El filósofo Aristóteles educó a Alejandro Magno enseñándolo a respetar ‎las culturas y los dirigentes de los países conquistados. El imperio de Alejandro Magno, de ‎características tan particulares, nunca explotó a sus súbditos. ‎

Las relaciones internacionales de cada siglo llevan la marca de las iniciativas de algunos individuos excepcionales. Pero hay ciertos principios comunes en la manera como estas ‎personalidades se plantean las relaciones exteriores de su país. ‎

Tomemos como ejemplos recientes los casos del indio Jawaharlal Nehru, del egipcio Gamal Abdel ‎Nasser, del indonesio Sukarno, del chino Zhou Enlai, del francés Charles de Gaulle, del ‎venezolano Hugo Chávez y, como ejemplos actuales, el ruso Vladimir Putin o el sirio Bachar al-Assad. ‎

Identidad o geopolítica

En primer lugar, todos ellos trataron de desarrollar su país. No basaron su política ‎exterior en una estrategia geopolítica sino en la identidad de su país. Por el contrario, las ‎potencias occidentales actuales ven las relaciones internacionales como un tablero sobre el cual ‎imponer un orden mundial a través de una estrategia geopolítica. ‎

El término “geopolítica” fue creado a finales del siglo XIX por el alemán Friedrich Ratzel. También ‎fue Ratzel quien inventó el concepto de «espacio vital» que tanto agradaba a los nazis. ‎Según Friedrich Ratzel era justo dividir el mundo en grandes imperios, como Europa y el Medio ‎Oriente bajo la dominación alemana. ‎

Posteriormente, el estadounidense Alfred Mahan soñó con una geopolítica basada en el control de ‎los mares. Mahan influenció a Theodore Roosevelt quien encaminó Estados Unidos hacia una ‎política de conquista de los estrechos y canales transoceánicos. ‎

El británico Halford John Mackinder vio el planeta como una tierra principal –África, Europa y ‎Asia– y dos grandes islas –las Américas y Australia. Mackinder plantea que el control de la tierra ‎principal sólo es posible conquistando la gran planicie de Europa central y de la Siberia occidental. ‎

Para terminar un cuarto autor, el estadounidense Nicolas Spykman, trató de sintetizar lo que ‎planteaban los dos anteriores. Spykman tuvo influencia sobre el presidente estadounidense ‎Franklin Roosevelt y la política de «contención» (containment) frente a la Unión Soviética, ‎o sea la guerra fría. Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente James ‎Carter entre 1977 y 1981, retomó los planteamientos de Nicolas Spykman. ‎

Dicho claramente, la geopolítica, en el sentido estricto del término, no es una ciencia sino una ‎estrategia de dominación. ‎

Smart power

Si pasamos revista a los ejemplos de los grandes hombres de los siglos XX y XXI que, debido a sus políticas, han sido ‎aclamados, no sólo en sus países sino también en el extranjero, veremos ‎que esas políticas no tenían nada que ver con las capacidades militares de los Estados que ‎dirigieron. No trataron de conquistar o de anexar territorios sino de divulgar la imagen que tenían ‎de su propio país y de su cultura. Por supuesto, los que disponían también de un ejército ‎poderoso o incluso de la bomba atómica tuvieron más posibilidades de hacerse oír. Pero, ‎para ellos, lo esencial no era eso. ‎

Estos grandes hombres también desarrollaron la cultura de sus países. Charles de Gaulle lo hizo ‎con el escritor y ministro de Cultura André Malraux y Vladimir Putin con Vladimir Medinsky, ‎ministro de Cultura de la Federación Rusa desde 2012. Consideraban muy importante dar a ‎conocer la creación artística de sus países y unir a su pueblo alrededor de ella, así como ‎proyectar la cultura nacional hacia el exterior. ‎

En cierto sentido, es este el «poder inteligente» (smart power) al que se refería el ‎estadounidense Joseph Nye. Para quien sabe utilizarla, la cultura vale tanto como los cañones. Si ‎no fuese así ¿por qué a nadie se le ocurre atacar el Vaticano, que no tiene ejército? Porque ‎todo el mundo criticaría ese acto como una agresión. ‎

Igualdad

Los Estados son como los hombres que viven en ellos. Quieren la paz… pero es fácil que ‎se hagan la guerra. Aspiran a la aplicación de ciertos principios… pero suelen violarlos en casa o ‎cuando se trata de los demás. ‎

Al final de la Primera Guerra Mundial, cuando se creó la Sociedad de Naciones (SDN), todos ‎los Estados-miembros fueron declarados iguales. Pero los británicos y los estadounidenses ‎se negaron a considerar a todos los pueblos iguales en materia de derecho. Y fue precisamente ‎esa negativa lo que dio lugar al expansionismo japonés. ‎

Es cierto que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que sustituyó la SDN después de la ‎Segunda Guerra Mundial, reconoció la igualdad entre los pueblos, pero los anglosajones siguen ‎sin hacerlo en la práctica. Hoy en día, las potencias occidentales crean organizaciones ‎intergubernamentales para todos los temas, como la libertad de prensa o la lucha contra la ‎cibercriminalidad. Pero lo hacen entre ellos, excluyendo a las demás culturas, principalmente ‎la rusa y la china. Crean organizaciones para sustituir con ellas los foros de la ONU, donde ‎todos están representados. ‎

No podemos engañarnos. Es completamente válido reunir un G7 para entenderse entre amigos, ‎pero es inaceptable que 7 actores pretendan definir las reglas de la economía mundial, ‎excluyendo además de la reunión a la primera economía del mundo, que es China. ‎

El Derecho y las reglas

Quien impulsó la idea de un orden jurídico en las relaciones internacionales fue el zar Nicolás II. ‎Este gobernante ruso convocó la Conferencia Internacional por la Paz, realizada en 1899, en ‎La Haya, Países Bajos. En esa Conferencia, los republicanos radicales franceses, encabezados ‎por el futuro Premio Nobel de la Paz Leon Bourgeois, sentaron las bases del Derecho ‎Internacional. ‎

El concepto es muy simple: son aceptables únicamente los principios adoptados en común, ‎nunca los que son impuestos por los más fuertes. Esos principios deben reflejar la diversidad ‎misma de la humanidad. Así que el Derecho Internacional vino al mundo en brazos de zaristas y ‎republicanos, de los rusos y los franceses. ‎

Pero aquella idea fue tergiversada con la creación de la Organización del Tratado del ‎Atlántico Norte (OTAN), que se autoproclamó «único centro legítimo de toma de decisiones», ‎rápidamente seguida por la aparición del Pacto de Varsovia. Esas dos alianzas militares –la OTAN ‎desde el momento mismo de su creación y el Pacto de Varsovia a partir de la doctrina Brezhnev– ‎eran sólo «arreglos de defensa colectiva destinados a servir los intereses particulares de las ‎grandes potencias». En ese sentido, ambos bloques militares transgreden formalmente la Carta ‎de la ONU. Esa realidad dio lugar a la Conferencia de Bandung –en 1955– en la cual los países ‎no alineados retomaron y precisaron nuevamente los principios enunciados en La Haya. ‎

Hoy reaparece aquel problema, pero no porque haya surgido un nuevo movimiento deseoso de ‎escapar a la guerra fría sino, al contrario, porque las potencias occidentales quieren regresar a ‎la guerra fría, ahora contra Rusia y China. ‎

Sistemáticamente, en todos sus comunicados finales, los encuentros cumbres entre las potencias ‎occidentales ya no mencionan el Derecho Internacional sino «reglas» que nunca aparecen de ‎forma explícita. Esas “reglas”, contrarias al Derecho, se dictan a posteriori a conveniencia de ‎las potencias occidentales. Estas hablan de un «multilateralismo eficaz» que en realidad viola los principios democráticos de la ONU. ‎

De esa manera, mientras que el Derecho Internacional reconoce el derecho de los pueblos a ‎disponer de sí mismos, las potencias occidentales reconocieron la independencia de Kosovo –‎sin referéndum y violando una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU– pero rechazan la ‎independencia de Crimea… aprobada mediante un referéndum popular. Las «reglas» occidentales son ‎un «Derecho a la carta». ‎

Las potencias occidentales afirman que cada país tiene que respetar la igualdad de sus habitantes ‎ante el derecho… pero se oponen ferozmente a la igualdad entre los Estados. ‎

Imperialismo o patriotismo

Las potencias occidentales, que se autoproclaman «el campo de la democracia liberal» y ‎‎«comunidad internacional», acusan a todo aquel que se resiste a sus designios de ser ‎‎«nacionalistas autoritarios». ‎

Aparecen así diferencias artificiales y mezcolanzas grotescas cuyo único objetivo es legitimar el ‎imperialismo. Por ejemplo, ¿por qué oponer democracia y nacionalismo? De hecho, la ‎democracia sólo puede existir en un marco nacional. ¿Y por qué se asocia el nacionalismo al ‎autoritarismo? Sólo hay una respuesta… para desacreditar las naciones. ‎

Ninguno de los grandes dirigentes que mencioné antes era estadounidense ni seguidor adepto de ‎las políticas de Estados Unidos. Esa es la clave. ‎