocio de la muerte los lleve a endeudarse por años.

• Que nadie tenga que vivir en la zozobra de unas finanzas domésticas que nunca alcanzan, sin saber si podrán pagar los gastos de salud, la educación de los hijos, la vivienda, el pan de cada día o el funeral de la abuela.

Podría ser mayor el inventario, pero no hace falta. Sólo intento pasar revista al balance entre lo que se nos quiere quitar y lo que se nos quiere dar, porque la resolución que año tras año los representantes del más encumbrado y abusivo de los poderes imperiales de la historia humana hacen votar contra Cuba, presume de dar algo que les falta a los cubanos y oculta la verdadera intención: quitarle a los cubanos lo que ya han logrado conseguir. No sólo sin su ayuda, sino a pesar de los obstáculos y agresiones a que los han sometidos durante casi medio siglo.

Causa mucho dolor, e incluso vergüenza, ver en Ginebra a representantes de países que tienen que padecer hasta el flagelo del hambre, plegarse a las presiones de Estados Unidos para condenar al sistema cubano. Países que, en sentido opuesto, votan año tras año en la Asamblea General de Naciones Unidas por el levantamiento del bloqueo norteamericano a Cuba y, sin embargo, en Ginebra no alcanzan a resistir las presiones humillantes de que se les hace objeto y terminan dando su voto a la infamante escaramuza hegemónica armada por el imperio: como si no vieran qué es lo que se le quiere quitar a Cuba y no se quiere que otros tengan, más allá de lo que en Cuba falte.
Subrayo, lo que no se quiere que otros tengan, porque en el fondo esa condena de año tras año no va dirigida contra Cuba solamente. Yo diría que ni principalmente. Va dirigida a un concierto de países sometidos a un estado de dependencia para cuyos pueblos el imperio ha decretado, hace mucho, que no hay oportunidades de justicia, seguridad, equidad y paz. Por eso, es particularmente triste ver que los representantes de muchos de esos países acaben alineándose en contra de sus propios intereses, y no sólo contra Cuba.

Tampoco quiero decir que en Cuba no falten cosas, en el plano material o en el institucional. Pero lo que no puede aceptarse siquiera es la discusión a partir de la agenda de quien quiere privar de todo. Especialmente cuando es, en el fondo, contra esa agenda que votamos abrumadoramente cada año en la Asamblea General, sin que el imperio quiera siquiera darse por enterado.

En Cuba no pueden exhibir crimen político, torturas, desaparecidos, un nivel de violaciones en las cuales nuestros acusadores incurren, y ya ni siquiera pueden disimular. Y no tienen otro argumento que centrar la atención en una casuística, muy polémica por cierto, de restricciones a la formación de una oposición organizada. Lo desproporcionado de esta agenda evidencia que lo primero que nos quieren quitar es la soberanía. Y por supuesto se trata también de algo que no se quisiera que otros tengan. De hecho, aquí se trata de algo que quisieran que nadie tenga, ni siquiera sus principales aliados. Es una visión de la soberanía que sólo admite un soberano, como demuestra la ruta que va de Kosovo a Iraq.
Esta es una discusión que no se limita a Ginebra y al caso de Cuba. Ginebra tiene que cambiar. La agenda de la discusión de los derechos humanos tiene que cambiar, porque en los últimos años está creciendo el mapa de las resistencias, y lo que hoy hace la Comisión de Ginebra se vuelve anacrónico