A fines de los años ’50 del siglo pasado, cuando nuestro país todavía era
verde y con tranvías, y no se apagaban los ecos de la gloriosa conquista de
Maracaná, a uno que después fue tupamaro [1] se le ocurrió decir que en algunas
zonas rurales del Uruguay la gente vivía y trabajaba como en tiempos de la
esclavitud. Y peor: desconociendo las ricas tradiciones de lucha sindical de
la clase obrera uruguaya, en lugar de plantear las denuncias del caso en los
órganos correspondientes, resolvió ir él mismo a Bella Unión, organizar a
los cañeros, hacerse uno de ellos, crear un sindicato y reclamar tierras
para trabajarlas.

Hubo muchas críticas para él: unas por alejarse del epicentro de la lucha,
es decir de Montevideo, para establecerse en el norte del país. Otras por
soñar con una revolución rural que en este país era imposible. Otras por
soñar con una revolución. Y otras por soñar.

Entonces, poco después, este prototupamaro a quien muchos tenían por
cajetilla pese a ser nacido y criado en los campos de Chamangá, en el
departamento de Flores y los cañeros de Bella Unión decidieron venir a
Montevideo para levantar sus banderas en el centro del poder político. Ahí
también lo criticaron: por venir a Montevideo en un momento poco propicio y
tácticamente inadecuado, o sea por ser a todas luces inoportuno. Primero
porque se había ido, después porque vino.

Al poco tiempo, ese mismo hombre junto con otros resolvió crear una
organización clandestina, armada y revolucionaria. Una guerrilla urbana. ¡En
el Uruguay! País en el que, como se sabe, en aquella época las libertades
civiles y políticas eran respetadas, había partidos de izquierda con una
rica tradición de lucha y hasta con representación parlamentaria, una
intelectualidad que florecía en expresiones que merecían elogios en todo el
mundo: Marcha, El Galpón, El Sol, La tregua, el Sorocabana, la carpa de
FUTI.

El debate subió de tono. Los fundadores y militantes del Movimiento de
Liberación Nacional (Tupamaros) fueron acusados de pequeñoburgueses
radicalizados, de izquierdistas sin ideología, de foquistas despegados de
las masas, de guevaristas citadinos, de despreciar la teoría revolucionaria
de Lenin, Gramsci et al.

Después murió Gestido, llegó Pacheco Areco y todos sabemos lo que empezó a
pasar, lo que pasó. Chau libertades, chau democracia. El Partido Colorado
victoriosamente fue. La guerrilla urbana y los tupamaros terminaron
derrotados militarmente, dispersados, desbandados, asesinados, hechos
prisioneros. Fin de la historia.

Pero no. Resulta que después de trece años metidos en agujeros especialmente
acondicionados por los militares, ellos volvieron a asomar la cabeza, se
reorganizaron, discutieron, se dividieron, se volvieron a juntar.
Recapitularon. Escribieron su propia historia. Sacaron una publicación,
editaron libros, se instalaron en un local a la vista de todos, hicieron sus
actos, tuvieron su radio. Parecía que, por fin, habían aprendido las
lecciones. Se integraron al Frente Amplio, formaron un movimiento al que
llamaron "de participación popular" y hasta aceptaron, tras algunas
vueltas, pugnar por representación parlamentaria propia. Y obtuvieron
bancas.

Y pasaron los años. Esas bancas, ganadas en las urnas, fueron aumentando en
número, de tal modo que, si en algún momento alguien osó pensar que José
Mujica [2] era una especie de florero en el Parlamento (digamos, un tributo de
los Tupamaros a la convivencia democrática), al cabo de tres elecciones el
MPP terminó poniendo una verdadera florería en el Palacio Legislativo.

Bien de tupa: el Pepe Mujica se ha convertido en un fenómeno político casi
sin precedentes. Sus dichos, su forma de mirar el mundo, su destartalado
fusca [3]y hasta su manera de vestir parece que fastidian, pues han terminado
por resultar incómodos recordatorios de lo que se puede si se quiere. Rara
forma del éxito o, mejor dicho, nueva forma del éxito, mucho más vinculada a
lo colectivo que a lo individual, a la austeridad de las responsabilidades
que al brillo de la fama, a la gente que a uno mismo.

Y ahora que el MPP tiene una formidable representación parlamentaria y que
su fuerza política ha ganado el gobierno y que Tabaré Vázquez será el
próximo presidente de la República, ahora, justo ahora, a ellos se les
ocurre usar los votos que obtuvieron no para negociar tras bambalinas sino
para seguir peleando. ¡Otra vez los sueños!

Resulta que los tupas quieren poner a consideración de la ciudadanía la
posibilidad de modificar ciertas maneras de hacer política, ciertas formas
de administrar, ciertos tics de la izquierda. ¿Pero qué quiere esta gente?
¿No descansan nunca?

Hace ya tiempo que los tupas tienen ideas disparatadas. Quieren fijar topes
de salarios para los parlamentarios y los ministros y hasta para el
presidente de la República, pues dicen que se puede vivir con menos de 50
mil pesos por mes. Y consideran que se pueden eliminar los autos oficiales
del servicio personal a los jerarcas del Estado. Y opinan que cualquier
persona honesta y capaz, aunque no haya pasado por la Facultad de Derecho,
puede sentarse en el Parlamento, ser ministro, ministra. Hasta han propuesto
a un panadero o confitero para intendente.

Bien de tupas, viven en barrios rarísimos: en el Cerro, en Santa Catalina,
en Villa Española, en Millán y Lecoq. Y dicen también que los parlamentarios
y los ministros pueden andar vestidos por ahí como quieran. ¡De championes [4] y
vaqueros, por ejemplo! Lo de la "participación popular" se lo tomaron en
serio.

Para colmo, ahora quieren hacer valer los votos que obtuvieron en las
elecciones, pero no para repartir cargos y carguitos, sino para contribuir a
establecer políticas de Estado. Ellos pretenden, al parecer, además de tener
un montón de diputados y senadores, que el Espacio 609 sea tenido en cuenta
y hasta que participe en la gestión del próximo gobierno.

Siguiendo la tradición del tupamaro de Chamangá, quien fue criticado primero
porque se había ido al norte y después porque se había venido a Montevideo,
los tupas de hoy reciben críticas muy severas por pretender que sea
contemplada la voluntad ciudadana que ellos representan, así como ayer
recibían críticas igualmente duras por no poder exhibir dichas voluntades.

Ese conjunto de ideas, para muchos disparatadas, es para otros la única
forma de sacar al país de abismo en el que ha caído. Ideas que son parte de
una forma de entender y hacer política que es nueva en el Uruguay post
dictadura y en la izquierda. Y que cuenta con un sólido respaldo popular. Y
que ha demostrado una tremenda eficacia allí donde ha sido puesta en
práctica. Y que ha llegado para quedarse, porque algunas veces la esperanza
sólo puede tener la apariencia de un conjunto de ideas disparatadas.

Este artículo apareció originalmente en:
www.montevideo.com.uy

[1Se refiere a Raúl Sendic, luchador social, fundador del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros

[2También fundador del MLN-T, hoy senador

[3El clásico (y viejo) Volkswagen

[4zapatillas de goma