El 14 de enero, Titi Calamani murió desangrado en el hospital Holandés de El Alto. Su cuerpo muestra huellas de tortura. ¿Quiénes se ensañaron con él? Todo apunta a un crimen político. Titi sólo tenía enemigos políticos porque el trabajo que desarrolló es sólido y apunta muy alto.
l miércoles 14 de enero apareció apuñalado en la avenida Larecaja de la ciudad de El Alto Ramón Titi Calamani. En la insurrección de octubre fue uno de los líderes populares que arengaba a la población desde radio Integración. Tenía 45 años y su apariencia era la de un adolescente. Nació en Taipiayka, una comunidad aymara de la provincia Camacho.
Lo conocí el año 1975, era un jovenzuelo que vendía pasta dental y cremas por las calles de La Paz. Nos hicimos amigos y le prestaba libros que devoraba con fruición y devolvía cada semana. En charlas interminables empezamos a compartir muchas ideas comunes y nuestra amistad se solidificó hasta el extremo que lo invité a varias reuniones políticas que se efectuaban en una pequeña galería de arte en la calle Bueno, lugar que frecuentaban artistas plásticos y escritores, buscando la derrota del dictador Banzer. Él escuchaba con atención y rara vez intervenía. Allí conoció a René Bascopé y a otras personas vinculadas a varias tendencias políticas progresistas.
Una idea ya estaba fraguada en su mente: “Si las clases populares no se acercan a la lucha de los pueblos indígenas, nada tendrá sentido, porque la sociedad boliviana está quebrada por una deuda moral e histórica”. Se vinculó al Partido Socialista, como dirigente de las juventudes campesinas. Después del golpe de García Meza le perdí de vista, como a muchos de nuestros amigos.
Al regresar del exilio nos encontramos, era estudiante de la universidad y no pudo concluir sus estudios de Ciencias Políticas dada su precaria economía. Me llevó a su comunidad Taipiayka para la fiesta del Anata y pasamos unos días espléndidos de interminables charlas sobre la liberación de los pueblos indígenas; ya su cambio al indianismo era patente y se apoyaba en realidades incontrastables.
Por aquella época, su interés en indagar la religiosidad aymara era muy fuerte por la madurez que había logrado a través de la reflexión y los conocimientos que había adquirido, su derrotero era la liberación de los pueblos indígenas, partiendo de la premisa del rescate de la cosmovisión religiosa aymara, como instrumento que permitía la no enajenación y alienación.
Tenía costumbres muy austeras y su ascendiente moral era muy alto entre sus amigos y hermanos aymaras. Sólo se alimentaba de frutas con un grupo de personas que le seguían hasta los tambos. Su incorporación a varias organizaciones indianistas era apreciada porque nunca puso condiciones a su actuación. Colaboró sin exigir nada y su preocupación estaba ya centrada en la religiosidad aymara. Era un lector compulsivo y fruto de aquellas lecturas era un texto que estaba escribiendo sobre hojas de cuaderno muy dañadas que alguna vez tuve oportunidad de leer. Sé que tenía otros trabajos sobre el tema, alguna vez me lo dijo, entornando sus ojos brillantes de gato, motivo por el cual, en un rito, en la Isla del Sol, se le cambió el nombre de Ramón por Titi.
El año 2002 me invitó a pertenecer a “Kharawiri” o el origen de la luz, un grupo que habían conformado entre varias personas que se dedicaban a estudiar las ritualidades y creencias religiosas aymaras. Ese año viajamos a un encuentro de yatiris para el año nuevo aymara en el Desaguadero, tengo grabada su arenga y su encendido discurso que brotaba de su pequeña figura. Fue un encuentro inolvidable por la sensación de alegría y paz que encontramos para nuestros espíritus. Al regresar a la ciudad de La Paz, nos quedamos en Lloko Lloko, una apacheta cercana a Tiwanaku y de noche, bajo el manto de las estrellas, hicimos un rito para la Pachamama. Fue un momento de gran regocijo y Titi Calamani se convirtió en mi líder espiritual.
Calamani fue un iniciado en los misterios de la religiosidad andina, fue un líder de la periferia al que no le interesaba el protagonismo, su humildad brillaba como sus ojos.
La última vez que lo vi estaba con un grupo de jóvenes músicos de la universidad, tocaba varios instrumentos de viento y era muy estimado por estos talentos que lo acercaban a la gente. Me habló sobre la grandeza. “No es importante ser grande, eso es sólo el cuerpo, lo inmenso está adentro de uno”.
Su frágil cuerpo no pudo resistir las puñaladas que le asestaron arteramente por detrás.
Murió desangrado en el hospital Holandés de El Alto. Su cuerpo muestra huellas de tortura. ¿Quiénes se ensañaron con él? Todo apunta a un crimen político. Titi sólo tenía enemigos políticos porque el trabajo que desarrolló es sólido y apunta muy alto.
El día de su entierro, en el cementerio de la heroica Villa Ingenio, bajo un cielo totalmente nublado, cuando el oficiante entregaba su ajayu al Sol, éste apareció radiante por unos breves instantes y luego desapareció. Esa luz es la que nos deja Titi Calamani.
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