El debate en Ecuador, a más de las cifras pírricas de una economía interna bastante ociosa, es que la firma del TLC debe pasar por una consulta nacional. Ante la propuesta, los negociadores ecuatorianos y sus corifeos gobiernícolas se asustan. Argumentan que el tema TLC "no debe ser politizado", o que el TLC es un asunto netamente comercial.

Todos sabemos que el TLC es la última tuerca del ajuste estructural neoliberal. Es decir, la apertura económica del mercado latinoamericano no empieza después de la firma del TLC, sino que comenzó a rumiar nuestra economía hace dos décadas con las medidas surgidas e impuestas desde las calculadoras del Fondo Monetario Internacional y la benevolencia aparentemente inocente del Banco Mundial.

Dichas medidas fueron aplicadas por gobiernos que llegaron a la dirección del Estado con una idea de la política que interpretaba la democracia como un ejercicio, ampliado, del nuevo liberalismo político. A partir de entonces, el neoliberalismo no solo fue la derivación de una economía aperturista sino que asumió una novedosa concepción del rol del Estado. O sea, las competencias de su fuero social fueron negadas y su misión era, no faltaba más, para decirlo popularmente, hacerse el ciego, el sordo y el mudo. Y claro, como nuestros Estados (en Latinoamérica) no han dejado de ser siluetas vacías de su génesis histórica, es decir, malas copias de los Estados europeos, el neoliberalismo castró las pocas bondades de su corta vida para homogeneizar ¡las innegables virtudes del mercado!

Ningún paradigma económico funciona sin un soporte político básico. El TLC se alza en una torre panóptica donde la economía lo vigila todo y la política crea las condiciones para negar los procesos sociales implícitos.

Todo esto dije en la charla aludida con el afán de captar en lo macro las ideas nunca azarosas que nutren el cuerpo flaco de los negocios en América Latina -Ecuador-, y dan bola al embeleco de sus oligarquías internas: la especulación financiera, la productividad cero.

Así, retrospectivamente, el TLC, de algún modo engañoso, se ha ido firmando en cada carta fondomonetarista. Las negociaciones actuales se ubican en intereses económicos formales y específicos. Pero el negocio mayor, para los EE.UU., no está en las flores de San Valentín, verbi gratia, sino en el radio geopolítico de Sudamérica, en la zona andina, con mayor precisión. Pregúntenme por qué.

Fuente
El Diario (Ecuador)