La explotación sexual de niños y niñas toma diversas formas en Colombia: desde las adolescentes vistas en la esquina chupando pegante mientras esperan cualquier cliente, hasta las más clandestinas organizaciones de pornografía y tráfico internacional de jóvenes. Se calcula que como mínimo hay 30,000 menores de 18 años en Colombia que son víctimas de la explotación sexual.

Los diferentes modos de explotación tienen algunos aspectos en común: producen daños progresivamente más graves y potencialmente irreversibles a la salud física y sicológica de las victimas, y solamente pueden existir por la tolerancia de la sociedad y la debilidad del estado para combatirlos.

Las causas no son únicas, ni la prevención sencilla. La prostitución juvenil viene de factores estructurales de la sociedad colombiana, especialmente de la pobreza, el poder y la desigualdad sexual; y de hechos coyunturales como desastres tanto naturales como humanos, y el efecto sinergístico de combinaciones de los dos.

La pobreza en los pueblos y el campo históricamente es causa de migraciones en busca de oportunidades económicas y en años recientes el desplazamiento forzoso se ha vuelto un diluvio. Para los niños éste fenómeno es de por sí traumático ya que implica una perdida de la familia extendida, de sus raíces culturales y de la seguridad del entorno conocido; sumando esto a la experiencia directa de la violencia, el terror de su repetición y el reasentamiento en un barrio de invasión, se produce entonces un estado aumentado de vulnerabilidad psicológica y física.

Muchas zonas urbanas tienen las características de lo que el sociólogo estadounidense Clifford Shaw llamó ‘áreas de delincuencia’, donde los valores y normas son opuestos a los de la macro-sociedad, las actividades criminales son percibidas como normales y legitimas y los jóvenes son criados y educados para no creer en o adaptarse al resto de la sociedad; sino para mantener lealtad a la leyes de la subcultura.

En estas áreas la prostitución es poco estigmatizada y es más bien una aceptada opción para la mujer que quiere independizarse, hacer plata y salir del barrio. Las niñas entrando en pubertad son vistas como candidatas para el sexo comercial. Cuando la madre ha estado en prostitución en vez de proteger su hija, la ve como futura fuente de ingresos y empieza a prepararla para lo mismo. Mientras tanto en los parches y combos de jóvenes, casi siempre hay alguno que busca conectar la niña nueva o el muchacho bonito con alguien “que le regala una platica por hacer cosas” (niño de 14 años)

Si sumamos a esto la quimera del dinero fácil del narcotráfico y la cultura del traqueto, cuya rumba incluye despilfarro extremo y la compra de sexo con mujeres siempre más jóvenes, hay un cuadro de gran presión social hacia la prostitución.

Se encuentra una amplia gama de otros factores de riesgo.La Fundación Renacer en 17 años ha atendido casi 10,000 niños y niñas. Entre las historias escuchadas una y otra vez, un tema se repite constantemente: el abuso sexual por el papá o el padrastro. Una niña en recuperación en un hogar de Renacer describió con intensa angustia como a los 12 años después de obligarla a tener sexo oral su padre le regaló $2,000 para callarla.

Una experiencia de estas, cambia a los niños abruptamente la percepción del mundo, de los adultos y de si mismo. El experto en incesto David Finkelhor escribe: “Después de la violación la niña percibe el mundo entero a través del prisma de la sexualidad”. Esta primera experiencia sexual puede ser acompañada por seducción cariñosa, violencia y amenazas, arrepentimiento y disculpas, minimización o regalos y dinero para intentar comprar su silencio y aquiescencia. Lo que mas confunde la niña es que además del dolor físico y el intenso miedo, frecuentemente también hay una excitación erótica mezclada con rabia y rencor. En las ocasiones que una niña victima de incesto trate de buscar protección, su madre comúnmente no le creerá, le acusará de seducir su propio papá o a veces hasta la echará de la casa. Cuando el abuso se repite la única solución puede ser volarse.

La niña o niño abusada/o y expulsada/o, enseñada/o a sentirse como objeto sexual, tal vez ya con depresión o estrés post-traumático, fácilmente encuentra la compañía de otros/as con experiencias similares. Luego sobreviven en la calle por sus atributos sexuales, consumen alcohol y otras drogas para adormecer los dolores, pero repitiendo y reforzando el trauma cada vez que venden su cuerpo. En los ‘parches’ siempre hay algunas niñas que llegaron a la calle a muy temprana edad y antes de la explotación sexual pasaron por la etapa de ‘gaminismo’ y se acostumbraron al fuerte consumo de pegante.

El niño varón victima de abuso corre igual riesgo de exclusión de la familia, con un trauma complicado por la confusión de género que le puede producir. Al ser tratado como objeto homosexual, también puede sentir estimulación, creer por lo tanto que tiene que ser gay y rápidamente buscar integrarse con otros muchachos ‘de ambiente’. Igualmente que se identifica como tal frecuentemente es rechazado y expulsado por su familia. En Bogotá por ejemplo desde la primera salida a la calle, hasta encontrarse con la comunidad de prostitución masculina en Terraza Pasteur, puede ser cuestión solamente de días u horas.

En el campo, otro factor de riesgo es la cercanía de la guerrilla o los paramilitares. Muchas niñas han relatado en Renacer como fueron reclutadas o secuestradas para ser esclavas sexuales de grupos combatientes, y en algunos casos su trauma fue intensificado por participación en combates u homicidios: “Al comandante le gustaba llevarme a ver como mataron los prisioneros” (niña de 16 años). Las fuerzas armadas gubernamentales también tienen un papel importante en la prostitución. En las ciudades muchas niñas describen policías como clientes, proxenetas o personas que exigen sexo gratis, y dondequiera que haya un cuartel o base militar se puede encontrar la conformación de grupos de ‘niñas de programa’ para atender a los soldados.

La pobreza y la física hambre empujan algunas niñas a venderse y en los barrios periféricos de las ciudades existe un fenómeno de prostitución disfrazada. Algunos hombres tienen un olfato como el del buitre para la carroña y detectan la niña pobre, hambrienta y vulnerable para explotar. Le regalan comida o un mercado, creando tal endeudamiento y dependencia que hasta la madre de la chica voltea la mirada o activamente la motiva para dejarse acariciar y abusar.

Otro factor de riesgo frecuentemente encontrado es el retardo mental. El niño o la niña con retardo leve o moderado tiene una vulnerabilidad aumentada por la mayor probabilidad de rechazo por la familia, vecinos y pares, una ingenuidad ante falsas promesas de amor o de dinero fácil y dificultad en comprender los posibles peligros del sexo.

Entre todas las niñas que han llegado a Renacer en estado de embarazo hay una buena proporción con déficit cognitivo. Igualmente el retardo mental, fármaco-dependencia y otros trastornos psiquiátricos parecen correlacionados con mayor incidencia de infecciones de transmisión sexual (ITS), pobre adherencia a programas de tratamiento y re-incidencia en infectarse.

Al revisar las estadísticas de los jóvenes atendidos en el consultorio medico de Renacer en Bogotá en el 2005 se encontró 30% diagnosticados con condilomatosis, 10% con sífilis y 10% con gonorrea. Las historias clínicas demuestran que algunas niñas han tenido dos o tres tratamientos por sífilis y cinco o más tratamientos por vaginosis bacteriana. Todas las ITS aumentan el riesgo de transmisión de VIH, en hasta 9 veces para las enfermedades ulcerativas. Diferentes estudios indican que entre 10 y 15% de las niñas y la mitad de los niños víctimas de prostitución se infectan con VIH.

El acceso a servicios de salud se dificulta no solamente por su desconfianza en los adultos y todas las instituciones oficiales y su poca tolerancia a las filas de espera sino también porque la mayoría no tienen seguro de salud ni los documentos de identidad que les permitan ingresar al sistema SISBEN. Las autoridades responden por su atención cuando ingresan a un programa de protección o rehabilitación, pero en algunas ciudades, especialmente de la costa, aún en una emergencia les queda casi imposible conseguir atención hospitalaria. En la calle aprenden a convivir con la enfermedad y el dolor y a automedicarse comprando cualquier antibiótico en una farmacia, así aumentado la prevalencia de cepas de bacterias resistentes al tratamiento. Llegan a los hospitales cuando las infecciones están avanzadas y difíciles de tratar o cuando un embarazo ya está a término o tiene complicaciones.

La exclusión social y desescolarización dificultan la salida de la prostitución, y al llegar a los 18 años las opciones de tratamiento se reducen casi a cero.

Un programa para la recuperación del abuso y explotación sexual necesariamente abarca la fase de acercamiento en calle para iniciar una relación de confianza pre-terapéutica, y una etapa flexible y transitoria como los Centros Ambulatorios de Renacer, donde con psicólogos y trabajadoras sociales, los jóvenes pueden explorar más a fondo su situación actual, entender que les ha pasado para llevarlos allá y reflexionar sobre sus opciones para el futuro. Los Ambulatorios también funcionan como centros de valoración y remisión, permitiendo que se les ubiquen donde más adecuado a sus necesidades – tales como una unidad de desintoxicación, con un familiar o en un Hogar de Renacer u otro programa de protección-.

El proceso terapéutico es largo, complejo, intensivo y a veces doloroso. Se emplean intervenciones individuales, grupales y de terapia de familia. La política oficial actual contempla solamente seis meses para el tratamiento, cuando la experiencia de Renacer demuestra que la prolongada victimización sexual produce daños psicológicos tan profundos que pueden requerir dos años o más para su curación.

Al mismo tiempo se necesita recuperar los hábitos de estudio, capacitarse para trabajar, aprender como enfrentar situaciones de frustración y estrés sin recaer y prepararse para una eventual vida de adulto sano y autónomo. Eso implica equipos interdisciplinarios con un alto nivel profesional e instalaciones terapéuticas amplias y acogedoras. Grandes áreas del país todavía no tienen programas de tratamiento y los que existen se encuentran sub-financiadas por el estado.

Sin embargo, para no tener que tratar los daños ya hechos, aún más importante debería ser la prevención, la intolerancia social hacia la utilización sexual de niños y adolescentes y el fortalecimiento de todos los instrumentos del estado para la persecución implacable de los autores y cómplices de la explotación.