Al promediar la pasada década del cuarenta se inició en Argentina un proceso de industrialización que cambió la historia de esta nación sudamericana. Ante la necesidad de sustituir las importaciones que las grandes potencias internacionales no podían producir debido a las consecuencias de la segunda guerra mundial, el país comenzó a tener una economía acorde a la modernidad: se pasó de exportar carne y granos a producir bienes industriales que se vendían tanto el mercado interno como externo. Se inició así una nueva etapa que permitió un crecimiento económico sin precedentes.

Treinta años después, los grupos económicos más conservadores iniciaron el proceso de desmantelamiento de la industria "nacional" con el golpe de estado de marzo de 1976, que no dudó en desaparecer a más de 30 mil argentinos que lucharon por una vida más digna.

Con las dos presidencias del neoliberal Carlos Menem (1989 - 1999) las pocas industrias que habían sobrevivido a la brutalidad militar fueron arrasadas: las que pertenecían al Estado fueron privatizadas y regaladas a grupos económicos extranjeros, las privadas no pudieron resistir la paridad un peso - un dólar. En la actualidad, según datos oficiales, el 50% de los argentinos son pobres, de los cuales la mitad son clasificados como "indigentes", por no contar con los ingresos suficientes para cubrir la canasta mínima de alimentos.

En este contexto es normal que pequeños y medianos empresarios hayan entrado en bancarrota o directamente hayan abandonado sus empresas, sin pagar a sus obreros algún tipo de indemnización. Pero muchos de esos obreros no se resignaron e iniciaron un nuevo fenómeno social: en lugar de abandonar sus fuentes de trabajo las ocuparon y formaron cooperativas de trabajo, las que, en muchos casos, lograron el reconocimiento legal de su tenencia y explotación.

El sociólogo Walter Fromento, director del CIEPE (Centro de Investigaciones en Política y Economía) planteó que aquella crisis fue parte del desarrollo a nivel internacional de un nuevo tipo de capital financiero, el transnacional.

El mismo organiza el proceso productivo monopolizando el conocimiento estratégico y el nodo de ensamble, y descentraliza - tercerizando, informalizando, superespecializando y transnacionalizando - el resto del proceso productivo. La forma "flexible" de organización de la nueva forma de capital financiero dominante genera un proceso acelerado de quiebras, más un proceso de crecimiento de la desocupación, de la ocupación intermitente y de la caída de los ingresos para los pequeños empresarios y trabajadores. Históricamente, la cooperativa fue la forma jurídica asumida por las empresas que debieron asociar esfuerzos para sobrevivir. El capital siempre las promovió en época de crisis porque permiten contener el empobrecimiento, mantener la mano de obra en disposición y frenar el resquebrajamiento ideológico y político.

"Fábrica cerrada, fábrica tomada" es una de las consignas que se ha popularizado en Argentina en los últimos tiempos. Como cooperativas de trabajo - en su mayoría - o con la modalidad de control obrero, en la actualidad son 170 las fábricas y empresas recuperadas, que en total suman más de 10 mil trabajadores. Los sectores productivos representados son electrónica, metalúrgica, gastronomía, informática, textil, gráfica, educación y salud, entre otros.

El proceso de toma de estas fábricas tiene características en común: una situación de crisis terminal por vaciamiento de la empresa, abandono de los propietarios, convocatoria de acreedores o quiebra. Las tomas incluyen una brutal represión policial ante la "ocupación" de inmuebles y la rápida presencia de organizaciones populares a través de acciones solidarias.

Al ser un fenómeno nuevo, trabajadores de distintas fábricas comenzaron a reunirse para compartir sus experiencias y ayudarse entre ellos. El Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) agrupa a más de 80 empresas y fábricas recuperadas, planteándose como una nueva organización de la clase trabajadora, en lucha por la recuperación del empleo y por el mantenimiento de la fuente de trabajo. Entre sus objetivos está la necesidad de fortalecer la solidaridad entre los trabajadores que viven este tipo de experiencia y con los que pelean por un salario más digno en fábricas tradicionales, y lograr que el Estado promulgue leyes que beneficien la constitución de cooperativas de trabajo.

Eduardo Murúa forma parte del MNER y explicó el por qué el lema del movimiento es ocupar, resistir y producir: ocupar y después resistir porque estamos fuera de la ley, los jueces se acuerdan de alguna fábrica
cuando los compañeros deciden tomarla pero no reaccionaron así ante la falta de salarios durante más de un año, ni cuando hubo despidos injustos, ni cuando los empresarios violaban las leyes jubilatorias.
"Nosotros somos una parte más de la resistencia del pueblo argentino, no nos pusimos como meta desarrollar un plan para cambiar el Estado, somos parte de esa pelea de resistencia al sistema capitalista que no está destruido solamente en Argentina", dijo Eduardo Murúa.

El mismo dirigente consideró además que "hay una crisis del sistema a nivel mundial. Esto explica la existencia de una guerra comercial contra esta región desde el poder central - Estados Unidos y Europa -, y por eso no te dejan desarrollar. Una región en desarrollo conforme a nuestra propuesta no sería soportada por el mundo capitalista, creemos que el sistema ha llegado a su límite".

"Hay que empezar a pensar en una sociedad distinta, en un modelo distinto, no puede ser que en un país que hace alimentos para 300 millones de personas haya hambre. Es imposible entender esto si no se lo analiza desde la incapacidad del sistema para la distribución de sus recursos, y esta incapacidad del sistema es mundial y tiene que ver con que los pueblos todavía no han logrado crear nuevas instituciones", concluyó Murúa.

Dos claros ejemplos de la ardua lucha por la recuperación de la fuente de trabajo son la metalúrgica IMPA y el Hotel Bauen. Marcelo Ruarte empezó a trabajar en el Hotel Bauen en el año 1980 como portero, con la esperanza de tener una situación laboral más digna que en la metalúrgica, su oficio hasta entonces.

"El Hotel Bauen abrió sus puertas en Buenos Aires en 1976, para mejorar la hotelería de la ciudad con vistas al Campeonato Mundial de Fútbol de 1978. Representó la «modernización» del país que pregonaba la dictadura militar. Contaba con tres salones, teatro, piscina, era un verdadero hotel cinco estrellas. Pero el lujo y esplendor duró poco. A mediados de los 90, sus propietarios comenzaron a relacionarse con gran parte de los políticos de turno, ofreciéndoles las instalaciones para sus reuniones partidarias, lo que alojó a los huéspedes tradicionales", afirmó Ruarte.

Para el año 2000 la situación económica del hotel estaba en un punto crítico: la deuda con los acreedores rondaba los 8 millones de dólares, por lo que el 28 de diciembre del 2001 la justicia lo declaró en bancarrota, dejando en la calle a más de 70 trabajadores, los últimos que quedaban de los 400 que allí se desempeñaban en los mejores momentos. Durante dos meses los trabajadores intentaron encontrar otra fuente de trabajo pero no tuvieron éxito. El 20 de marzo se reunieron y tomaron una decisión. Al día siguiente ocuparon el hotel.

Gracias al apoyo del MNER formaron la "Cooperativa Callao" y a partir de la presión social que generaron con la toma lograron el reconocimiento del Estado. Por un lado firmaron un convenio con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires quien, a cambio del uso de los salones del hotel, otorga a cada integrante de la cooperativa mensualmente un subsidio de 60 dólares y una caja con alimentos. Por otro lado la justicia les dio la guarda del edificio y de los muebles que lo componen, con la posibilidad de realizar diversas actividades sociales y culturales que les reditúan con algo más de dinero.

Pedimos la expropiación definitiva del edificio, sabemos que lo podemos administrar e incluso generar cien nuevos puestos de empleo, pero como trabajador que soy, sostiene Ruarte, lucho para que los integrantes de la cooperativa no perdamos la esencia de donde venimos, porque sino vamos a terminar explotándonos entre nosotros.

IMPA fue fundada en 1910 por capitales alemanes e inició la laminación de aluminio en la Argentina durante la década del 30. En 1946 participó de la nacionalización en masa posterior a la guerra y en 1948, el presidente Juan Perón la reunió con las demás empresas de origen alemán en la Dirección Nacional de Industrias del Estado. En 1961 el presidente Arturo Frondizi les planteó a los trabajadores el cierre o la formación de una cooperativa, y ellos optaron por la cooperativa.
"Era una cooperativa sólo formal, se trabajaba como en una sociedad anónima. Los obreros no participábamos en la toma de decisiones, no podíamos comer ni con los de administración, nos decían los cabecitas negras. Cuando había reclamos echaban gente, mucha gente. En el año 1997 la situación estaba mal, nos hacían esperar toda la tarde para darnos dos dólares. A mi me despidieron a fines de ese año por reclamar y estuve seis meses en la calle, hasta que los trabajadores nos organizamos", sostuvo Oracio Campos, actual presidente de la nueva Cooperativa.

Actualmente, IMPA es una verdadera cooperativa de trabajadores: desde el presidente hasta los trabajadores de limpieza todos cobran el mismo salario, un promedio de 300 dólares mensuales. La facturación anual de la fábrica ronda los 250 mil dólares. Continúa con el procesamiento de aluminio y la producción de envases. Todos los productos salen terminados, es decir, se hace desde la fundición hasta la impresión de la marca.

Otra actividad importante de IMPA es el Centro Cultural, donde se realizan diversos talleres y actividades, hecho que permitió una relación más profunda con la comunidad. Es el único caso en el mundo en donde un Centro Cultural funciona dentro de una fábrica en actividad.