Grandes estrellas cuyas piernas se cotizan en decenas de millones de euros se deslizarán por escenarios mágicos, como dispuestos por sobre el nivel de una tierra condenada a la injusticia durante siglos. Una tierra negra, esclavizada, sembrada de virus y de abandono, humillada por la terrible discordancia del edificio cinco estrellas para los europeos que hacen turismo de calamidades y los niños y las mujeres que se mueren de sida en las calles.

La fastuosa parafernalia mundialista viene a exhibir la generosidad de los ricos que son capaces de armar un mundial en el barro más barro del planeta, allá donde llegan las migas de los poderosos. La Penalty elevada al cielo es la caridad de los países superdesarrollados, que pueden expiar culpas con cargamentos de leche en polvo con el sello de la ONU y con los espónsores distribuidos en fortalezas en una tierra donde seis millones de personas están enfermas de SIDA. Cuando un sudafricano nace apenas tiene una expectativa de vida de 52 años. En los últimos cuarenta años esa cifra no hizo más que caer.

Más allá de los hinchas sudafricanos, a los partidos del fútbol rico y procaz sólo asistirán 11 mil simpatizantes del Africa extra South. Las entradas cuestan la vida. Y para comprarlas hay que tener tarjeta de crédito e internet. Posesiones impensables en los vecinos Namibia, Botswana o Zimbabwe. Para Sudán y Etiopía el Mundial es tan lejano como América del Sur.

Tan lejos es Africa de Sudáfrica que a nadie se le movió un pelo cuando un atentado en Angola voló el avión donde viajaba la selección de Togo para jugar la Copa continental. El torneo siguió en pie y hasta se sancionó al país por la ausencia... cuando no le habían quedado jugadores. La insensibilidad perversa del capitalismo -expuesta en marquesinas durante la orgía de oro y luces de la elite mundial- ignoró a los muertos de Togo tanto para la Copa Africa como para el Mundial: Angola está separada de Sudáfrica por los 800 mil kilómetros cuadrados que ocupa Namibia.

Los negros excluidos del Africa profunda no accederán a las tribunas lujosas de Pretoria o Johanesburgo. No pisarán el estadio inaugural construido sobre una cancha de golf en el país de los rugbiers. Los separan millones de años luz del fútbol de lujo. Sólo pueden seguir inventando rabonas en patas sin zuela con la pelota ilusoria del desierto.

Según ONUSIDA el número total de muertes entre los 15 y los 49 años de edad aumentó en un 68% de 1998 a 2003. El virus hace estragos en la vulnerabilidad extrema. Los vendedores ambulantes serán corridos como a ladrones de las cercanías de la fiesta ajena, copada por las grandes marcas y la poderosa estructura marketinera de la FIFA. Con un desempleo del 25 %, hombres y mujeres pobres venden en las calles desde plumeros a camisetas de fútbol en las veredas y ante las ventanillas de los vehículos.

El Africa que se ve en las pantallas inmensas de plasma es la misma que se invisibiliza a la hora de invadirla con la fiesta armada que llega y se va. Y que ignorará una de las tragedias que ha patentizado más crudamente el fracaso de la humanidad.

Habrá mundial en Africa sin africanos. La pelota rodará con botines que cuestan lo que comen durante seis meses familias que se multiplican en millones. Habrá gritos de gol con emoción global. Y en el centro del corazón de un continente olvidado, el foul traicionero del poder romperá en mil pedazos los ligamentos cruzados de la justicia.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar