Como es bien sabido, somos originarios de Serbia, de Kosovo, de Metohija, la Jerusalén serbia, el baluarte de la espiritualidad, de la
cultura y la nación serbias. Es allí donde se encuentran nuestras raíces; es allí donde la identidad espiritual de nuestro pueblo se ha construido, donde están situados numerosos sitios sagrados (unos mil trecientos entre iglesias y monasterios), erigidos a lo largo de un milenio. Un sitio que hoy a causa de las operaciones militares lanzadas por la OTAN está en grave peligro de desaparición con los últimos vestigios de nuestra existencia.

¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Cómo es posible que algo así haya sido
posible en este principio del siglo XXI?

En efecto, ha sido posible. Ha sido posible precisamente gracias a las
operaciones de la OTAN llevadas a cabo bajo la batuta de Washington y
Bruselas. La OTAN -Organización del Tratado del Atlántico del Norte-
es la unión en la que se asocian Europa y América del Norte, fundada
en 1949 con la misión de garantizar la libertad y la seguridad de
todos sus miembros con procedimientos políticos y militares. Noble
propósito si hubiera sido real en el caso de Yugoslavia, y en este
caso su misión sería digna de la más alta estima. Desgraciadamente,
esa misión ha sido dejada atrás desde el final de la Guerra Fría, en
la década de los años 90 (caída del Muro de Berlín y disolución de la
Unión Soviética). A partir de entonces, a fin de justificar su permanencia, la OTAN se puso a buscar una nueva razón de ser, y a la vez instaurar nuevas prioridades.

Muy lejos de estar al servicio de la libertad y la seguridad de los países que son sus miembros, la OTAN se convirtió a partir de ese período en un agresor de la libertad de otros; ha violado la seguridad de un país que no representa el menor peligro para ella. Ya vosotros os habéis dado cuenta, ya habéis adivinado que me refiero a la guerra desatada por la alianza militar contra la República socialista de Yugoslavia (es decir, Serbia y Montenegro) en 1999. Fue una guerra aérea en la cual «las facciones en conflcito» en ningún momento se habían confrontado entre sí. Fue sin duda una guerra sui generis, la primera del nuevo cuño en la historia de los conflictos armados.

Durante 78 días, sin solución de continuidad, la OTAN destruyó a mi
patria de manera injustificable, violenta y despiadada, lanzando sobre
su suelo bombas y misiles de todo tipo, reduciendo a cenizas sobre
todo a entidades civiles (hospitales, maternidades, barrios residenciales, líneas eléctricas, puentas, fábricas) más que a posiciones militares y convirtiendo deliberadamente a los trenes y los autobuses repletos de pasajeros en objetivos y matando así a más de 2 mil 500 civiles.

Todo esto ha causado un terrible daño a mi pueblo. Pero lo que le ha
herido más, de manera incomparablemente mayor, ha sido la explicación
cínica, la supuesta «justification» de su furia bestial, cuando se
atrevieron a decir que las operaciones no estaban dirigidas contra el
pueblo serbio sino contra el gobierno instituido en Belgrado, mientras
las víctimas civiles inocentes eran clasificadas con dos palabras
monstruosas: «daños colaterales», una expresión de tal manera odiosa
que incluso los medios informativos internacionales la declararon «las
peores palabras» pronunciadas en 1999.

Fue con una alegría extrema que los asesinos de la OTAN lograran
ensombrecer el cielo de Kosovo y Metohija, al aportar su apoyo aéreo a
la organización terrorista conocida con el nombre de « Ejército de
Liberación de Kosovo », para luego lanzar sobre la tierra sagrada de
ambas regiones todos los proyectiles imaginables, como las bombas de
fragmentación (que se supone que están prohibidas) y misiles
«mejorados» con uranio "empobrecido", cuyos efectos devastadores son
resentidos aún dentro de esas dos regiones, sin discriminar a ninguno
por razones de nacionalidad -entre los que están incluidos los
contingentes de la OTAN y los soldados de la KFOR. Son numerosos de
entre ellos los que padecen las secuelas de la radiación.

Han mentido al afirmar que la serie de bombardeos llamada «Angel de
la Misericordia», fue organizada para prevenir una catástrofe
humanitaria de la que no hubo rastro en ningún momento, pero que fue
invocada para justificar su agresión contra nuestro país (y dirigida
con sobrada maestría por los dirigentes albaneses de la ALK / UÇK).

Pero eso no es todo. Los crímenes cometidos por la OTAN contra nuestro
pueblo alcanzaron su plena expresión apenas al finalizar la «guerra»,
es decir, en el momento en que las fuerzas de la KFOR entraron en
Kosovo y Metohija, sobre la base de la resolución del Consejo de
Seguridad y del Tratado (militaro-técnico) de Kumanovo, firmado el 10
de junio de 1999. La KFOR tenía encomendada la tarea, según ese
tratado, de atemperar la agresividad de las facciones en conflicto, de
establecer un ambiente seguro y de desmilitarizar a la UÇK. De acuerdo
a la resolución 1244 del Consejo de Seguridad, la KFOR llegó a Kosovo
y Metohija para asegurar la convivencia pacífica y segura en beneficio
de todos los habitantes de Kosovo, y a la vez de facilitar el retorno
incondicional y seguro de los refugiados y los desplazados.

Ninguna de esas tareas fue acometida. Exactamente después de la
llegada de la KFOR y de las autoridades civiles de Naciones Unidas y
de l’UNMIK no sólo las catástrofes humanas se produjeron sino que
culminaron en una depuración étnica sin precedente. El genocidio,
único en su género en agravio de la población serbia en tiempo de paz,
inconcebible en la historia de la humanidad, se consumó bajo el
auspicio de la KFOR y de la UNMIK, cuyos miembros se pusieron al
servicio de los extrémistas albaneses y de la organización terrorista
UÇK, a la que se permitió perseguir y ejécutar a los dos tercios de la
población serbia cristiana (250 mil personas), así como otras
comunidades no-albanesas : romos, gitanos, ashkalis y gorancis.

La Convención sobre el genocidio, emitido por Naciones Unidas indica:
que en la Convención, el término «génocidio» significa cualquier
acto cometido con la intención de destruir total o parcialmente a un
grupo nacional, étnico, racial o religioso, específicamente en casos
como:

(a) El asesinato de miembros del grupo; (b) La inflicción de daños
corporales o mentales graves a los membros de ese grupo; (c) La
imposición déliberada al mencionado grupo de condiciones de vida tales
que signifiquen su destrucción física, total o parcial; (d) La
imposición de medidas tendentes a evitar los nacimientos en el seno de
dicho grupo; (e) La transferencia por la fuerza de niños
perenecientes a dicho grupo a otros centros de población.

Las hipótesis mencionadas en la Convención de la ONU tipifican el
genocidio cometido en agravio del pueblo serbio de Kosovo y Metohija
en los ocho años pasados, en presencia y bajo la protección de las
tropas de la OTAN.

Permitidme recordaros que la historia de Kosovo y Metohija es una
historia triste y cruenta, con una duración de muchos años. Todo
comenzó con la célebre batalla de Kosovo Poljé en 1389, que aún no ha
terminado. Durante el largo periodo transcurrido, no ha habido más que
unos días en paz y soleados, que representan, rigurosamente hablando,
una veintena de años. El tiempo restante, los otros siglos
transcurridos son los pasados en la oscuridad del yugo turco, sobre la
cruz del sufrimiento. Los historiadores ya han comenzado a analizar
los hechos y numerosos libros ya han sido llevados al público por
autores locales y extranjeros.

Una plétora de testimonios dan fe de
que cada nuevo periodo fue más duro, arduo y cruento que el
precedente. El lamento de la vieja Serbia, de Nikola Popovic,
decribe los cien últimos años del dominio turco. Y si bien se trata de
la descripción del yugo otomano, no olvidemos que los principales
responsables de los crímenes y la violencia de hoy han sido los
albaneses de Kosovo convertidos al islam. Al releer ese libro y al
reflexionar sobre los acontecimientos desde junio de 1999, se puede
tener la impresión de que nuestra historia se repite. Y en efecto sólo
hay diferencias mínimas con el pasado y de intensidad. Pero la
historia, en efecto, se repite ; es verdad y lo es hoy más que nunca.

Desde junio de 1999, Kosovo y Metohija han sido una vez más
crucificados. Incluso antes de esa fecha, en 1941; esas dos regiones
han sufrido enormemente; han sido inmoladas por el incendio y la
intensidad de los sufrimientos: la violencia, el pillaje, los asesinatos, las violaciones y la persecución. Y no obstante estas injusticias, a lo largo de estos últimos años y bajo la «protección» de la OTAN y la administración de la UNMIK, toda la crueldad experimentada y registrada en los libros de historia ha sido rebasada.

¡Kosovo y Metohija han sido crucificados! ¿Podemos acaso imaginar
algo más desolador ante nuestra mirada? No se puede hablar de cara a
la crucificción. en este caso sólo se puede permanecer silencioso, o
llorar con lágrimas amargas. Y en particular Aquél que está en la Cruz
que no puede hablar. El todo lo soporta y sufre. Y también ora por
quienes lo han torturado: «Perdónales, Padre mío porque no saben lo
que hacen». Esas fueron las palabras del Señor crucificado. Y nosotros, que hemos sido crucificados con Kosovo y Meohija, no osamos repetir esas palabras sagradas. Porque quienes nos torturan saben perfectamente lo que hacen y porqué lo hacen.

Y lo que han hecho los terroristas y los criminales de hoy -como los
albaneses de Kosovo-, y lo que están a punto de hacer en Metohija, es
bien sabido en el mundo entero. Han pasado ya ocho años desde que
emprendieron sus fechorías abominables bajo la mirada del mundo, en
presencia de la comunidad international, representada por los miembros
de la UNMIK y de la KFOR en Kosovo y en Metohija.

Su presencia, no sólo en el papel de testigos, sino en el de instancia
de gobierno y de autoridad inmediata, lejos de impedir los combates,
no sólo autoriza sino tolera las actividades criminales. Incluso si la
administración interina de la ONU está presente y es funcional en
Kosovo y Metohija, incluso si las tropas de la OTAN (16 500 hombres)
siguen aún estacionados en sus bases, hay aún centenares y miles de
terroristas y criminales que caminan libremente por las aceras sin ser
detenidos en Kosovo y Metohija. Muchos de esos criminales han sido
miembros de instituciones kosovares que cooperan, con la legalidad de
su parte, con la alianza militar.

El último libro de Iseult Henry, seudónimo de un miembro actual de la
misión internacional en Kosovo y Metohija, Ocultar el genocidio en
Kosovo – Un Crimen contra Dios y la humanidad
, aborda el análisis de
estos hechos de manera concreta y detallada. No es una cronología
típica de los acontecimientos contemporáneos, ni una obra clásica de
diplomacia, ni un simple relato periodístico. No. Es simplemente un
libro de historias reales sobre lo que ha ocurrido en Kosovo desde el
final de la guerra de 1999: robos, mutilaciones, profanaciones de
lugares sagrados en iglesias y monasterios (más de 150). Abusos que
fueron posibles por la tolerancia que les dio la OTAN. La fria distancia tomada por los soldados de la KFOR, la señal dada de manera intencional a las fechorías de la UÇK fue la señal dada al programa
silencioso y metódico de eliminación de los indeseables. Este programa
culminó con el pogrom de marzo de 2004, cuando Kosovo fue sometido a
sangre y fuego mientras la OTAN se complacía contemplando la tragedia.

Nada mejor para entender el papel jugado por las fuerzas
intervencionistas de la KFOR que el siguiente ejemplo: un maestro,
Miomir Savic, del pueblo de Cernica, cercano de Gnjlan, se encontraba
sentado en la terraza de una pequeña cafetería serbia acompañado de
amigos. Los terroristas albaneses lanzaron una bomba contra el café y
en seguida huyeron. La bomba hizo explosión hiriendo gravemente a
Miomir, que comenzó a perder sangre a causa de las heridas en sus
piernas. Hubo gente que acudió en su auxilio, pero los soldados
estadunidenses de la KFOR les prohibieron aproximarse.

El herido permanece tendido en el suelo dos horas desangrándose. Varios socorristas albaneses, un cirujano y tres enfermeras llegaron del
puesto de socorro de Gnjilane, quienes incluso suplicaron a la KFOR
que les permitieran llevar socorro oportuno a Miomir, pero también a
ellos los soldados de la KFOR les prohibieron acercarse al lesionado.
Miomir permaneció, pues, tendido frente al café, desangrándose
mientras la KFOR no sólo no hacía nada sino que prohibía que llegara
el auxilio médico. Después de dos horas y media de espera y gravemente herido en las piernas, un hélicóptero aterriza, llevando en la mano equipo médico (había despegado del Campo Bondsteel). Sin embargo, para Miomir ya era demasiado tarde. Rodeado de GI’s, exala su último suspiro. Durante dos horas y media, esos soldados miraron cómo se desangraba, indiferentes, porque obedecían órdenes

No sólo los serbios cristianos y las demás minorías no albanesas son
el blanco de los terroristas. Pasa otro tanto en relación a sus bienes:
casas, lugares santos incluyendo a los cementerios cristianos. Muchos cementerios serbios sufrieron vandalismo, así en Kosovo como en Metohija: las cruces han sido rotas, los monumentos amputados, las
osamentas exhumadas y dispersas por todas partes, mientras los
cementerios eran destruidos. Los miembros de la UÇK hicieron la guerra
no sólo a los vivos sino también a los muertos bajo la mirada vigilante de la OTAN, que ha vuelto los ojos hacia otro lado: en efecto, nadie ha sido llevado a comparecer ante un tribunal por sus crímenes. Incluso los muertos (serbios) deben desaparecer y por ello no pueden descansar en paz en Kosovo. Es posible lanzar una guerra contra los vivos, pero nadie ha podido declarar hasta ahora una contra los muertos. ¡Los muertos son invencibles !

Llegada a Kosovo con el supuesto propósito de hacer la paz, la OTAN ha
transformado al país en un infierno; sólo los albaneses están a salvo
y lo han obtenido todo. Los serbios y las otras poblaciones no han
ganado nada excepto sufrimientos y destrucción. ¿De qué clase de paz
se trata, si no se puede hablar la propia lengua en la calle? Sólo
es posible hacerlo en la intimidad del hogar ; si no se puede admitir
y practicar su propia fe porque el lugar de culto se encuentre atrás
de alambradas o haya sido destruido ; y si no se puede regresar al
pueblo natal? ¿Qué clase de paz es esa en la que en el curso de unos
años alguien hace desaparecer todo vestigio de vuestra cultura y que
da como explicación que todo ha sido por vuestra causa?

Para terminar hago esta última pregunta : Después de todo eso ¿para
qué entrar en la OTAN? Desde luego, un dilema sigue en pie, en espera
de respuesta : ¿Acaso la OTAN no emprendió esta guerra con el único
propósito de permitir que los rufianes y charlatanes pudieran violar
el hogar de sus legítimos propietarios?

¿Acaso la OTAN emprendió esta guerra con el fin de asegurar que los
cristianos de Kosovo no pudieran enterrar a sus muertos en cementerios
cristianos y para que no pudieran visitar las tumbes de sus familiares
difuntos?

¿Acaso la OTAN entró en guerra para evitar que los serbios que han
permanecido en Kosovo y Metohija ya no puedan dormir seguros?

¿Acaso la OTAN comenzó la guerra para vigilar que cualquiera pueda
tomar posisión de los bienes los bienes en lugar de quienes los han
poseído legalmente?

La lista de preguntas similares es interminable y todas conducen a la
que es fundamental: ¿por qué ?

Pero esto aún no termina. Hoy mismo, la OTAN (Estados Unidos y la
Unión Europea) ha concentrado todo su poder para consagrar los
esfuerzos de los terroristas albaneses por los crímenes perpetrados en
Kosovo y en Metohija y recompensarles por ello concediéndoles un
Kosovo independiente, violando así todos los acuerdos acuerdos
internacionales, todas lss resoluciones de la ONU y todas las leyes
generalemente acatadas en relación a la integridad territorial y la
soberanía de todos los países que son miembros de la ONU, y Serbia uno de los primeros países que formaron parte de la organización
internacional. Tal solución que se pretende imponernos, implica la
separación de Kosovo y de Metohija de Serbia, es decir, de una
separación entre el estado serbio y el pueblo serbio en su integridad.
Esto no será jamás aceptado.

Está en marcha un plan para someternos a una extorsión insolente para
hacernos aceptar un Kosovo independiente (en esto consiste la
propuesta de Matthi Ahtisaari) y a cambio otorgarnos nuestro ingreso
en la OTAN. Esto Serbia no lo aceptará jamás. Las víctimas de los
bombardeos de la OTAN, en 1999, y las víctimes caídas bajo el golpe de
los criminales de la UÇK, bajo la «protección» de la OTAN, nos exigen que no les olvidemos y no les traicionemos. Esas víctimas ya ocupan un lugar en nuestra conciencia, y es nuestro deber moral preservar su paz eterna y permitir que sus almas reposen en paz con el mensaje que han depositado, al mismo tiempo que su vida, al pie del altar de su patria. De tal manera, no podremos jamás vivir en compañía de sus asesinos. Muchos serbios públicamente se preguntan: ¿por qué hemos de caer en los brazos de aquellos bajo cuya mirada y supuesta «protección» alrededor de dos mil 500 mártires serbios fueron asesinados sin que un solo asesino haya sido sometido a proceso por ello? El puebo serbio tiene el sentimiento de que vale más desaparecer de la superficie de la tierra que aceptar esa adhesión.

Debe rechazar esa posibilidad en la medida en que un hombre (y una
nación) sin honor, sin coraje y dignidad nacional queda reducido a la
nada y sólo merece ser escupido.

Unirnos a la OTAN, sería la peor solución, el peor desastre y la peor
humillación para el pueblo serbio de toda su historia.

Estamos seguros de que Serbia no permitirá jamás que se le imponga este camino.

S. B. Mons. Artemije Radosavljevic Arzobispo de Raska y Prizren de la
Iglesia Ortodoxa Serbia
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