El tráfico de mujeres del Sur es, sin duda alguna, uno de los sistemas más extremos de explotación contra la Mujer; trama compleja donde se relacionan todos los niveles de dominación NORTE-SUR, HOMBRE-MUJER, BLANCO-NEGRO, RICO-POBRE, SUJETO-OBJETO.

Esta “forzada emigración femenina latinoamericana” creció considerablemente en Europa, en la década de los ‘80. La mayoría de las mujeres proceden de Perú y República Dominicana, también de Bolivia, Paraguay, Ecuador y Colombia. Sin importar el país hacia el que se dirigen casi todas estas mujeres llegan con la ilusión de permanecer pocos años y regresar a sus países en mejor situación económica, pero tienen que quedarse mucho tiempo en este destino manteniendo a sus hijos y familiares. Llegan engañadas por agencias de viajes o con promesas de falsos trabajos, con atractivos contratos como bailarinas o para casarse con un natural del país en el que se establecen.

En todos los casos la dependencia y la falta de derechos es un denominador común. Por ejemplo, para conseguir permiso de permanencia en el país, sus empleadores tiene que firmar una garantía; si la despiden o quiere irse no tiene ninguna opción, salvo permanecer ilegal, casarse, o trabajar como bailarina. Claro que también existe la posibilidad de que “ella” pueda demandar a sus empleadores ante el Departamento del Trabajo por el bajo salario recibido y el exceso de horas de laborales, pero la mayoría de las mujeres emigradas permanecen en situación ilegal y además si hicieran esa demanda se verían en riesgo de ser expulsadas con el peso de la Ley.

La emigración femenina crece, y con ella el tráfico de mujeres se estructura organizadamente no solo en Europa si no en países como: Argentina, donde existen redes en todas las provincias. Así mismo se mantienen las formas tradicionales de importar mano de obra barata para el trabajo doméstico y el cuidado de niños.

Aumentan las agencias matrimoniales y las que antes ofrecían “en venta” mujeres asiáticas, han ampliado su creciente negocio a las “exóticas” caribeñas, brasileras y mulatas.

Prácticamente todas las agencias de viajes venden paquetes que incluyen servicios sexuales y en los burdeles de cada pueblo “bailan” un gran número de latinoamericanas. A finales del siglo XX el viejo tráfico de mujeres, expresión del colonialismo sexista, es un negocio exitoso desde el Sur y desde el Sur hacia el Norte.

Países europeos y latinoamericanos (incluido Argentina) permiten la comercialización de mujeres como un negocio que satisface las “necesidades del Mercado” de los Hombres Blancos.

En todos los casos de emigraciones, las mujeres salen a buscar una estrategia de vida, llegan a sus destinos y descubren que para ellas la explotación no tiene fronteras, más bien, se ve reforzada por: el sexismo que las reduce a “objetos”, por el racismo que las “cosifica” para determinadas funciones, considerándolas incapaces e inferiores. UNA MUJER LO VERBALIZÓ CLARAMENTE: “AQUÍ NO SOLO SOY UNA MUJER POBRE, SOY ADEMÁS INMIGRANTE Y NEGRA”.

(*) Psicólogo Social