Aunque la acción no fructificó, el revés no descalificó al método. La lucha guerrillera en la Sierra Maestra que condujo al triunfo de la revolución lo corroboraron.

Lo brillante del triunfo, el carisma y la personalidad de sus protagonistas, unido a la necesidad de cambios políticos prácticamente en todos los países de la región, provocaron un debate que duraría más de 10 años, acerca de la viabilidad de la lucha armada.

Aunque en varios países lo intentaron, sólo los sandinistas lograron triunfar por esa vía armada, mientras los éxitos de los revolucionarios salvadoreños obligaron a Reagan a emplearse a fondo y realizar una virtual intervención directa para evitar que el Frente Farabundo Martí completara la tripleta.

Aunque una y otra vez se ha acusado a la Revolución Cubana de exportar la revolución, lo cierto es que Cuba, que durante casi cincuenta años ha actuado en defensa propia y, aunque nunca ha ocultado su solidaridad con el movimiento de liberación nacional y las luchas antiimperialistas, sólo es responsable por haber levantado un paradigma y probado de que bajo determinadas circunstancias, la lucha armada es una alternativa viable.

Una vez alcanzado el poder ante la vanguardia revolucionaria se planteó la alternativa de qué hacer para cumplir su programa y honrar la palabra empeñada, para lo cual era indispensable recuperar las riquezas nacionales, quebrar la resistencia de la oligarquía y el capital extranjero y poner fin a la condición de semicolonia de los Estados Unidos.

Como mismo había ocurrido el 10 de marzo, aunque en otra dimensión, ante el liderazgo cubano se planteó la alternativa de deponer los proyectos de justicia social e independencia nacional a que estaba comprometida o asumir la confrontación con los Estados Unidos y sus lacayos y avanzar por otros caminos.

La senda escogida, condujo al socialismo y al establecimiento de alianzas con las fuerzas que entonces, encabezadas por la Unión Soviética, representaban una alternativa frente al poder de las oligarquías y a la dominación norteamericana.

Otra vez Cuba, sin pretenderlo, devino un paradigma que hasta hoy no ha sido desmentido.

Si bien Cuba no es un paraíso ni su pueblo vive épocas de bonanza material, tampoco ningún otro país lo es, ni siquiera aquellos que cuentan con enormes territorios, niveles de desarrollo industrial más elevados y enormes riquezas naturales.

Además de que en ninguna parte se registran los avances sociales alcanzados por la isla, no existe una cohesión tan mayoritaria ni proyectos mejores, tampoco ningún país es más independiente que Cuba ni tiene mejores perspectivas.

Como parte de su constante renuevo, en la celebración del 54 Aniversario del 26 de Julio, Raúl Castro ha recordado el concepto de revolución elaborado por Fidel Castro, que ha dicho:

“Revolución es sentido del momento histórico.

Es cambiar todo lo que debe ser cambiado.

Es igualdad y libertad plenas.

Es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos.

Es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos.

Es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional.

Es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio.

Es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo.

Es luchar con audacia, inteligencia y realismo.

Es no mentir jamás ni violar principios éticos.

Es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.

Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”

No obstante, que este pensamiento se corresponde con los procesos internos y la coyuntura por la que atraviesa, es probable que, otra vez sin proponérselo, Cuba este realizando un aporte al pensamiento y la práctica revolucionaria.