La política nacional se pintó de celeste y blanco durante la pasada semana. Las marchas que convocaron el presidente Rafael Correa y el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, coparon el debate en los medios de comunicación. Pasadas las calenturas de la tarima, el escenario planteado a partir de estos eventos es el de una polarización mayor entre el cambio y el continuismo, entre la izquierda y la derecha, entre lo nuevo y lo viejo, entre socialismo y capitalismo.

Si bien los números son importantes, para tener una idea clara sobre cuánta gente respalda a una y otra tendencia, en política la problemática es mucho más compleja que solo eso. El discurso que está detrás de cada una de las convocatorias es clave para entender lo que sucede actualmente en la conciencia de los guayaquileños y de los ecuatorianos en general.
La marcha de Nebot no solo fue la que más tiempo de preparación tuvo, sino que propuso un libreto político manipulador, que logró unificar a la derecha. A través de todos los medios, con todo tipo de reproductores del discurso, y desde diversos enfoques, se convenció a los guayaquileños que su ciudad estaba siendo atacada por el Gobierno, que toda medida tomada por el presidente Rafael Correa tenía dedicatoria contra Guayaquil, no contra el alcalde ni contra los grandes empresarios como Álvaro Noboa, sino contra el cantón entero. Se recurrió, una vez más, a la efectiva táctica de estimular el sentimiento regionalista y hasta separatista que existe en un sector de Guayasenses y que ha sido cultivado durante años por la oligarquía, como forma de garantizar sus negocios.

Para que este argumento tome fuerza fueron claves los puntos ganados por Nebot en la fallida marcha hacia Montecristi; en la que sin bien no logró la gran convocatoria que pretendía, le permitió mostrarse como víctima del supuesto autoritarismo del Gobierno y de la Asamblea, lo cual poco a poco lo fue convirtiendo en una supuesta agresión contra Guayaquil. En realidad, desde ese momento la figura de Nebot pasó de ser la del opositor moderado, dispuesto al diálogo, a la del principal contradictor político del Gobierno, la del líder que a la oposición le hacía tanta falta para recuperar el espacio perdido en todo este primer año de gobierno.

“Lo que es con Guayaquil es conmigo”, “A Guayaquil nadie lo para en su autónoma decisión de progreso”, fueron entre otras las frases que surtieron su efecto en la conciencia de los ecuatorianos residentes en ese cantón, que, como los que vivimos en los demás cantones del país, se caracterizan por tener “madera de guerreros” por la libertad, por la patria, por el progreso, pues así lo dice la historia. Estimularon ese guayaquileñismo como estimulan siempre el chauvinismo en torno a un equipo de fútbol al cual lo han usado siempre como tribuna política de primer orden. Y claro, en los dos casos, han invertido bastante dinero para obtener sus frutos.

Por el lado del Gobierno, la marcha convocada por Correa fue una respuesta urgente y necesaria a esta movilización en la que venía trabajando la oligarquía. No fue eminentemente guayaquileña, es cierto, pero tal vez esa es su principal virtud, ya que mostró la diversidad de lo nacional, en una idea de integración que tenía como escenario a un cantón en el que precisamente más ha trabajado la derecha en sus tesis divisionistas.

La marcha de Correa fue tan masiva como la de Nebot, y demostró que el presidente Correa no ve a la movilización con temor, sino como recurso y sustento necesario para su acción de Gobierno. Esto abre la expectativa de que la confrontación se radicalizará, pues en este momento no caben las dubitaciones. La historia, el desarrollo de la lucha de clases en el país, irá determinando que la confrontación crezca en cantidad y calidad, ya que solo así se generan los cambios auténticos, profundos, revolucionarios.

Las fuerzas populares deben poner su cuota combativa, puesto que si bien hoy no son las únicas que movilizan masas, son las que tienen autoridad histórica en todas las formas de lucha. La derecha, con Nebot a la cabeza, amenaza con la guerra, y los pueblos no pueden simplemente cruzarse de brazos, les corresponde cumplir su rol histórico.