La mejor y más vigente cuanto que imbatible opinión sobre los congresistas la dio Manuel González Prada en Los honorables, Bajo el oprobio, 1914:
“El congresante nacional no es un hombre sino un racimo humano. Poco satisfecho de conseguir para sí judicaturas, vocalías, plenipotencias, consulados, tesorerías fiscales, prefecturas, etc; demanda lo mismo, y acaso más, para su interminable séquito de parientes sanguíneos y consanguíneos, compadres, ahijados, amigos, correligionarios, convecinos, acreedores, etc. Verdadera calamidad de las oficinas públicas, señaladamente los ministerios, el honorable asedia, fatiga y encocora a todo el mundo, empezando con el ministro y acabando con el portero. Vence a garrapatas, ladillas, pulgas penetrantes, romadizo crónico y fiebres incurables. Si no pide la destitución de un subprefecto, exige el cambio de alguna institutriz, y si no demanda los medios de asegurar su reelección, mendiga el adelanto de dietas o el pago de una deuda imaginaria. Donde entra, saca algo. Hay que darle gusto: si de la mayoría, para conservarle; si de la minoría, para ganarle. Dádivas quebrantan penas, y ¿cómo no ablandarán a senadores y diputados?”
El espectáculo del Congreso perdonando las imposturas de sus miembros sólo ratifica que el Poder Legislativo es para una inmensa mayoría de sus integrantes una estación lucrativa, un hito para los réditos de sus picardías y, de cuando en vez, una que otra ley.
En su notable trabajo Congreso Económico Nacional, César Vásquez Bazán, recuerda lo expresado por Luis Heysen de la Célula Parlamentaria Aprista, en la Constituyente de 1931:
“El parlamento para nosotros es simplemente una tribuna de propaganda y de labor constructiva; simplemente esto. Por eso aquí defendemos el parlamento funcional pero no aceptamos el parlamento civilista” (Congreso Constituyente de 1931, II: 1083).
¿Qué otra cosa que defender barbaridades, alentar silencios, impulsar impunidades, “protestar” con timidez, ha hecho el Congreso? ¿Tribuna de alguna propaganda, la más mínima en pro de las grandes y preteridas mayorías nacionales? ¿Labor constructiva? La verdad objetiva es más ruda y sólo nos muestra mediocridad y más mediocridad.
Leo que se ha planteado la eliminación de la inmunidad parlamentaria. Acaso conviniera volver a González Prada en Nuestros legisladores, Horas de Lucha 1906:
“Entonces ¿de qué nos sirven los Congresos? ¿Por qué, en lugar de discutir la disminución o el aumento de las dietas, no ponen en tela de juicio la necesidad y conveniencia de suprimirse? ¡Qué han de hacerlo! Senadurías y diputaciones dejan de ser cargos temporales y van concluyendo por constituir prebendas inamovibles, feudos hereditarios, bienes propios de ciertas familias, en determinadas circunscripciones. Hay hombres que, habiendo ejercido por treinta o cuarenta años las funciones de representante, legan a sus hijos o nietos la senaduría o la diputación. No han encontrado la manera de llevarse las curules al otro mundo. Haciendo el solo papel de amenes o turiferarios del Gobierno, los honorables resultan carísimos, tanto por los emolumentos de ley y las propinas extras, como por los favores y canonjías que merodean para sus ahijados, sus electores y sus parientes. Comadrejas de bolsas insondables, llevan consigo a toda su larga parentela de hambrones y desarrapados. En cada miembro del Poder Legislativo hay un enorme parásito con su innumerable colonia de subparásitos, una especie de animal colectivo y omnívoro que succiona los jugos vitales de la Nación.”
¿Quién nos protege de los parlamentarios?
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