Bajo el título «gemidos franceses» el diario New York Post muestra una foto del director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn (DSK), ciudadano francés, arrestado y esposado por la policía estadounidense. Es acusado de haber intentado violar una trabajadora en el hotel de lujo donde estaba alojado.
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Parece que después de todo Osama bin Laden no será el principal personaje en el proceso del siglo; por un simple vuelco del destino, ese papel lo tendrá Dominique Strauss-Kahn (DSK), el todopoderoso jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), que ahora languidece en «Alcatraz» Rikers Island en Nueva York.

El hecho de que esta sopa de acrónimos (FMI-DSK) acabe de presentarse para una prueba, muy a pesar suyo, ante el mundialmente famoso Departamento de Policía de Nueva York, que completa la captura en el último minuto en la cabina de primera clase de un vuelo transatlántico, la rueda de identificación y el «paseo del perpetrador», lo convierte en el máximo escándalo sociopolítico global.

A un nivel más desagradable, el de los tabloides neoyorquinos, fue difícil librarse de la chispeante metáfora del IMF (FMI) –y su reputación de follarse a los pobres del mundo– aplicada literalmente a un ajuste estructural en un hotel de Manhattan a una discreta viuda inmigrante musulmana de África que vive en el Bronx con su hija adolescente. La implacable ejecución mediática tenía que ser tan masiva como el evento en sí.

Posiblemente, DSK tenga más suerte que el líder libio coronel Muamar Gadafi, porque se enfrantará a un jurado en Nueva York y no a la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya. A diferencia de Gadafi, DSK –por lo menos en teoría– es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad, aunque ya ha sido condenado por la prensa sensacionalista.

Menos visibles a ambos lados del Atlántico han sido los intelectos sanos que señalan que ninguno de los estafadores de Wall Street que timan billones [millones de millones] de dólares a la gente de a pie, ni los ejecutivos de BP que destruyen el Golfo de México, ni de hecho el gobierno de George W. Bush que llevó a la bancarrota a EE.UU. al lanzar una guerra que mató a más de un millón de civiles iraquíes, han tenido que pasar por un «paseo del perpetrador».

Es un hecho: en lo que se refiere a la «justicia estadounidense», las probabilidades de ver esposados a perpetradores del gobierno de Bush o de Goldman Sachs son nulas.

¡Qué divertido!

Seguir en detalle la histeria mediática a ambos lados del Atlántico ha sido más fascinante que un viaje a Marte. En Francia era prácticamente seguro que DSK sería el próximo presidente tras las elecciones de 2012, derrotando al menguante neo-napoleónico liberador de Libia, Nicolas Sarkozy.
DSK –el arma preferida por los poderes financieros detrás del trono– estaba a punto de anunciar su candidatura este mes.

El tono general de los medios dominantes franceses –por cierto extremadamente serviles de Sarkozy y sus acólitos– es que los estadounidenses, confirmando todos los estereotipos antifranceses que existen, humillaron a Francia al hacer desfilar a DSK esposado en un paseo de perpetradores (ilegal en Francia) y al rehusar una fianza de 1 millón de dólares.

La justicia estadounidense, al estilo Ley y Orden, es tan vil como el puritanismo estadounidense. Mientras tanto, las teorías conspirativas inevitablemente se arremolinan entre los catatónicos simpatizantes del Partido Socialista.

Por lo menos la mayor parte de Francia ha establecido que la mucama de Sofitel de Guinea no era una Mata Hari. Pero tal vez sea una agente de la CIA.
Luego existe el molesto Twitter –amplificado por un agente servil de Sarkozy– que anuncia que DSK fue «arrestado» incluso antes de que la policía de Nueva York dijera pío; una primicia mundial. Nada menos que un 57% de los votantes franceses y un 70% de los socialistas creen que a DSK le tendieron una trampa.

¿Cui bono, en caso de una conspiración? Ciertamente se benefician Sarkozy, su campaña para la reelección presidencial y sus conexiones ultraconservadoras en EE.UU.; los neofascistas del Frente Nacional en Francia, cuya candidata, la metódica Marine Le Pen, tiene más probabilidad de llegar a la segunda vuelta en 2012; y los tiburones financieros globales descontentos con la posición más «liberalizadora» del FMI bajo DSK.

El ultracarismático DSK es un suave socialista estilo (champán) Moet & Chandon. Si fuera un banco, DSK estaría en la categoría «demasiado grande para quebrar». Quebró, pero no como un banco.

Si fuera un político estadounidense, sería algo parecido al ex presidente Bill Clinton, con la misma tendencia a divertirse. «Bubba» fue casi expulsado del poder supremo por una pandilla de puritanos rabiosos por una simple mamada en la Casa Blanca. El circuito coctelero de París simplemente no se puede imaginar que el notorio mujeriego DSK sea stan estúpido como para arriesgar la presidencia por una mucama africana musulmana francófona.

De ahí la tesis de que todo esto haya sido un malentendido: DSK estaba esperando a una prostituta neoyorquina de clase alta cuando la desprevenida mucama entró a la guarida del león y lo encontró totalmente dispuesto.

Este encuentro cercano entre el FMI y una economía subsahariana en desarrollo no implica que DSK sea un campeón de los pobres o de los trabajadores. Lejos del socialismo, DSK ha sido un compañero de primera clase de las elites financieras globales y del capital multinacional. Pero hay un ángulo muy interesante en el asunto.

El aspecto más lamentable de todo este sórdido tema es que DSK estaba realmente tratando de reformar el FMI, de encaminar al poco representativo monstruo hacia una línea más progresista. Recibía elogios como excelente administrador. Su sucesor interino es el estadounidense John Lipsky, ex vicepresidente de JP Morgan; hablemos de una regresión.

DSK trataba de alejar al FMI del nefasto papel que desempeñó en la crisis financiera asiática. En esos días de 1997, la dura medicina del FMI, inspirada por el Departamento del Tesoro de EE.UU., inmensamente lucrativa para los acreedores, casi destruyó economías enteras, de Tailandia a Indonesia. Brasil y Rusia también sufrieron.

Luego llegó la hora de «domar» a Argentina, pero Argentina cesó los pagos a finales de 2001. El FMI hizo todo lo posible para sabotear al país; pero la economía argentina se estabilizó y el país comenzó a volver a crecer en 2002.

Los mercados emergentes están cansados de que los europeos dirijan el FMI. Los franceses han dirigido el FMI durante 26 de los últimos 33 años. La distribución del poder es medieval; hay nueve europeos entre los 24 directores; el director brasileño representa a nueve países, pero su voto pone en la balanza solo un 2,4%; el voto de EE.UU. vale cuatro veces más.

Esos 24 directores ejecutivos elegirán ahora al próximo jefe del FMI. Los europeos ya están involucrados en una empedernida disputa, no quieren entregar el trofeo. En todo caso, las perspectivas de Kemal Dervis de Turquía son brillantes, o las de candidatos de India o de Sudáfrica.

China todavía pondera si entrar a la lucha. Si la salida de DSK abriera la puerta a un dirigente del FMI de una economía emergente, qué espectacular justicia poética sería que fuera gracias a una inmigrante africana musulmana.

Fuente: Asia Times Online.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens