La OTAN ya no tiene la dinámica que tuvo en tiempos de la guerra fría. Pero sigue siendo una alianza nuclear, en primer lugar contra Rusia y, en lo adelante, también contra China. A pesar de todo lo que se ha dicho en los últimos días, esa alianza sigue funcionando, como lo ha demostrado la guerra contra Siria, hasta el momento de la retirada estadounidense, y como sigue demostrándolo hasta ahora su apoyo a los gobiernos del Sahel.
El presidente francés Emmanuel Macron habló de una OTAN en estado de «muerte cerebral». Otros la definen como «moribunda». ¿Estamos entonces ante una alianza que, habiendo perdido su cabeza pensante, se desmorona debido a sus fracturas internas? Los litigios de la cumbre de Londres así parecen confirmarlo. Pero hay que mirar el fondo, y ver los verdaderos intereses que sirven de basamento a las relaciones entre los miembros de la alianza atlántica.
Mientras que Trump y Macron polemizaban en Londres bajo la mirada de las cámaras, en Níger –sin mucha publicidad–, el Mando de las tropas de Estados Unidos en África (AfriCom) transporta en aviones estadounidenses miles de soldados franceses con su armamento a diversos puestos avanzados en el oeste y el centro de África para que participen en la Operación Barkhane, en la que Francia ha implicado en acciones de combate 4 500 militares, principalmente de sus fuerzas especiales, con respaldo de las fuerzas especiales estadounidenses. Simultáneamente, los drones artillados Reaper, que Estados Unidos proporciona a Francia, operan desde la base aérea 101, en Niamey, Níger. Se trata de la misma base de donde despegan los drones Reaper de la US Air Force, drones que operan con el AfriCom y que han sido redesplegados en la nueva base 201, en Agadez, también en Níger pero en el norte, para seguir operando con las tropas francesas.
Se trata de un caso emblemático. Estados Unidos, Francia y otras potencias europeas, cuyas transnacionales compiten entre sí tratando de acaparar mercados y materias primas, se unen cuando están juego sus intereses comunes, como los que mantienen en el Sahel, territorio africano riquísimo en materias primas: petróleo, oro, coltán, diamantes y uranio. En este momento, los intereses de las transnacionales en esa región, cuyos niveles de pobreza están entre los más altos del mundo, están en peligro debido a las revueltas populares y… a la presencia económica china. Eso justifica la Operación Barkhane, presentada como una operación antiterrorista de larga duración en la que participan los países de la OTAN con despliegue de drones y de fuerzas especiales.
Lo que más une entre sí a los países miembros de la OTAN son los intereses comunes del complejo militaro-industrial de ambos lados del Atlántico. Y es precisamente el complejo militaro-industrial el que sale fortalecido de la cumbre de la OTAN realizada en Londres, reunión cuya Declaración Final expresa la principal justificación para un futuro aumento de los gastos militares en los países miembros:
«Las acciones agresivas de Rusia constituyen una amenaza para la seguridad euroatlántica.»
Así que los miembros de la OTAN se comprometen no sólo a dedicar al menos un 2% de su PIB a sus gastos militares sino también a consagrar al menos un 20% de ese gasta a la compra de armamento, objetivo que ya han alcanzado 16 de los 29 países de la alianza.
Entre esos “buenos alumnos” se encuentra Italia mientras que Estados Unidos ya dedica 200 000 millones a la compra de armamento en 2019. Los resultados están a la vista. El día mismo de la apertura de la cumbre de la OTAN, la empresa estadounidense General Dynamics firmaba con la US Navy un contrato de 22 200 millones de dólares –extensible hasta 24 000 millones– para la adquisición de 8 submarinos de la clase Virginia destinados a la realización de operaciones especiales y de misiones de ataque con misiles del tipo Tomahawk, que pueden llevar ojivas nucleares. Cada uno de esos 8 submarinos podría llevar 40 de esos misiles.
Acusando a Rusia –sin aportar pruebas– de haber desplegado misiles nucleares de alcance intermedio y de haber violado así el Tratado INF, que prohíbe ese tipo de armamento, la cumbre de la OTAN decidió «el fortalecimiento de nuestra capacidad para defendernos con un conjunto de medios nucleares, convencionales y antimisiles, que seguiremos adaptando. Mientras existan armas nucleares, la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear».
En ese marco se inserta la decisión de reconocer el espacio exterior como 5º campo de operaciones. En otras palabras, la OTAN anuncia un costosísimo programa militar espacial para el bloque atlántico, un cheque en blanco que los miembros de la OTAN extienden unánimemente al complejo militaro-industrial.
Y por vez primera, en la declaración de esta cumbre, la OTAN menciona el «desafío» que constituye, según ese bloque militar, la creciente influencia económica y política de China, subrayando «la necesidad de enfrentarla juntos, como Alianza» [1].
El mensaje es claro. La OTAN es más necesaria que nunca para un Occidente cuya supremacía hoy se ve cuestionada por China y por Rusia.
Resultado inmediato: el gobierno de Japón anunció la compra, por 146 millones de dólares, de la isla de Mageshima, a 30 kilómetros de las cotas japonesas, para convertirla en un centro de entrenamiento para los cazabombarderos estadounidenses desplegados contra China.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] «Déclaration de Londres», Réseau Voltaire, 4 de diciembre de 2019.
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