Hace muchos años, algunos estudiosos “descubrieron” que la clásica división de poderes o funciones del Estado que Montesquieu planteó: es decir, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, estaba superada por el tiempo, puesto que era evidente que existía un cuarto poder que insurgía y que había que tomar en cuenta: el de los medios de comunicación.

Ahora hay quienes, como Ignacio Ramonet, subdirector de Le Monde Diplomatique, sostienen que en estos tiempos “el primero de todos los poderes es el poder económico (expresado en las transnacionales y monopolios) y el segundo es ciertamente el poder mediático. De forma que el poder político queda relegado a una tercera posición” (La Tiranía de la Comunicación, 1998, pág. 32).

Observando la situación que vive el Ecuador se puede decir que, si bien antes a la prensa se le atribuía el papel “cívico” de juzgar y calibrar el funcionamiento de los otros tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), hoy nadie puede negar que su intervención por momentos llega a conducir el curso de los procesos políticos y, por tanto, se convierte en la mejor arma de los grupos de poder económico.

Los sucesos se desarrollan de una manera tan acelerada en nuestro país, que da la impresión de que marcharan al ritmo de las noticias, y no las noticias al ritmo de los acontecimientos. Si en este preciso momento se dice que el presidente Alfredo Palacio se volvió nuevamente “forajido”, es posible que mañana ya no lo sea. Todo depende del país que la televisión y algunas radios y diarios nacionales nos quieran pintar.

Hay que recordar que hace apenas seis meses este país vivía en una “dictadura”; ese era el cuadro pintado por los medios, pese a existir en ese momento los tres poderes del Estado legítimamente constituidos. Hace seis meses, la Corte Suprema de Justicia era el principal problema del Ecuador, de ella dependía la institucionalidad democrática y, por poco, la vida misma de los ecuatorianos; hoy la ausencia tan prolongada de esta función del Estado pasaría por desapercibida si no fuera por la necesidad de mantener a Lucio Gutiérrez en la cárcel (lo cual, en mi opinión, más allá del problema eminentemente jurídico es un tema de justicia frente al pueblo, pues la mayoría de ecuatorianos sienten que el ex presidente debe pagar su traición al pueblo y a la soberanía nacional).

Para medir con la misma vara con la que el poder mediático mide a la sociedad y a sus actores, podríamos decir que estamos frente a una ‘mediocracia’ corresponsable de la crisis, porque ha impuesto la agenda informativa (¿dictadura?) y por tanto ha creado los escenarios de verdad, construidos de acuerdo a sus intereses, en los que se mueven los actores políticos y sociales que ellos han escogido para sus libretos. Esto se demuestra con el hecho de que muchos políticos actúan sólo en función de lo que los medios puedan decir de ellos. En Pachakutik, por ejemplo, según Gilberto Talahua, aunque no hayan estado de acuerdo con la propuesta de estatuto que planteaba el gobierno para la elección de la Asamblea Constituyente, votaron a favor de esa propuesta en el TSE, porque los sondeos de opinión que la televisión hace dicen que el pueblo apoya la Constituyente. Léase: porque los medios dicen que así hay que actuar. Ricardo Ulcuango llegó a decir incluso que: “no importa que el movimiento indígena no esté representado en la Constituyente, pero ésta tiene que hacerse”.

Los periodistas-políticos que trabajan en los medios no solo que deciden qué es noticia y qué no, o quiénes son los protagonistas de esas noticias y quiénes no, sino que también construyen las noticias de acuerdo a su visión e intereses. En ese sentido, la edición, como recurso técnico del periodismo, será siempre el instrumento de poder de quien fragmenta la realidad y reconstruye con esos fragmentos una realidad distinta, presentándola como LA VERDAD.

El pasado 19 de octubre, por ejemplo, más noticia fue que unas 20 personas dirigidas por Alexis Ponce se hayan puesto a actuar pintorescamente frente al Palacio de Gobierno pidiendo el entierro de los partidos políticos, que la movilización de alrededor de ocho mil personas, entre estudiantes, profesores y trabajadores de las universidades públicas del país, que reclamaban presupuesto para la educación superior y exigían la convocatoria a una Asamblea constituyente más democrática que la que planteó Palacio.

Esto demuestra que lo que está ausente en los grandes medios es esta otra realidad, la verdadera y más trascendente. En el último mes, en el Ecuador se han movilizado a protestar por reivindicaciones y propuestas políticas específicas alrededor de 100 000 ecuatorianos, entre maestros (16 de septiembre), campesinos (27 de septiembre), pueblos negros (6 de octubre), pobladores de provincias postergadas como Esmeraldas (12 de octubre), estudiantes, maestros y trabajadores universitarios (19 de octubre); pero para los medios son acciones que solo merecen un par de líneas, y tratadas de manera despectiva como siempre...

Para estos medios, el gran escudo para abrirse camino en la sutil pelea por la credibilidad ante sus públicos es el asumir el papel de representantes o voceros de “la opinión pública”. Si no fuera por este escudo, periodistas como Carlos Vera o Jorge Ortiz serían ante la vista de todos nada más que parte de esa “clase política” a la que se le endilga la responsabilidad de todos los males del país.

Pero si “la opinión pública” es un escudo, también es un arma, porque con ella se puede chantajear, presionar, imponer.

Ahora, ¿qué mismo es eso de “la opinión pública”?

La “opinión pública” no es otra cosa que el instrumento construido por las clases poderosas a través de su maquinaria mediática, que tiene el propósito de promover sus intereses a través de la imposición del miedo a la exclusión social.

Según Elizabeth Noelle Neuman, en su libro “La espiral del silencio”, a mediados de los años 1930 las investigaciones sobre la opinión pública comenzaron con grandes expectativas, basadas en el éxito que habían tenido las encuestas representativas de población en las elecciones presidenciales de 1936 en los Estados Unidos. Pero hacia 1970 había síntomas de impaciencia, puesto que lo único que se había escrito eran artículos que pretendían elaborar algunas teorías, pero que no lograban explicar cómo se articulan las opiniones individuales para producir consecuencias sociales y políticas. Ningún estudio, según dice Elizabeth Noel Neuman, enfocaba el problema fundamental: de dónde surge el temor que genera el poder de “la opinión pública” en el gobierno y en el individuo.

La tesis de La espiral del silencio precisamente tiene que ver con demostrar cómo la gente tiene miedo al aislamiento, y la tendencia a hablar sólo cuando considera que su opinión (sincera) coincide con la opinión que aparece ante sus ojos como mayoritaria, o cómo la gente prefiere quedarse callada cuando esa opinión no es coincidente, o cómo en algunos casos prefiere mentir con el propósito de “integrarse en la sociedad”.

Las personas, sostiene la investigadora, les dan a los medios de comunicación la autoridad de ser el termómetro donde medir el clima de la opinión pública, con la que deben estar de acuerdo si no quieren sentirse excluidas de la sociedad. Las personas, entonces, al mirar la televisión y observar las respuestas a la pregunta del día que plantean Teleamazonas y Ecuavisa en sus noticiarios matinales (que además siempre son preguntas sesgadas), sienten miedo de no estar de acuerdo con el criterio mayoritario de “la opinión pública”, por eso esa opinión se reproduce fácilmente, de una forma vertical, impositiva.

Por otro lado, muchos de quienes llaman a Ecuavisa y Teleamazonas para pronunciarse en la consulta del día, lo hacen pensando en qué respuesta será la mayoritaria, para poder adherirse a ella y sentirse en el grupo de los ganadores. Es muy posible incluso que ese miedo que existe a sentirse excluido de la “opinión pública” sea la razón por la que muchas llamadas se cortan cuando se les va a sacar al aire: opinar contra corriente puede significar un gran papelón. Claro que hay excepciones que comprueban la regla. En el programa del jueves 19 de octubre, una televidente de Ecuavisa al responder la consulta del día no solo que estaba en contra de la opinión “mayoritaria” que promovía Vera, sino que se quejó de que antes de sacar su llamada al aire, en el canal le habían preguntado cuál iba a ser su respuesta. Vera se excusó (sorprendido), argumentando que era un mecanismo para evitar insultos fuera de tono.

Ese miedo a ser excluido de “la opinión pública” que se plantea en La espiral del silencio es un síndrome que se expresa claramente en los procesos de sufragio. Los electores prefieren entregarle su voto a quien “parece que va a ganar”, y ese parece que va a ganar lo establece el nivel de presencia que el candidato ha tenido en los medios, y cómo lo han tratado los periodistas, que en última instancia se convierten en los “conductores de la opinión pública”. Esa es una de las causas por las que aunque la izquierda tenga tanta influencia y aceptación en gran parte de la población, sus resultados electorales no sean similares a los de los partidos que siempre “parece que van a ganar”.

En el tema de la Asamblea Constituyente, los grandes medios de comunicación están metidos de cabeza respaldando la propuesta del gobierno, aunque ésta sea antidemocrática en su forma de integración (ver tema central). El gobierno decidió asumir el criterio de que el 50% de los integrantes de la Asamblea sean de partidos políticos, y el otro 50% sean representantes de “la ciudadanía”. La gran pregunta es ¿quién representa a la ciudadanía si no lo hacen los partidos políticos? Evidentemente, quienes somos víctimas de la opinión pública sabemos que esos representantes de “la sociedad civil” son los personajes que los medios de comunicación han hecho desfilar en todos estos días para que hablen a nombre de la ciudadanía, aunque en los barrios populares, en las fábricas, en los campos jamás se los haya visto, y no se sepa de ellos más que lo que dicen algunos periodistas: que son los políticos “apolíticos”, o que son “los nuevos políticos”. En realidad, muchos de ellos solo representan los intereses de los Estados Unidos y actúan bajo la égida de ONGs como Participación Ciudadana. Le preguntamos a usted amigo lector: ¿se siente representado por ellos?

Si la Asamblea Constituyente se produce y los medios de comunicación se imponen con su presión, lo más seguro es que el Ecuador tenga una Asamblea peligrosamente reaccionaria, que lo que produzca es un esquema jurídico de mayor exclusión hacia los sectores populares y de más apertura a los intereses de las transnacionales y los grupos de poder económicos del país. Y en eso, una gran responsabilidad será de la que hoy llamamos: ‘la mediocracia’ ecuatoriana.