María vive en el barrio Don Bosco II. Es casada, tiene once hijos y, además, alimenta de lunes a viernes a 197 jóvenes en el comedor comunitario “Protegidos por el Señor Jesús”. Con un doloroso pasado de maltratos y violación, y una enfermedad crónica como es la diabetes, en esta entrevista relatará cómo ayuda a la gente de su comunidad.

“Mi esposo Chicho estaba enfermo, no había de dónde sacar para comer y los ahorros se estaban acabando, entonces se me ocurrió la idea de ir al centro a pedir en la carnicería o en la verdulería que me dieran los desperdicios”, cuenta María. De esta manera ella comenzó a lavar los pedazos de carne y verdura con lavandina y agua para después cocinarlas para su familia.

“Un día me dan mucho y como no tenía heladera y era bastante ya para los míos, le dije a mi marido si le parecía que cocináramos en una olla grande y le diéramos a los niños”. Al principio, le daba de comer a los chicos sólo dos veces a la semana y cuando no tenía qué darles, buscaba maíz para hacer mazamorra.

“Me gusta hacerlos porque lo que yo ansiaba en mi corazón es darle al que no tenía. Yo tampoco tenía nada a veces, pero Dios parece que me ha dado un don de que como soy pobre, soy rica de corazón”, dice María.

La comida en la cuerda floja

En el 2003 se formó el proyecto FOPAR (Fondo Participativo de Inversión Social) que consiste en un programa del Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente de la Nación que financia, con recursos del Estado y prestamos del Banco Mundial, iniciativas comunitarias en las poblaciones más pobres del país.

Un profesor de la zona le comentó a María sobre el propósito de FOPAR. Desde hace dos años el comedor se mantuvo con el presupuesto que brindado al proyecto, pero el 31 de diciembre finalizó. “Estamos pensando cómo seguir”, explica María y asegura que la calidad de la comida va a bajar.

La comida diaria consiste en una merienda reforzada de leche con arroz, vitina o “con lo que se puede”. Cuando hay harina se hacen pizzas para los niños que concurren al comedor.

La municipalidad santiagueña ofrece ayuda para un solo comedor, que atiende a cincuenta niños. “Yo tengo el triple –dice María- ¿Qué hago con los otros? ¿A dónde los tiro? Nunca voy a tener un arreglo ni con el gobierno ni con la municipalidad, porque ellos discriman”.

Duro pasado que ayuda en el presente

“Empecé a trabajar a los ocho años, porque mi madre estaba en una situación muy grave y tenía que comprarle los remedios. Desde entonces he atendido a todos los chicos que veo”, recuerda María. A su padre sólo lo conoció a los tres años y por el cual tuvo un intento de violación, María es una mujer con un pasado doloroso al que le cuesta regresar.

“Yo no quiero que le pase a nadie lo que a mí me ha pasado. Es duro saber que al otro le pase y que digan que así es la vida -dice entre lágrimas- Es muy duro porque tienes que esconder tu pasado, por eso trato de proteger a mis hijos y cuidar de los chicos para que nadie les haga daño”.

María, con sus palabras, muestra la realidad del barrio: chicas que viven solas con un padre alcohólico o hermanos adictos. “A veces me angustia y me quita el sueño porque pienso en cómo estarán esas chicas”. Hace un tiempo atrás, María habló con asistentes sociales para que dieran charlas a las más jóvenes sobre cómo cuidarse y le prometieron que dos veces por semanas estarían en el barrio. Los asistentes sociales no ha ido nunca.

Los embarazos tempranos son muy comunes en la zona. Sobre este probema María recuerda: “El año pasado les digo: ‘Miren chicas que no es bueno acostarse con los muchachos porque lo único que traen es la consecuencia de que una se embarace y no van a poder criar al bebé’. Una de ellas me contestó que ya estaba embarazada de tres meses y sólo tenía trece años”.

María y su esposo fueron entrevistados por el actor Gastón Pauls y “a los cinco días que anduvo Gastón han venido las asistentes sociales que recién quieren tomar atención de treinta y cuatro chicos que habían llegado hacía dos días. Los pesaron, los midieron y todos estaban desnutridos en segundo y tercer grado. A los chicos los puedo atender bien de lunes a viernes, pero los sábados y domingos andan por la calle y no les dan de comer”.

En el comedor, los más chicos aprenden a higienizarse y María los aconseja para que no consuman drogas, alcohol y no roben: “Yo quisiera que todos escuchen un poquito mi consejo de que no anden en la calle, sobre que no vayan a levantar cosas ajenas y que no se droguen”.

Antes de finalizar, María dice que algunos chicos no van más a su comedor porque sus padres no los dejar ir. “Nunca hay que esconder la realidad –piensa ella- Es lo que les digo a algunas madres que sus hijos consumen. No es bueno que tengan que vivir esa vida. Si de ciento cincuenta chicos, dos o tres me escuchan, para mí está bien”.