24-9-2012

Todo el mundo echa a andar su prolífica imaginación tratando de indagar el porqué de este inesperado desenlace; los profundos motivos, móviles, factores, causas, razones, condiciones o circunstancias que llevaron a producir la temprana muerte de Ruth Thalía Sayas Sánchez (18) a manos de su entonces enamorado Bryan Barony Romero Leiva (20), luego que confesara en televisión su infidelidad y que cobraba dinero por esporádicas y furtivas prestaciones sexuales, ante el polémico Beto Ortíz, demasiado curioso de la intimidad y desgracia ajena sin ver la suya.

La Criminología, pese a que etimológicamente se forma del latín criminis, crimen, y logos, tratado, no es en realidad un “tratado del crimen”. En el contenido espiritual de ciertos vocablos no importan mucho sus etimologías. Como ciencia, se preocupa de algo más específico: de la causalidad del ilícito, o sea, de su origen nefando, en cuya causación hasta la virtud puede tener su parte.

Insurge esta disciplina con rigor científico y sistemático desde los remotos tiempos con César Lombroso (1835-1909), habiéndose especializado en contestar esta interrogante. En su “Tratado Antropológico Experimental del Hombre Delincuente”, de 15-4-1876, conocido como “L’uomo delinquente”, Lombroso creyó encontrar el origen del crimen dentro de ciertas anomalías del cráneo, específicamente en una hoquedad de la foseta occipital media, al lado de otros elementos para él inductores de lo peor.

Ese viejo lombrosianismo causal ha sido superado. No, a lo antropológico; sí, a lo social, como factor prevalente. Quienes asesinan a la mujer que aún aman, como el que roba al fisco o trafica con drogas, así como el déspota gobernante que se organiza para liquidar a sus contrarios, tienen sus profundos por qué, sus móviles o motivos; el crimen inmotivado no existe sobre la faz de la tierra.

Todo hecho ilícito tiene una triple causalidad: bio-psico-social. El que se decide a matar tiene ya una estructura biológica y otra psicológico-social imbricadas, de carácter estable o permanente; es como es a sus 20 años, 30 ó 40, tiene una índole personal que se ha formado en el tiempo de su existencia, sobre la que actúa, asaz de improviso, la causalidad inmediata o desencadenante, que puede ser radial o televisiva.

En el presente caso, el joven Bryan Romero Leiva, a quien no conozco ni he visto, puede que sea celoso, codicioso por dinero ajeno, envidioso, erotomaníaco, moralista o lo que fuere. No escogió ser nada de eso; ha devenido como una suerte de producto social.

Sin embargo, esta estructura permanente hasta sus 20 años no lo había conducido al delito, al cual ha llegado por el concurso de causas desencadenantes o inmediatas, a las que no ha podido resistir. Si no hubiera observado y sufrido el programa “El valor de la verdad”, no habría sabido que su preferida le era infiel, que se vendía por dinero o que sus amigos en su barrio ya sabían que era “cachudo”, lo cual lo percibió ultrajante. Por eso, la televisión y el periodista Beto Ortiz deben ser considerados como puntual causalidad desencadenante del asesinato. A partir de este torbellino de información maciza, filosa, terriblemente urticante, actuante sobre una índole de alfeñique, todo el resto personal de Bryan se derrumbó y terminó en el homicidio de su amada, a quien no pudo perdonar su creída afrenta.

Ver a este tipo de programas televisivos como desencadenantes de horrendos crímenes nos lleva a reprobar las defensivas palabras de Beto Ortíz, cuando afirma que es brindarle “una coartada al asesino”.

He aquí lo que dijo, buscando esquivar su responsabilidad en la causación vitanda: “Nosotros estamos consternados, horrorizados, extendemos nuestras condolencias a la familia. Las puertas de este canal están abiertas para ellos. Afirmar que la mataron por revelar sus verdades en televisión es darle una coartada al asesino. Los medios que dicen eso solo le están haciendo un favor al asesino”. Al parecer ahora quiere victimizar a la familia de la muerta, entrevistándola.

Con el mismo afán defensivo, agregó: “Cada quien trata de llevar agua para su molino. Tratan de quitar la culpa al asesino para dársela al programa. Su cómplice es su tío, Fredy Leiva, lo ha manipulado para obtener al parecer un beneficio económico”.

Beto Ortíz, debería estudiar Criminología para no pretender sustraer de sus hombros la causalidad desencadenante del crimen y la del canal televisivo, pues los 15,000 nuevos soles que pagan es precisamente para difundir barbaridades criminógenas.