«Mi expulsión de Israel»

Cuando llegué a Israel como representante de la ONU sabía que podrían haber problemas en el aeropuerto. Y los hubo.

El 14 de diciembre, llegué al aeropuerto de Ben Gurion de Tel Aviv, Israel para llevar a cabo mi cometido como relator especial de la ONU en los territorios Palestinos.

Dirigía una misión que había sido destinada a visitar Cisjordania y Gaza para preparar un informe sobre el cumplimiento de Israel con los estándares de los derechos humanos y de la ley humanitaria internacional. Las reuniones se habían programado sobre una base horaria durante seis días, comenzando con Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, al día siguiente.

Sabía que podían haber problemas en el aeropuerto. Israel se había opuesto contundentemente a mi cita unos meses antes y su ministerio de exteriores había emitido una declaración respecto a que excluiría mi entrada si venia a Israel en mi calidad de representante de la ONU.

Al mismo tiempo, no habría hecho el largo viaje desde California, donde vivo, si no hubiera sido razonablemente optimista sobre mis oportunidades de conseguir entrar. Israel fue informado de que yo dirigiría la misión y se le dio una copia de mi itinerario, y emitió los visados para las dos personas que asistían: una del personal de seguridad y un auxiliar, ambos trabajan en la oficina del alto comisionado de derechos humanos en Ginebra.

Para evitar un incidente en el aeropuerto, Israel podía haber o rechazado otorgar visados o comunicar a la ONU que a no se me permitiría entrar, pero no se dio ningún paso. Parecía que Israel quisiera enseñarme, y más significativamente a la ONU, una lección: no habrá ninguna cooperación con aquellos que hagan fuertes criticas a la política de ocupación de Israel.

Después de serme negada la entrada, me pusieron en una sala de detención con otras 20 personas que experimentaron problemas de entrada. Llegados a este punto, fui tratado no como un representante de la ONU, sino como algún tipo de amenaza a la seguridad, sometido a un registro corporal centímetro a centímetro y a la inspección de equipaje más minuciosa de la que jamás he sido testigo.

Fui separado de mis dos compañeros de la ONU a quienes les permitieron entrar en Israel y para ser llevados a las instalaciones de detención del aeropuerto a una milla o así, alejada. Me exigieron que pusiera mi teléfono móvil y equipaje en una sala y me llevaron a una sala minúscula cerrada que olía a orín e inmundicia. Contenía a otros cinco detenidos y era una invitación indeseable a la claustrofobia. Pase las siguientes 15 horas tan limitado, que equivalieron a un curso sobre las miserias de la vida en prisión, incluyendo capas de suciedad, alimentos incomestibles, luces brillantes en exceso o la oscuridad controlada desde la garita de guardia.

Por supuesto, mi desilusión y el duro confinamiento fueron cosas sin importancia, no por el valor de la noticia en si misma, sino dados los tipos de graves privaciones que millones de personas de todo el mundo aguantan a diario. Su importancia es en su mayor parte simbólica. Soy un individuo que no había hecho nada malo más allá de expresar la fuerte desaprobación a las políticas de un estado soberano. Más importante, la obvia intención fue humillarme como representante de la ONU y mediante ello, enviar un mensaje de desafío a las Naciones Unidas.

Israel me había acusado, desde hacia tiempo, de predisposición y de hacer acusaciones inflamatorias relacionadas con la ocupación de territorios Palestinos. Niego haber sido parcial, sino más bien, insisto en haber tratado de ser verídico en evaluar los hechos y la ley pertinente. Es el carácter de la ocupación el que da origen al brusco enfoque critico a Israel, especialmente su duro bloqueo de Gaza, cuyo resultado es el castigo colectivo de los 1.5 millones de habitantes.. Pero atacando al observador más bien que a lo qué se observa, Israel juega un juego inteligente mental. Dirige la atención lejos de las realidades de la ocupación, practicando efectivamente una política de distracción.

El bloqueo de Gaza no sirve para legitimar la función israelí. Se impone supuestamente para represalia por los cohetes de Hamas y Jihad Islámica que se disparan desde la frontera al pueblo Israelí de Sderot. La completa equivocación de disparar tales cohetes es indiscutible, aún esto, de ninguna manera se justifica la represalia israelí indiscriminada contra toda la población civil de Gaza.

El propósito de mis informes es documentar en nombre de la ONU la urgencia de la situación en Gaza y en otras partes de la Palestina ocupada. Semejante trabajo es particularmente importante ahora puesto que hay signos de una escalada renovada de violencia, e incluso de una amenazante reocupación Israelí.

Antes de que tal catástrofe suceda, es importante hacer la situación tan transparente como sea posible, y que es lo que había esperado hacer al realizar mi misión. Aunque me hayan negado la entrada, mi esfuerzo continuará empleando todos los medios disponibles para documentar las realidades de la ocupación israelí tan verídicamente como sea posible.

Fuente: My expulsion from Israel, The Guardian, 22 de diciembre de 2008.
Traducido por Carlos Sanchis.