El renombrado director explica las motivaciones que animan su actividad creadora. A la vez ensaya una evaluación de décadas de trabajo,
realizando un “cine junto al pueblo”
Empezamos a hacer cine con un propósito deliberado de participar y de contribuir a la lucha de los sectores empobrecidos de nuestra sociedad boliviana y, paralelamente, llamar la atención de esa misma sociedad sobre los valores culturales de las mayorías indígenas que constituyen la presencia cuantitativa humana más grande de Bolivia. Lo hicimos sin militar en ninguna organización política específica, imbuidos de una ideología de izquierda en años en que América Latina sufría la opresión dictatorial de regímenes militares muy violentos. Nuestro cine, que desde su primera película independiente Revolución, un cortometraje de sólo 10 minutos, enseña una preocupación por la causa social, ha seguido la senda de construir un material cinematográfico al servicio de la lucha histórica del pueblo por su liberación sea ésta interna como externa. En el marco de esa lucha liberadora que implica la denuncia de un sistema capitalista como fuente de la injusticia social, ha sido fundamental para nosotros alimentar nuestro lenguaje cinematográfico con la identidad cultural de las mayorías indígenas a las que vimos como nuestros más importantes destinatarios. Ese proceso de elaboración de un lenguaje cinematográfico se hizo no sólo porque teníamos al frente un destinatario poseedor de una cultura distinta a la occidental (quechua-aymará) , sino porque comprendimos que en ese juego comunicador se podía proponer una conjugación mayor, es decir, la construcción de una nueva identidad para nuestra propia Nación. Así al utilizar un medio tecnológico moderno como el cine, pero al elaborar una manera diferente del lenguaje cinematográfico, más afín con. la cosmovisión, más cerca de los “ritmos internos” de esa mayoría cu1turalmente diferenciadas del grupo social dominante criollo de cultura occidental, estábamos concretando en la forma del instrumento cinematográfico, es decir en el lenguaje narrativo, lo que en teoría proponíamos fortalecer y desarrollar: una identidad nacional propia que sin renunciar a los avances tecnológicos, científicos, sociales modernos, pudiera recoger su memoria cultural, rescatada y desarrollada, para constituir una nueva entidad social boliviana impregnada de una propia manera de componer su propia realidad, capaz de generar un estilo que le perteneciera desde el fondo de los tiempos.
Nuestro cine, creo que logró esa simbiosis en las limitaciones de su especificidad: al desarrollar el “plano secuencial integral” como mecanismo narrativo que se funda en la concepción cíclica del tiempo -propia del mundo andino- al priorizar el protagonista colectivo sobre el protagonista individual, correspondiendo a la concepción andina de la armonía social; al conjugar el “suspenso” como recurso típico del cine occidental creando un “distanciamiento” reflexivo, al minimizar el uso del “primer plano” o “close-up”, al trabajar con los mismos protagonistas de hechos históricos como actores, etc. Recursos que en su conjunto constituyeron un lenguaje que viene del propósito de insertarse con fluidez, propiedad y autenticidad, en el diálogo con esas mayorías. Y si es verdad que en un comienzo la búsqueda de un lenguaje propio obedeció principalmente a la necesidad comunicacional con la “otra” cultura. Llegó más tarde el convencimiento de que en ese camino de conjugar ambos constituyentes para lograr algo distinto. Era necesario un cine diferente al occidental porque tenía una estructura narrativa inspirada en elementos ideográficos y filosóficos andinos; un cine que era producto de la ciencia y la tecnología occidental pero que constituía, por sí mismo, la concreción de una propuesta que viene contenida en la búsqueda de muchos bolivianos que piensan en soluciones para la factibilidad de la nación boliviana. Cuando esta conciencia tomó cuerpo, pudimos hacer una película como La nación clandestina (1989).
Mucho nos ha preocupado, a lo largo de estos más de treinta años de trabajo, hacer de nuestro cine un espacio reflexivo. Cesáreo Morales, sociólogo y filósofo mexicano apunta en un ensayo algo que lo asumimos como propio porque expresa justamente nuestro sentir. “Ha de ser un cine que escapando a los riesgos de lo didáctico sea el lugar en el que las masas reflexionen sobre ellas mismas cinematográficamente, un cine en el que las masas ponen en escena e interpretan sus propias acciones bellamente, utilizando los recursos propios de este dispositivo significante e inventando nuevos”. Sin embargo, nunca hemos dejado de pensar el cine como un medio expresivo artístico, y aún más, como espectáculo, y esto parecería reñido con la idea de un lugar para pensar, un espacio para la reflexión, pero creo que las más bellas obras al sobrecogernos en nuestra emoción sensitiva, nos motivan reflexiones profundas. Y esta idea ha sido también fundamental en todo el trabajo que realicé junto a mis colaboradores, pensamos, desde un primer día, que la emoción jugaba un papel determinante, que un espectador emocionado por la magia de la belleza se veía impulsado a pensar con profundidad las cosas de la vida motivadas por el resplandor de la imagen cinematográfica. Y aquí quiero citar un trozo de una respuesta de una reciente entrevista sobre este tema que di a un querido amigo: “En una obra de arte lograda, la belleza comunica no sólo placer sensorial, goce de proporciones, armonías, contrastes y formas coherentes, sino que ocurre en su encuentro el misterio de la emoción y de la alegría compartida. La emoción que sacude el ser, que motoriza la inteligencia en su más amplia perceptibilidad y que canaliza la posibilidad de entender la verdad de las cosas”. Y en este sentido nos hemos esforzado en hacer buenas películas, películas que sean agradables de ver, que sean intere-santes de seguir, que emocionen y que transmitan la belleza de las cosas; y hemos hecho películas que son “espectáculo” en el mejor sentido, con las limitaciones de nuestros presupuestos que, por obvias razones han sido bajos. Y aquí otra característica de este cine del Grupo Ukamau, un cine nunca supeditado a las exigencias productivas comerciales. Hemos preferido posponer una obra a fin de contar con la completa libertad para hacerla a nuestra manera y decir en ella todo lo que nos proponíamos decir. Si en la mayor parte de nuestras películas han trabajado actores no profesionales, protagonistas auténticos de los sucesos, cuando tuvimos en una ocasión, la posibilidad de trabajar con una gran actriz como es Geraldine Chaplin, lo hicimos, motivados por la calidad humana de Geraldine, animados por el compromiso de ella con las causas progresistas y por su disposición consecuente de no figurar como “la protagonista de nuestra película”. Ella aceptó con una humildad que la enaltece, ser uno de los varios personajes -ninguno protagónico- de nuestra película Para recibir el canto de los pájaros.
En esa búsqueda por construir un lenguaje cinematográfico propio, que nos permitiera comunicar mejor y más eficazmente los significantes, hemos contado principalmente con los aportes del propio pueblo cuyas prácticas de interrelacionamiento social han sido inspiradores, como así mismo los profundos mecanismos de solidaridad que estructuran la vida de las sociedades andinas, Su notable comprensión del papel del hombre en su relación con la naturaleza que nos han llevado a considerar al paisaje como un personaje importante en nuestras obras. Muchas de esas lecciones nos han costado sufrimientos por culpa de nuestra propia ignorancia. Creíamos, al inicio de nuestro trabajo, que estábamos preparados para hacer cine en Bolivia cuando en realidad éramos más ignorantes de lo que suponíamos. Nuestra formación cultural puramente occidental, cartesiana, cristiana y técnica no fue suficiente para entender, en la primera etapa, un mundo distinto, complejo, misterioso hermético y clandestino en el que se libraba la vida difícil y castigada de las mayorías indígenas de nuestra patria. Cuando colisionamos con ese universo distinto, con la “otra mentalidad”, con la diferente cultura es que comprendimos que si queríamos hacer un cine boliviano coherente debíamos revisar todo nuestro presupuesto cultural. No creo que hoy, después de 30 años, dominemos los conocimientos necesarios para comprenderlo todo, es indudable, pero ya pienso esa “otra” presencia, esa “otredad”, como pertenecientes a mi país.
Creo que el arte y el cine, en el caso nuestro, son lugares constituyentes de toda sociedad porque allí puede ocurrir el milagro de “mirar” la esencia de las realidades, allí se puede llegar a tomar una conciencia crítica de las cosas, gozando de las formas con que la imaginación plasma sus intuiciones. Por eso es natural que el cine puede contribuir al conocimiento profudo de sí misma que toda sociedad requiere para vivir y para sobrevivir. Ese conocimiento profundo que sólo el arte es capaz de entregamos nos dota de la capacidad de liberamos y sobrevivir al oscuro proceso de autodesprecio suicida que amenaza a Bolivia.
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