Por Rodolfo Omar Etrea Bianchi (*).- El llamado “Proceso de Modernización Económica”, impuesto desde el Primer Mundo, profundizó en los países latinoamericanos la política económica liberal expresada en: el ajuste, la privatización, el cierre de fuentes de trabajo, la mayor desocupación y el aumento de la pobreza. En Latinoamérica este nuevo “ajuste de la pobreza” lo padecen naturalmente los sectores populares, y de éstos, las mujeres como principales responsables de la subsistencia familiar. El ajuste económico genera mayor pobreza femenina y opera como principal impulsor de la emigración de este sector; la feminización de la pobreza se relaciona entonces, con la feminización de la emigración.
El tráfico de mujeres del Sur es, sin duda alguna, uno de los sistemas más extremos de explotación contra la Mujer; trama compleja donde se relacionan todos los niveles de dominación NORTE-SUR, HOMBRE-MUJER, BLANCO-NEGRO, RICO-POBRE, SUJETO-OBJETO.
Esta “forzada emigración femenina latinoamericana” creció considerablemente en Europa, en la década de los ‘80. La mayoría de las mujeres proceden de Perú y República Dominicana, también de Bolivia, Paraguay, Ecuador y Colombia. Sin importar el país hacia el que se dirigen casi todas estas mujeres llegan con la ilusión de permanecer pocos años y regresar a sus países en mejor situación económica, pero tienen que quedarse mucho tiempo en este destino manteniendo a sus hijos y familiares. Llegan engañadas por agencias de viajes o con promesas de falsos trabajos, con atractivos contratos como bailarinas o para casarse con un natural del país en el que se establecen.
En todos los casos la dependencia y la falta de derechos es un denominador común. Por ejemplo, para conseguir permiso de permanencia en el país, sus empleadores tiene que firmar una garantía; si la despiden o quiere irse no tiene ninguna opción, salvo permanecer ilegal, casarse, o trabajar como bailarina. Claro que también existe la posibilidad de que “ella” pueda demandar a sus empleadores ante el Departamento del Trabajo por el bajo salario recibido y el exceso de horas de laborales, pero la mayoría de las mujeres emigradas permanecen en situación ilegal y además si hicieran esa demanda se verían en riesgo de ser expulsadas con el peso de la Ley.
La emigración femenina crece, y con ella el tráfico de mujeres se estructura organizadamente no solo en Europa si no en países como: Argentina, donde existen redes en todas las provincias. Así mismo se mantienen las formas tradicionales de importar mano de obra barata para el trabajo doméstico y el cuidado de niños.
Aumentan las agencias matrimoniales y las que antes ofrecían “en venta” mujeres asiáticas, han ampliado su creciente negocio a las “exóticas” caribeñas, brasileras y mulatas.
Prácticamente todas las agencias de viajes venden paquetes que incluyen servicios sexuales y en los burdeles de cada pueblo “bailan” un gran número de latinoamericanas. A finales del siglo XX el viejo tráfico de mujeres, expresión del colonialismo sexista, es un negocio exitoso desde el Sur y desde el Sur hacia el Norte.
Países europeos y latinoamericanos (incluido Argentina) permiten la comercialización de mujeres como un negocio que satisface las “necesidades del Mercado” de los Hombres Blancos.
En todos los casos de emigraciones, las mujeres salen a buscar una estrategia de vida, llegan a sus destinos y descubren que para ellas la explotación no tiene fronteras, más bien, se ve reforzada por: el sexismo que las reduce a “objetos”, por el racismo que las “cosifica” para determinadas funciones, considerándolas incapaces e inferiores. UNA MUJER LO VERBALIZÓ CLARAMENTE: “AQUÍ NO SOLO SOY UNA MUJER POBRE, SOY ADEMÁS INMIGRANTE Y NEGRA”.
(*) Psicólogo Social
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