“Tendré los ojos muy lejos
y un cigarrillo en la boca
el pecho dentro de un
hueco
y una gata medio loca.”

Charly García
(Cuando ya me empiece a quedar solo)

onocí a Miche, allá por la década de los 80 de la forma como muchos la conocimos, por intermedio de la radio. Desde sus inicios me impresionó su ronquita voz libertaria y ternurienta, sobretodo cuando cantaba las canciones protesta que animaron a las organizaciones sociales y los movimientos de izquierda, a obreros y sindicatos que se movilizaban en contra de las dictaduras militares en toda América Latina, denunciando a los miles y miles de muertos y desaparecidos en Chile y Argentina, acompañando el dolor de las madres de la Plaza de Mayo, arengando a los estudiantes y a los jóvenes rebeldes y contestatarios.

Antes de la Miche, Violeta Parra, Víctor Jara, y después, Inti Illimani, Quilapayún e Illapu en su Chile natal, recopilaron y crearon canciones de la lírica popular recogiendo las melodías del altiplano chileno. Más tarde junto a la Miche partieron al exilio por el delito de cantarle al pueblo e incitarle a la rebelión.

La canción popular, la trova cubana, la canción social y protesta, también se ancló en el Ecuador. Así aparecieron grupos como Jatari, Taller de Música, Noviembre 15, Pueblo Nuevo, Los Cantores del Pueblo, Illiniza, etc, que en sus inicios rescataron la música folklórica y andina a fin de visibilizar las melodías de los pueblos ancestrales que a pesar de sus ricos contenidos en rítmica y poética habían sido invisibilizados por la élites culturales de oído refinado y de frac. En respuesta a ese intento de genocidio musical al puro estilo de los conquistadores españoles, aparecieron en los escenarios del Ecuador, América Latina y todo el mundo, el poncho, las alpargatas, los cabellos largos; los instrumentos autóctonos como ocarinas, quenas, zampoñas, rondadores, charangos, tiples, cuatros, bombos y tambores acompañados de la guitarra.

Para la Miche, no había ritmo, poesía o estilo musical que se le esquivara. Milongas, zambas, candombes, chamamés, cuecas, chacareras fusionadas con instrumentos de nuestra América india e instrumentos electrónicos conspiraron sublimemente para realzar su voz telúrica de mama grande.

Siempre solidaria, compartió su canto y su lucha por las causas populares. Su voz llegó a todos los estratos sociales, desde las clases denominadas pudientes a quienes a punte canto y golpetear de su bombo removió conciencias, hasta los más pobres y desposeídos, invitándoles a alzar el puño y liberarse del explotador.

El primer disco que adquirí de la Miche, es un álbum que contiene dos vinilos de 73 rpm grabado en vivo en el Teatro Opera de Buenos Aires en 1982. Lo compré en la disquera JD Feraud Guzman que quedaba al frente del Parque El Ejido de Quito y que suelo escuchar cuando me agarra la resaca, sobretodo la canción titulada “Cuando ya me empiece a quedar solo” de Charly García. Tras la muerte del acetato, vinieron los CDS, especial mención merece un CD en que la Miche canta “Gracias a la vida” con Joan Baez, allá por los años 70.

¿El legado de la miche Sosa? Internacionalizar el folklore argentino y la música latinoamericana en general, trascendiendo ese imaginario de que Argentina solo era Tango y Carlos Gardel, además de su mentalidad abierta al grabar canciones de casi todos los países latinoamericanos, (lástima que no grabara un pasillo ecuatoriano que en su voz y su estilo sonaría a ágape de los dioses) y compartir su voz con las voces de Joan Manuel Serrat, Victor Heredia, Fito Páez, Milton Nascimento, Tereza Parodi, Caetano Veloso, etc, y últimamente con Shakira, Julieta Venegas y Gustavo Cerati.

La voz de la mama grande seguirá retumbando allí donde habite la injusticia y la miseria, seguirá azuzando la utopía de los pueblos en su lucha por la liberación final del sistema opresor capitalista.

Hasta luego Miche Sosa, hasta luego mama grande, hasta lueguito nomás. Rato menos pensado, nos hemos de encontrar para cantar “La milonga del fusilado”.