En su novela Viaje al fin de la noche, Louis-Ferdinand Céline describía provocadoramente a los soldados muertos durante la Primera Guerra Mundial como «idiotas». El escritor francés se refería al hecho que aquellos soldados habían dado sus vidas por una causa que no les pertenecía –masacre baladí de los pobres en beneficio de los ricos. A lo largo de las numerosas y pertinentes reflexiones sobre la condición humana que aparecen en su libro, Celine señala hasta qué punto la calle se ha convertido, en la modernidad, en el lugar de los sueños.

«¿Qué se hace en la calle la mayoría del tiempo? Se sueña. Es uno de los lugares más propicios a la meditación de nuestra época. La calle es nuestro santuario moderno.»

Desde que el gobierno francés introdujo recientemente una legislación que reforma el derecho laboral, un nuevo movimiento social «espontáneo» y sin líderes ha surgido en las ciudades de Francia: el movimiento Noche en pie. Como sugiere su nombre, este movimiento social se desarrolla durante la noche y uno de sus eslóganes es «¡Sueño general!», un juego de palabras en referencia a la expresión «huelga general». O sea, en vez de llamar a una huelga general para poner al gobierno de rodillas, estos activistas lanzan un llamado a… ¡soñar en las calles!

El movimiento surgió después de la salida, el 23 de febrero [de 2016], del film del periodista Francois Ruffin Merci Patron! [en español, “¡Gracias, patrón!»], una película que critica la plutocracia francesa.

El film critica la avaricia del capitalismo contemporáneo, pero no aborda la relación entre el capitalismo monopólista, las guerras de conquista emprendidas en el extranjero en beneficio de la acumulación de capital, la lucha de clases y la desinformación mediática masiva.

La película de Ruffin tampoco menciona la complicidad de todas las oficinas mediáticas francesas en los crímenes de guerra y el genocidio que se desarrollan en el Medio Oriente y en África, complicidad que se ejerce a través de la divulgación de mentiras y de la desinformación sobre el papel del imperialismo occidental en esos conflictos. No menciona el hecho que las fuerzas especiales francesas secuestraron al presidente de Costa de Marfil Laurent Gbagbo en 2010 –el país fue bombardeado y se destruyó la imagen de Gbagbo– porque este presidente aficano desafió al poderoso Club de París, el círculo de banqueros franceses que controlan el dinero de la neocolonia africana. Gbagbo había propuesto que Costa de Marfil imprimiera su propio dinero, un gesto valiente que habría permitido a ese país –rico en recursos– crear su propia base industrial, independientemente de los intereses coloniales.

Aunque en la parisina Plaza de la República existe un stand que supuestamente denuncia el nefasto papel de la política francesa en África, el hecho es que realmente no expone informaciones sobre ese papel, y que ninguno de los intelectuales panafricanistas que han escrito sobre ese tema ha sido invitado a hablar allí ni a vender sus libros en ese stand. El movimiento Noche en pie es mayoritariamente blanco y de clase media.

La película de Ruffin también fracasa en cuanto a mostrar cómo los patrones franceses de las industrias productoras de cereales se implicaron en el terrorismo contra el pueblo de Libia cuando se reunieron en secreto en París con los traidores libios, en noviembre de 2012, para organizar el bombardeo y la destrucción del país más rico y más democrático de África.

La clase dirigente francesa no sólo es culpable de la destrucción de siglos de logros sociales de los trabajadores franceses. También es cómplice de genocidio y de crímenes contra la humanidad. ¿Por qué Ruffin no habla de eso?

Ruffin escribe para publicaciones «izquierdistas» que apoyaron a los «rebeldes» respaldados por la OTAN en Libia –rebeldes que en realidan eran terroristas de al-Qaeda al servicio de la OTAN. En 2011, el mensuario «de izquierda» Le Monde diplomatique publicó un artículo sobre Libia donde se afirmaba que no había duda alguna sobre la «brutalidad del régimen», a pesar del hecho que todos los crímenes imputados al coronel Kadhafi en realidad fueron perpetrados por los «rebeldes takfiristas».

Ruffin y las publicaciones deshonestas para las que escribe son igualmente cómplices del genocidio que la OTAN comete contra los pueblos de los países del hemisferio sur, del Medio Oriente, de África y de Latinoamérica.

No, el “anticapitalismo” de Ruffin no describe ninguna de esas incómodas realidades. En vez de hacerlo, nos provee eslóganes de extrema izquierda, nos adormece con la ironía del pequeño burgués y con la ocupación de una plaza pública por jóvenes que no tienen la educación ni la experiencia necesarias para entender las razones estructurales y las implicaciones profundas de la reforma del trabajo que dicen rechazar.

El movimiento Noche en pie no es espontaneo, ni viene de la base y, por supuesto, no carece de líderes, como tanto afirman los observadores.

Por el contrario, este movimiento es resultado de décadas de cuidadoso análisis político por parte de los ideólogos imperiales estadounidenses. Después de la disolución no democrática de la URSS, en 1991, Estados Unidos perfeccionó una técnica de cambio de régimen comúnmente denominada como «revoluciones de colores». Esa estrategia incluye el uso de eslóganes y de símbolos izquierdistas para impulsar un programa de derecha. Lenin y el partido bolchevique denunciaron repetidamente a León Trotsky por el uso de esa técnica contrarrevolucionaria tanto antes como después de la Revolución de Octubre, técnica que ahora se ha convertido en una herramienta estándar de la política exterior de Estados Unidos.

La manipulación de la ingenuidad y del espíritu rebelde de la juventud para derrocar gobiernos hostiles a los intereses de Estados Unidos, crear en los países imperialistas un movimiento de oposición «de izquierda» para aplastar la verdadera oposición. Se trata de una estrategia que todo aspirante a activista tiene que estudiar si pretende implicarse en movimientos capaces de obtener verdaderos cambios sociales, políticos y económicos.

El movimiento Noche en pie se halla bajo la dirección de pequeños burgueses bohemios que entienden poco o nada sobre las realidades del capitalismo contemporáneo. El movimiento está organizado según los mismos principios que las revoluciones de colores que Estados Unidos ya respaldó en Europa Oriental y durante la «primavera árabe», con eslóganes carentes de contenido, juegos de palabras estúpidos y un marcado infantilismo político. Aunque aún no seamos capaces de probarlo, el uso del puño en alto como logo del movimiento vinculado a sus absurdos eslóganes recuerda de inmediato las estrategias y tácticas del CANVAS, el Center for Applied Non-Violent Actions and Strategies [Centro para las Acciones y Estrategias No Violentas Aplicadas], organización de formación de jóvenes vinculada a la CIA.

Parece evidente que la clase dirigente francesa ha dedicado a la lectura de Marx más tiempo que sus supuestos adversarios. Así parece porque los aliados objetivos del capitalismo monopolista en Europa son actualmente gente como Francois Ruffin y el otro eminente ideólogo de la burguesía izquierdista en ese movimiento, Frederic Lordon: ambos disimulan la naturaleza reaccionaria de su seudo anticapitalismo o, más exactamente, de su «antineoliberalismo», bajo una mezcla de semántica retorcida, de seudo intelectualismo y de eslóganes de extrema izquierda.

Existen en Francia miles de organizaciones auténticamente surgidas de la base popular y obtienen gran parte de sus informaciones recurriendo a los medios independientes, como Meta TV, el Cercle des Volontaires, la Red Voltaire y otros muchos. Un verdadero análisis del capitalismo puede encontrarse en organizaciones comunistas como el OCF y el URCF. El partido político UPR propone una crítica burguesa coherente sobre el imperialismo francés y europeo.

Los activistas de la Noche en pie hablan de una «convergencia de luchas» mientras que periodistas y activistas provenientes de esas organizaciones verdaderamente surgidas del pueblo han sido obligados por la fuerza a abandonar la Plaza de la República y denunciados como «fascistas». Los individuos que se hacen llamar Antifas son una organización que dice combatir el fascismo pero que pasa la mayor parte de su tiempo arremetiendo contra todos los activistas auténticamente antiimperialistas y tratando de desacreditarlos con la etiqueta de «fascistas».

Los Antifas se han hecho más activos aún en el movimiento Noche en pie, donde verdaderos antiimperialistas, como Sylvain Baron, han sido expulsados de la Plaza de la República.

El autor de estas líneas ya había señalado varias veces, en 2011, que el fracaso de la izquierda en comprender la ideología reaccionaria de la «primavera árabe» y el papel de las agencias estadounidenses en la organización y ejecución de esta tendría graves consecuencias para la política progresista. Ahora se emplean en todo el mundo técnicas similares para criminalizar la verdadera oposición anticapitalista y crear las condiciones para implementar una dictadura militar. Los aliados objetivos de esa estrategia son anticapitalistas pequeño burgueses como Francois Ruffin y Frederic Lordon, intelectuales putativos y fantasmagóricos que brillan en las calles del mundo onírico nocturno y metropolitano que con tanta elocuencia describe Celine.

Representar las guerras de agresión del imperialismo en el extranjero como «revoluciones» e «intervenciones humanitarias», convoyándolas con la pueril defensa de conceptos tan opacos, como el de «la Europa social», ese es el nefasto papel que desempeñan estos «revolucionarios» postmodernos, que en realidad son la vanguardia del imperialismo reaccionario.

De la enfermedad que era cuando el autor de estas líneas lo denunció en 2011, el seudo izquierdismo se ha convertido en una grave pandemia planetaria. Si esta forma de izquierdismo no existiera, el imperialismo habría tenido que inventarla. El movimiento Noche en pie se extiende ahora por el mundo. Los medios seudo izquierdistas se esforzarán por presentarlo como una evocación mundial de la célebre obra del pintor francés Delacroix La Liberté guidant le Peuple cuando, por desgracia, se trata más bien de una siniestra versión del flautista de Hamelin.

Los autoproclamados «antifascistas» de ese movimiento denuncian como «fascistas» a quienes se exponen a ser blanco de las mentiras de los medios corporativos utilizados para justificar los crímenes perpetrados en las guerras extranjeras de la OTAN –las guerras extranjeras por la acumulación del capital, guerras que libran las mismas transnacionales que imponen en nuestros propios países la austeridad y la lucha de clases– pero son ellos los fascistas, ¡son ellos los enemigos de la clase trabajadora!

La confusión ideológica es la gran enfermedad política de nuestra época. Celine describe la guerra y la enfermedad como los dos «infinidades de la pesadilla». Ese escritor francés habría podido incluir el fascismo entre las pesadillas que cita, esa ideología perniciosa que su cinismo le hizo adoptar. Es posible describir las dos «infinidades de la pesadilla» de nuestra época como la proliferación de las guerras de agresión y el triunfo de la represión capitalista, resultado de la enfermedad política del cretinismo de extrema izquierda que ha suplantado al movimiento laborista durante los últimos 30 años.

Cuando nuestra juventud logre librarse de la influencia perniciosa de la oposición controlada y de la ideología seudo izquierdista –que más que en revolucionarios convierte a los jóvenes manipulados en instrumentos del capitalismo monopolista–, su activismo sincero precipitará el viaje al fin de la noche de la civilización.