Sesenta años después de terminada la Gran Guerra Patria, continúan las polémicas acerca del precio que la Unión Soviética ha tenido que pagar por la Victoria.
Si al frente de la URSS en aquella época se hubiera encontrado otro político en lugar de Stalin, las bajas no habrían ascendido probablemente a la cifra de 30 millones de personas pero al mismo tiempo no se habría conseguido vencer al enemigo, opina el politólogo ruso Leonid Radzijovski.
Sesenta años después de terminada la Gran Guerra Patria, continúan las polémicas acerca del precio que la Unión Soviética ha tenido que pagar por la Victoria.
Si al frente de la URSS en aquella época se hubiera encontrado otro político en lugar de Stalin, las bajas no habrían ascendido probablemente a la cifra de 30 millones de personas pero al mismo tiempo no se habría conseguido vencer al enemigo, opina el politólogo ruso Leonid Radzijovski.
Es evidente que Stalin, así como el partido y el sistema que él encarnaba, hicieron una contribución colosal a la Victoria. Eso de que «ha ganado el pueblo al margen de Stalin» es una declaración emocional pero exenta de contenido real. Claro que es el pueblo el que pelea, pero un pueblo organizado y guiado.
Cuatros soldados muertos en el bando soviético por cada efectivo alemán - en total, los alemanes perdieron 3.200.000 militares en todos los frentes - o, 10 civiles muertos del lado de la URSS por cada soldado alemán. Así fue la guerra y la victoria a lo Stalin. Y no es el precio de los «errores» que él haya cometido sino una materialización de la propia lógica, ideología y «antropología» del estalinismo-bolchevismo que ve en la muerte de una persona una tragedia, y en la muerte de millones, un dato estadístico.
La maquinaria estatal bolchevique-estalinista fue creada para la guerra, tanto exterior como interna. Una vez iniciado el conflicto con Alemania, el Estado soviético siguió librando la guerra contra los ciudadanos propios.
Alrededor de un millón de soldados y oficiales fueron ejecutados por decisión de los departamentos especiales y tribunales militares en el frente. Los métodos usados contra propios y ajenos eran absolutamente idénticos: una guerra total de un Estado totalitario.
No tiene ningún sentido el reproche de que Stalin jamás haya sentido piedad hacia los soldados. No se le tiene piedad a quienes se ven «reducidos a polvo» en los campos de trabajos forzados porque a nadie se le ocurre contar las partículas de polvo. El Estado estalinista simplemente no se planteaba el problema del «precio de la Victoria».
Siguiendo la lógica de dicho Estado, treinta millones de vidas no eran un precio espeluznante. ¿Era posible vencer de otra manera? A Hitler no. Y es por ello porque las botas alemanas aplastaron como una nuez podrida a Europa, la cual sí se apiadaba de sus soldados.
Con otro personaje en lugar de Stalin al mando de la URSS, no habríamos llegado a treinta millones de víctimas ni a la Victoria. Así que el sistema estalinista ha salvado a la humanidad contra otro sistema todavía más horrible.
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