Destruidas las bases de legitimidad popular que permitieron como una opción de cambio la elección de Lucio Gutiérrez, por su adopción ortodoxa del recetario neoliberal, el presidente ecuatoriano, se enfrenta con la conspiración de la vieja partidocracia por controlar el poder, la que incluye ahora abiertamente, la perspectiva de separarlo del gobierno.
Con el telón de fondo de una latente agitación social, que ha extendido una cadena de huelgas desde los hospitales a las penitenciarías, derivada de los sacrificios propios de la concentración de la economía en el pago de la deuda externa, y separado ya de las fuerzas populares que forjaron su elección, Lucio, suspendido en un creciente vacío de legitimidad popular, enfrenta la conspiración de la vieja partidocracia no solo por controlar el poder, sino incluso, por separarlo del gobierno.
Al malestar generado por el abandono total de las perspectivas de cambio que fraguaron la insurrección popular del 21 de enero del 2000, en la que apareció Gutiérrez en el escenario político y del programa de reformas mínimas que lo llevó a la victoria electoral, Lucio, ha sumado en el teatro de su crisis política, la creciente beligerancia de dos columnas fundamentales de la partidocracia tradicional, la Izquierda Democrática y el Partido Socialcristiano, los brazos izquierdo y derecho del establecimiento.
El ex - presidente Rodrigo Borja y su partido la Izquierda Democrática que preside el congreso, insisten en la renuncia del presidente como «la única solución para superar la crisis que afecta al país». Consideran que debe ser destituido por haber recibido aportes financieros a su campaña prohibidos por la ley.
El ex - presidente Febres Cordero, ha anunciado el distanciamiento del régimen del Partido Socialcristiano, acusándolo de que «está solapando a ladrones» y ha afirmado que si el pueblo considera como lo hizo con Bucaram y Mahuad que el presidente debe retirarse apoyarán esa voluntad. El impacto de este viraje es mayúsculo, pues, ese partido que representa el mayor bloque parlamentario, se transformó en el principal instrumento de apoyo político al programa neoliberal de Lucio y a su gestión parlamentaria, en el cual descansó su ruptura con Pachakutik y el MPD, las fuerzas políticas de izquierda que contribuyeron decisivamente a su elección.
Con un programa dirigido a la desnacionalización de la economía, virtualmente dictado en el ámbito económico por el Fondo Monetario Internacional y las pretensiones de Washington de imponer un tratado de libre comercio, que se combinan con los crecientes peligros de su participación en el Plan Colombia, que le han llevado a movilizar a más de 7.000 soldados a la frontera norte y a una sucesión de presiones del Comando Sur para avanzar sus posiciones en el país, el gobierno de Lucio, ya no puede recurrir a los movimientos sociales que jugaron un papel decisivo en su elección.
Por el contrario, ellos se han pronunciado por la salida del régimen. Ahora aparecen escindidas y opuestas las fuerzas que unidas derrotaron a la partidocracia en el 2002, y el presidente que eligieron se debate como una veleta en las turbulentas aguas del poder.
El escenario caótico de un gobierno sin poder real, ni siquiera del poder parcial que otorga una victoria electoral, favorece las presiones de los poderes fácticos y de las potencias externas, particularmente de Estados Unidos, que gobiernan en la sombra, pero a la vez, ha abierto un espacio donde reaparece la disputa por la presidencia.
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