De Gualeguaychú a Las Heras. Del tórrido Entre Ríos a la estepa patagónica, allí donde el viento lo observa todo. Una misma modalidad de lucha, de protesta, de reclamo: el corte de ruta. Pero dos respuestas diferentes a esa lucha, a esa protesta, a ese reclamo. A unos, el bronce de “héroes nacionales”; a los otros, el proceso judicial, la balacera de goma, la requisa de la Gendarmería en la puerta de ingreso al lugar de trabajo, como quien entra al pabellón carcelario.

Los del puente sobre el río Uruguay son tratados como ídolos. Su metodología es hacer piquetes, pero no se reconocen a sí mismos como “piqueteros”. Caramba. Tampoco los llaman así los comunicadores bien. Son “ambientalistas”, “ecologistas”, “pacifistas”. Mansa clase media que ama la vida sana y va a sus manifestaciones en auto, con mate y bizcochitos. Usan colores fluo en sus banderas con logos en inglés. No tienen hollín en las manos, no usan el pañuelo palestino sobre el rostro, sino gomones con motor para boicotear el trabajo de un barco de gran calado.

Los otros, se sabe, son los alteradores profesionales de la paz social. Violentos. Morochos. Viven en la ciudad de los suicidios, lejos de la tierra que los vio nacer. Trabajan en las grandes petroleras que deshojan el suelo del país. No aprendieron el concepto de plusvalía leyéndolo de un libro. Nadie les explicó en ninguna aula qué significa la explotación. Ellos mismos, a través de sus experiencias de vida, lo comprendieron. Trabajan a destajo para las ricas petroleras, hartas de facturar, y reciben a cambio un sueldo razonablemente bueno en comparación con el del resto de asalariados en el país, pero infinitamente desproporcionado con respecto a las ganancias de sus patrones. Saben quién maneja el mango de la sartén. ¿Acaso no fueron los obreros mejor pagos de Córdoba los que protagonizaron el Cordobazo? Entonces, luchan. Pelean. Esta vez, no directamente contra sus patrones, sino en reclamo de que sus salarios no se vean reducidos por el impuesto a las ganancias. Pero también contra los dueños de las petroleras, para que, de última, sean ellos quienes absorban los descuentos, restándolos de sus desorbitantes utilidades.

Y, previa asamblea democrática, se deciden a cortar la ruta, que es lo único que el viento no puede cortar allí, en ese extremo arisco de la Patagonia. Nadie se acuerda de ellos. Si miran televisión o leen los diarios nacionales, no se ven retratados ni siquiera en el pronóstico del tiempo. “Una ola de calor asota a Buenos Aires”, se informa en los noticieros cada vez más lejanos, más distantes. Sólo son noticia cuando hay una muerte violenta cerca de ellos. Como ahora.

Pero resulta que esa muerta no es una muerte cualquiera. No es un piquetero sino un policía provincial, de cargo subinspector. Entonces, ahora sí los medios de comunicación de alcance masivo centran su atención en lo que suceda en aquella ciudad santacruceña. Su atención y su hipocresía. Aprovechan, de paso, para fustigar al gobierno nacional por no haber tenido una actitud más rigurosa ante los desocupados. Corren por derecha al Ministro del Interior. Se cobran la expropiación de la ESMA, la pelea de Kirchner con los ruralistas, con los supermercadistas, con los bonistas privados, con la Iglesia, con el mismísimo Bush. Reposicionan socialmente a las fuerzas represivas. Lloran lágrimas de cocodrilo por el cana muerto, precisamente para reclamar prisión y palos a todos los que no se conforman con la mishiadura. O sea, cárcel y olvido a todos los que luchan contra la injusticia de la plusvalía y la superexplotación, y salen a la calle a agitar su rabia en el viento.

Las primeras averiguaciones sobre lo sucedido afirman que no fueron trabajadores los que promovieron los disparos. Se discute si fueron lugareños de Las Heras, marginados de ciudades vecinas, grupos de choque de la derecha, o cualquier otra variante, pero en ningún caso petroleros en conflicto. Les creemos a los obreros cuando dicen que no usan armas y no a los desinformadores de turno. Las Madres de Plaza de Mayo, con ternura de compañeras y sabiduría de luchadoras, sólo expresaron que “como siempre, los trabajadores petroleros tienen la razón en este conflicto”.

El pueblo nunca porta armas letales en sus manifestaciones, porque las consecuencias inmediatas de su uso son contraproducentes para sus fines. Así estén hartos, los trabajadores no llevan escopetas con mira telescópica a sus marchas. Hasta el Presidente Kirchner reconoció que el dirigente Navarro “no es violento”. Hay que tener en cuenta que todo empezó por una orden de detención librada por la autoridad judicial. Otra vez los jueces y fiscales criminalizando la protesta social, interviniendo políticamente en favor de los intereses de las multinacionales y empiojando la cosa en un escenario que repercute inmediatamente en el gobierno nacional. Debemos tener memoria y recordar que no es nuevo eso de armar provocaciones a las luchas obreras. Algún malintencionado dijo que esto es como Kosteki y Santillán, pero al revés. La teoría de los dos demonios. Sin embargo, en algo sirve la comparación. Aquella vez hubo una mentira flagrante que tardó dos días en descubrirse. Les querían echar la culpa a los piqueteros alegando que se habían matado entre ellos, por una cuestión interna. No es descabellado creer que aquí también se trate de una miserable maniobra que busque responsabilizar a los trabajadores, precisamente para imponer sanciones severas a todo el movimiento popular, deslegitimar socialmente a los obreros que luchan, incriminarlos gravemente en la Justicia penal, y volverlos a zonas oscuras donde ni el viento que todo lo observa allí en el sur, les sople una sola palabra de confianza.

Las Madres se la juegan por los obreros: Los trabajadores petroleros tienen la razón.

A los trabajadores petroleros: Las Madres de Plaza de Mayo sabemos que, como siempre, los trabajadores petroleros tienen la razón en este conflicto.

La voracidad criminal de los empresarios es siempre la misma. Ellos viven del trabajo de los obreros explotados.
La Asociación Madres de Plaza de Mayo les hace llegar a todos los trabajadores petroleros su solidaridad en este encuentro.

Las Madres de Plaza de Mayo continuamos denunciando las persecuciones a los trabajadores y sus familias.
Un abrazo solidario.

Hebe de Bonafini
Presidenta
Buenos Aires, 14 de febrero de 2006