El debate ya es abierto, por más que desde sectores de la pretendida izquierda –y bajo las ‎supuestas banderas obreristas– se trate de desprestigiar y situándose donde siempre, en el poder ‎hegemónico occidental. En China hay un giro anticapitalista evidente producto de una ‎‎«profunda revolución» que se enmarca en el objetivo, planteado en el 14º Plan Quinquenal, ‎en octubre de 2020, de lograr una «prosperidad común» para el año 2035.‎

Gusten o no, los acontecimientos políticos en China no dejan de dar lugar a titulares en ‎los medios financieros capitalistas desde que en noviembre del año pasado se inició lo que ‎ha sido denominado como «represión» contra los grandes capitalistas, un movimiento que ‎comenzó cuando se detuvo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo Ant, propiedad ‎del multimillonario Jack Ma y “brazo financiero” de su gran emporio Alibaba [1]. ‎

Aunque frunció el ceño y emitió las acostumbradas críticas sobre la «represión comunista», ‎ni siquiera el casi todopoderoso Wall Street vio en aquel momento lo que ese hecho ‎conllevaba. Pero luego ocurrió otro tanto con otras grandes empresas, tanto de tecnología ‎financiera como de transporte, y se llegó a la educación, a la tecnología del entretenimiento y a ‎la construcción. Fue entonces cuando se desató el pánico.‎

El penúltimo movimiento –el último está aún por llegar– es el tema de la especulación ‎inmobiliaria que representa Evergrande Group y cómo lo ha enfrentado Pekín, en las antípodas de ‎lo que hizo en su momento el capitalismo con la crisis de Lehman Brothers. ‎

El capitalismo occidental se relamía con lo que anticipaba como «el momento Lehman Brothers ‎de China», el golpe definitivo a los chinos y a su empuje geopolítico. Pero no, China ha ‎demostrado que se puede actuar de otra forma porque la diferencia entre el caso de Lehman ‎Brothers, que generó la crisis capitalista de 2008 (de la que aún no se ha salido, y que se suma ‎a la generada ahora por el Covid-19), es que en China hay un Estado mientras que en Occidente ‎los Estados han sido destruidos por el neoliberalismo.‎

En China se evitó el tsunami de 2008 aplicando medidas económicas impulsadas por el Estado ‎‎(construcción de casas, de infraestructuras, etc.) para evitar costos sociales y enfrentar el ‎desempleo que se habría generado de no actuar así puesto que todo el sistema económico ‎basado en la producción de bienes para la exportación quedó casi paralizado por la crisis ‎occidental. Todo eso sirvió para proteger a la población china (hay que comparar esta actuación, pensada ‎para la gente, con el despropósito occidental que se tradujo en un significativo incremento del ‎desempleo y de las privatizaciones). Pero eso tuvo un costo que reforzó el capital especulativo, ‎sobre todo en el sector inmobiliario, porque estas medidas, si se quiere de emergencia, ‎terminaron fortaleciendo el capitalismo chino al tiempo que terminaron salvando al capitalismo ‎occidental.‎

Ya ha pasado más de un mes desde que «la crisis de Evergrande» parecía que iba a llevarse por ‎delante la «amenaza» china, pero no solo no ha sido así, sino que el gobierno chino ha ‎utilizado esa «crisis» para enfrentar uno de los grandes retos anunciados en el 14º Plan ‎Quinquenal. Ese reto, en el lenguaje chino, ha sido enunciado como «abordar las tres grandes ‎montañas»: la educación, la vivienda y la sanidad. Son los tres grandes retos que China ‎se plantea para lograr la «prosperidad común», el gran objetivo proclamado hace un año y que ‎se espera alcanzar en 2035.‎

Si a la educación privada ya se le dio un golpe importante a principios de este año (aunque aún ‎no se abordado su modificación definitiva), ahora llega el turno de la vivienda. En efecto, ‎aprovechando la coyuntura de la crisis, ya se ha dicho en China, y que debería tenerse ‎en cuenta en otros parámetros fuera de ese país: « la vivienda es para vivir, no para ‎especular.» ‎

Es decir, el gobierno chino va a actuar, pero no en interés de los grandes capitalistas de ‎Evergrande sino a favor del interés de la gente. Eso va a traducirse, de hecho ya está sucediendo, ‎en que muchas de las viviendas vacías van a convertirse en viviendas sociales y ‎se incentivará la empresa a que las venda mucho más baratas. Eso ya puede cuantificarse ‎porque desde que se anunció que «la vivienda es para vivir, no para especular» –algo ‎súper sensato, pero que sólo los chinos parecen haber entendido–, el precio ya ha bajado entre ‎‎28% y 52%, dependiendo de la zona donde se sitúe. ‎

Pero esa caída de los precios incluye no sólo las viviendas de Evergrande, sino que es una ‎tendencia generalizada. El Estado chino está interviniendo en los precios, sin tocar ‎‎«el mercado». ‎

Otro ejemplo: por ley, en China los alquileres no pueden incrementarse en más de un 5% anual. ‎Para comparar: en España el precio medio del alquiler entre abril y septiembre de este año ‎‎2021 fue del 4,3%, es decir, en medio año casi lo mismo que en todo el año en China. Y sin los ‎límites máximos que imponen los chinos.‎

Curiosamente, Bloomberg se queja, afirmando que «no es eso lo que el mercado quiere ‎escuchar». Y en Occidente se critica que en China se esté pagando a los acreedores locales de ‎Evergrande «mientras que los acreedores extraterritoriales están en el limbo». Y ¿quiénes son ‎algunos de esos «acreedores extraterritoriales»? Pues nada menos que BlackRock y HSBC. ‎O Blackstone, que se olió la tostada y se deshizo casi todos sus bonos en Evergrande.‎

Wall Street está rabiando y habla de «nacionalización suave» de Evergrande… porque en China ‎se preocupan de los locales y no de los extranjeros (Reuters, 20 de octubre) y porque el gobierno ‎provincial de Guangdong ha suspendido un acuerdo de venta de una compañía subsidiaria de ‎Evergrande (Servicios Propiedad de Evergrande) porque la operación no le parece clara. ‎

Porque la clave está en que, en China, no es la empresa –léase, los empresarios privados– quien supervisa ‎la situación. Son los gobiernos, en este caso, el gobierno local de Guangdong, donde está ‎situada esa subsidiaria. Supongo que no hace falta decir que el gobierno es el Partido ‎Comunista de China. Porque el gobierno central, o sea, el Partido Comunista de China (PCCh), ‎ha dado instrucciones a los gobiernos locales para mitigar las consecuencias sociales y ‎económicas, instrucciones como que las empresas estatales y municipales se hagan cargo de ‎todas las propiedades locales de Evergrande para ponerlas a disposición de la gente.‎

Por cierto, los temores de Wall Street sobre una «nacionalización suave» no son nuevos ‎porque el gobierno chino anunció que Evergrande es capaz de salir de su situación sin ayudas, ‎por sí misma, y que si eso no fuese así se impulsaría una nacionalización, la empresa sería ‎dividida en sectores y se asestaría así un nuevo golpe al capitalismo –uno más. Aún no se ha ‎llegado a eso porque Evergrande, respaldada en ello por el gobierno, está luchando por salir de ‎la crisis por sus propios medios. ‎

Pero la posibilidad de nacionalización está ahí, presente y anunciada. Porque lo que no se sabe ‎en Occidente, o más bien ‎se oculta, es que en China el Estado es propietario de los terrenos donde ‎se construye y sólo los alquila a los promotores de vivienda por períodos de tiempo fijos. ‎Por lo tanto, lo que hace el Estado chino es recuperar esos terrenos con todo lo que tienen ‎encima, aunque compensando a la empresa en función del tiempo que falte para la expiración ‎del alquiler.‎

En Occidente ya se sabe que el capitalismo chino está en dificultades porque el Partido ‎Comunista así lo ha querido, porque el gobierno ha decidido combatir el peligro que representan ‎los gigantes financieros, un peligro que podría –y subrayo el condicional– trastocar el camino ‎hacia esa «sociedad moderadamente próspera», hacia esa «prosperidad común» que ‎se anunció como objetivo en el 14º Plan Quinquenal. De ahí parte todo. Lo que estamos viendo es otra ‎muestra más de cómo se está segando la hierba debajo de los pies de los partidarios de un ‎sistema financiero como el occidental, ultraespeculativo y desregulado. ‎Por eso en China se habla de «profunda revolución».‎

Este es el quid de la cuestión:
 En China la «prosperidad común» se pone por encima de los intereses de los acreedores extranjeros, mientras que en Occidente es al revés. La diferencia entre Lehman ‎y Evergrande es como el agua y el aceite. Lehman Brothers operaba en el «mercado libre», ‎donde el Estado es inexistente, y Evergrande operaba en un mercado regulado, donde el Estado ‎tiene poder de decisión.‎

El retorno al interés del pueblo...

Es evidente que China está regresando del capitalismo a las personas, de una transformación ‎económica de 30 años centrada en el capital a una que en los últimos 10 años ha venido ‎mirando a las personas y que ahora comienza a centrarse en la gente, de cara a ese año 2035. En eso ‎consiste la «profunda revolución», una especie de regreso a la intención original del PCCh, ‎como observaba el Diario del Pueblo en su edición china del 1º de septiembre:


«hay que combatir el caos del gran capital (…) porque el mercado de capitales ya ‎no puede convertirse en un paraíso para que los capitalistas se enriquezcan de la noche ‎a la mañana (…) y la opinión pública ya no estará en posición de adorar la cultura ‎occidental.»

En ese mismo artículo del Diario del Pueblo aparece otra frase a tener muy en cuenta: ‎


«Si China confía en los capitalistas para luchar contra el imperialismo estadounidense ‎podría sufrir la misma suerte que la Unión Soviética.»‎

El Diario del Pueblo es el órgano oficial del Partido Comunista, por lo que hay que tener muy ‎en cuenta lo que en él se publica. Ese artículo nos dice que hay una nueva era en China y que ‎la etapa de Deng Xiaoping, los tiempos del «no importa si el gato es negro o blanco, sino que ‎cace ratones», están comenzando a pasar a la historia.‎

En sentido estricto, la etapa de Deng (1980-2000) fue como el trampolín oficial hacia una ‎Nueva Política Económica al estilo leninista, es decir, donde la «etapa primaria del socialismo» ‎necesitaba mercados y capital privado para crecer. Pero, al contrario que la NEP de Lenin, ‎lo que se hizo en China fue dar carta blanca al capital privado y al mercado.‎

En el año 2000, un año después del fallecimiento de Deng, China se unió a la Organización ‎Mundial del Comercio, con el beneplácito de Occidente, sobre todo de Estados Unidos, donde el ‎auge del capitalismo chino suscitaba gran entusiasmo. Pero, a partir de ahí, se inició un cambio ‎que está cristalizando ahora: en 2003, con Hu Jintao como secretario general del PCCh, se inició ‎un tímido regreso a los orígenes, hablando de «socialismo científico», de bienestar social y de ‎‎«sociedad socialista armoniosa», lo cual, curiosamente, se interpretó en Occidente como un ‎fortalecimiento del capitalismo chino y una mayor liberalización política.‎

Hu Jintao tuvo como sucesor a Xi Jinping y lo que se había iniciado de forma tímida, adquirió ‎velocidad. Hasta llegar a lo de ahora, a lo que está conmocionando a todo el capitalismo ‎occidental, aunque las bases sólidas para ello ya existían desde 2017. Ese año se realizó el ‎‎19º Congreso del PCCh y lo que se aprobó entonces está en el origen de todo lo que hoy vemos ‎y que se desarrolla en el 14º Plan Quinquenal. Entre otras cosas, muy simplificado todo y muy ‎resumido, aquel congreso estableció que el PCCh debe optar por un enfoque centrado en ‎las personas para el bienestar público; mejorar los medios de vida y el bienestar de las personas ‎como objetivo principal; practicar los valores fundamentales socialistas, incluido el marxismo, el ‎comunismo y el socialismo con características chinas, y mejorar la disciplina en el Partido.‎

O sea, una mayor ideologización y más sentido de lo colectivo. Puede que en Occidente pensaran ‎entonces que eso no está mal, exceptuando lo último, ya que es un discurso que también se oye ‎en Occidente aunque no se practique. La diferencia es que en China va en serio, se está ‎poniendo en práctica y que el último punto es crucial porque se añadía lo siguiente:‎


‎«el análisis de Marx y Engels sobre las contradicciones en la sociedad capitalista no está ‎desactualizado, ni la visión materialista histórica de que el capitalismo está destinado ‎a morir y el socialismo está destinado a ganar. (...) La razón fundamental por la que ‎algunos de nuestros camaradas tienen ideales y creencias vacilantes es que sus puntos ‎de vista carecen de una firme base en el materialismo histórico.»‎

En otras palabras, China está echando a un lado el capitalismo compulsivo al estilo occidental ‎‎(capitalismo financiero improductivo, desestabilizador y monopolista) para construir capital social ‎y dar un rumbo más estatal a la economía (una NEP leninista). China no se deshace del ‎capitalismo, al menos por ahora, pero sí establece límites cada vez más estrictos para ‎los capitalistas y siempre en función de los intereses del Estado. Eso incluye, cómo no, ‎al capital extranjero. Por eso el capitalismo occidental está en estado de choque, con una ‎bajada repentina de su flujo sanguíneo por las medidas chinas.‎

...sin olvidar el pasado

El discurso oficial en la China de hoy está, también, mirando al pasado, al pasado maoísta. ‎El término «prosperidad común» se utilizó por primera vez en 1953 y con él se identificaba ‎al socialismo entre los campesinos. Luego fue un concepto utilizado, a su manera, por Deng ‎Xiaping, enfatizando que la «prosperidad común» se podría lograr cuando ciertas regiones ‎‎(las Zonas Económicas Especiales) y personas se enriqueciesen para enriquecer después ‎a todos.‎

El dilema, desde fuera de China, está en saber si la interpretación que se da ahora a la ‎‎«prosperidad común» tiene la connotación maoísta o no. Por ahora no se puede concluir que ‎sea la versión maoísta, pero lo que está claro es que tampoco es la de Deng.‎

En China siempre hay experiencias piloto sobre casi todo: Al igual que se hizo antes con las Zonas ‎Económicas Especiales, ahora están experimentado con el yuan digital en algunas ciudades y –‎como paso hacia lo desconocido– con la «prosperidad común». Eso se está haciendo en la ‎provincia de Zhejiang (con 60 millones de habitantes), justo al sur de Shanghái, y las áreas donde ‎se está trabajando son:
 reducir el costo de las necesidades básicas, con una focalización directa en la desigualdad;‎
 construcción de viviendas sociales;
 mayor gasto en servicios sociales (el gobierno local incentiva –en Occidente se dice que ‎‎«obliga»– a los millonarios locales a que hagan donaciones);
 resaltar el valor de lo colectivo sobre lo individual;
 concesión de ‎préstamos a bajo interés para los sectores más pobres de la sociedad;
 impulso a las infraestructuras por parte de las empresas estatales y locales;
 reducción de las tiendas de lujo e incentivación del comercio local…‎

Algunas de estas cosas no tendrían por qué chirriar en los oídos occidentales, pero en conjunto ‎es lo opuesto al capitalismo occidental. ‎

‎¿Por qué? Porque, por ejemplo, si los trabajadores pueden comprar viviendas públicas baratas ‎‎(las viviendas sociales), ¿por qué van a comprar viviendas caras? Desaparece así el factor ‎especulación, sin la menor duda. Porque, en términos marxistas, si las casas no tienen valor ‎de uso (es decir, no se venden), lógicamente tampoco tienen valor de cambio (quedan ‎inhabitadas y sus precios bajan hasta hacer insostenible su posesión [para las inmobiliarias]).‎

En China se ha venido actuando casi como en Occidente, con la diferencia de que ahora se está ‎actuando a la inversa. También hubo una época –sobre todo mientras existió la URSS– en que ‎Occidente solía construir viviendas públicas. Pero, con la desaparición del “peligroso” espejo ‎soviético, dejó de hacerlo por aquello del «mercado libre» y de «los flujos del mercado». ‎

Ahora, como consecuencia de no haber salido aún de la crisis de 2008, acentuada por la del ‎Covid-19, en Occidente se vuelve a hablar tímidamente de ello pero poniendo el calificativo de ‎‎«temporal». O sea, como un medio de capear la tempestad. Y esto es importante. ‎

En China no es una medida temporal sino permanente y si funciona eso de la «prosperidad ‎común» –por eso es importante la experiencia piloto de Zhejiang– será otra vez un espejo donde ‎la gente de todo el mundo podrá mirarse. Por eso la política económica que está siguiendo ‎China es un gran desafío para Occidente, porque lo pone frente al espejo.‎

Fuente: CEPRID

[1«China da un giro ‎anticapitalista», por Alberto Cruz, CEPRID, ‎‎Red Voltaire, 23 de agosto de 2021.