A veces no se ve nada en la superficie, pero por debajo de ella todo está ardiendo.

Y.B. Mangunwijaya

Se podría decir que Baudelaire, de quien Victor Hugo dijera: «Ha creado usted un estremecimiento nuevo», osó enfrentarse al mundo, atreviéndose a salir del encasillamiento y a romper los moldes establecidos para los temas poéticos. Por el hecho de mostrarse irreverente y desafiante, en su época fue satanizado y muy censurado, y puso sobre el tapete una serie de cuestiones que nos mostraron que los hombres constantemente nos debatimos entre el bien y el mal, y también confundimos el bien con el mal o viceversa. Sus «flores del mal», sacudieron los cimientos de una sociedad que se aferraba a conceptos que se decían portadores de la pureza y la bondad.

Dentro de su obra Las flores del mal, en su poema «La destrucción» dice:

El demonio se agita a mi lado sin cesar; /flota a mi alrededor cual aire impalpable; / lo respiro, siento cómo quema mi pulmón /y lo llena de un deseo eterno y culpable.

Arthur Rimbaud, otro poeta, cruzó el cielo de la poesía como una estrella fugaz. Visionario y trasgresor, se asomó a la vida, trayendo en una orgía de palabras todos aquellos tópicos que habían sido despreciados y condenados por la burguesía amodorrada en una élite literaria, que no quería saber del desorden, de lo prohibido y mucho peor aún de la subversión. Rimbaud, transgredió y rompió incluso las bases de la poesía heredera de Baudelaire, la que le parecía falta de audacia, y portadora de un lirismo blando, con excesivas efusiones personales, que no apuntaban a llegar al sentido último que reside en todo lo que nos rodea.

Rimbaud, buscando el sentido y no sólo el sentimiento o la apoteosis, abrió la brecha a un lenguaje que pretendía escrutar lo inefable que habita detrás del sentido inmediato de las palabras. Este poeta, utilizó las palabras como una especie de parteras que tendrían la misión de introducirnos en el terreno de lo imaginario. En la poesía de Rimbaud, las palabras no se constituyen en entes o íconos cerrados en la forma y sentido que representan en sí mismas, sino que pretenden ir más allá de las imágenes comunes, con las que suelen emparentarse corrientemente. Él, busca dar cuenta de un mundo que pueda trascender a una visión individual, y que pueda superar al individuo, para abrir las puertas a aquella parte del ser que se lanza en búsqueda de los márgenes de interpretación que se ubican en un punto más lejano y desconocido.

Los viejos valores sociales se tambalearon frente a la poesía y la prosa ebria, alucinatoria y vidente de Rimbaud. Él buscó quitarle el velo a la aparente modernidad de Londres, Bruselas y París de aquella época, que a pesar de su desarrollo industrial, se encontraban sumidos en una antigüedad casi medieval de las ideas y relaciones sociales, de las que nos han dejado muestras literarias las historias de Dickens.

Rimbaud, no sólo se reveló contra los viejos moldes poéticos sino que inscribió y escribió sobre toda aquella revuelta espiritual que le llevó a procurar en el poder de las palabras la sustitución del Verbo inicial, o la idea de Dios como creador del mundo. Rimbaud, nos trasmitió la idea de que las palabras son las que fundan el mundo.

El poeta, dice en «Saldo», poema contemplado en su libro Iluminaciones.

…¡En venta los Cuerpos sin precio, al margen de cualquier raza, mundo, sexo, descendencia! ¡Las riquezas surgiendo a cada paso! ¡Saldo de diamantes sin control!

¡En venta la anarquía para las masas; la satisfacción irreprimible para los aficionados superiores; la muerte atroz para los fieles y los amantes!

¡En venta las moradas y las migraciones, sports, magias y comforts perfectos, y el ruido, el movimiento y el futuro que forman!...

…En venta los cuerpos, las voces, la inmensa opulencia incuestionable, lo que no se venderá jamás. ¡Los vendedores no han terminado el saldo! ¡Los viajantes no han de entregar tan pronto su comisión!

Podemos observar que su prosa devela con ironía la ambigüedad de un mundo que dice avanzar, sin atreverse a romper los pespuntes que lo someten a la tiranía de los que venden y marcan entre su mercadería, incluso a los cuerpos y a la idea misma del confort, del éxito y del futuro.

Su ironía se vuelve más punzante en el poema «Democracia», que está escrito todo entre comillas, y en el cual denuncia el espíritu de conquista de las pretendidas «democracias» modernas. Se destila también a través de las venas por las que circula la sabia de este poema, el deseo del autor, de que cierta violencia acabe con los hábitos y el «confort» tan ensalzado dentro de los cánones del mundo moderno. Este poema reza:

La bandera avanza hacia el paisaje inmundo, y nuestra jerga ahoga el tambor.

En los centros alimentaremos la prostitución más cínica. Aplastaremos las revueltas lógicas.

¡En los países de pimienta y destemplanza! - al servicio de las más monstruosas explotaciones industriales o militares.

Adiós a los de aquí, a cualquier sitio. Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será feroz; ignorantes para la ciencia, taimados para el bienestar; que reviente el mundo que avanza. Ésta es la verdadera marcha. Adelante, ¡en camino!

Podemos decir que entre Baudelaire y Rimbaud, existe una gran distancia, y que pese a que ambos son en cierto modo transgresores, se ubican en distintos niveles de la realidad que han buscado transgredir. Baudelaire, parece ahogarse en medio de su dolor personal, y por este motivo parece extraviarse en esa especie de marginamiento al cual se condena. Rimbaud, sin embargo, entraña una rebeldía que apunta a todo aquello que está más allá de sí mismo, de tal manera, que podemos verlo en su sufrimiento por llegar a plasmar una mirada nueva. Él intenta tomar la cosa demasiado conocida, para develarla como si se tratara de un breve instante de luz, que nos revela otras facetas de un mundo que por momentos creemos demasiado supuesto.

Rimbaud, nos deja entrever que la realidad no tiene un sentido único, ni se puede atribuir a una visión que tan sólo roza la superficie de los hechos y de la apariencia. La realidad, tampoco puede ser el resultado de la comezón que corroe nuestras propias debilidades, o de nuestros deseos absolutamente subjetivos de interpretarla como creemos verla. La realidad hierve o arde bajo la epidermis de las cosas, y tal como dice el escritor indonesio Mangunwijaya, el hecho de que no veamos nada en la superficie, no niega de que por debajo de ella todo esté ardiendo.

A propósito de nuestro mundo actual, que por supuesto aún tiene que ser literaturizado en todo su volumen y sus contradictorias apariencias y realidades; podemos decir que las palabras no pueden hacer el papel de los microorganismos que se alimentan de los despojos de piel que caen a diario. Las palabras deben entrar en las uñas, los intestinos, el útero, el escroto, los músculos y los órganos internos del mundo en el que vivimos, y que frecuentemente suele esconderse de todo aquello que nos deja entrever el vuelo rasante de una primera mirada.