Conocer los mitos es aprender el secreto del origen
de las cosas. En otros términos: se aprende no sólo cómo las
Cosas han llegado a la existencia, sino también donde
encontrarlas y cómo hacerlas reaparecer cuando desaparecen.
Mircea Elíade [4]
Conocer los mitos es aprender el secreto del origen
de las cosas. En otros términos: se aprende no sólo cómo las
Cosas han llegado a la existencia, sino también donde
encontrarlas y cómo hacerlas reaparecer cuando desaparecen.
Mircea Elíade [4]
Un texto mítico es una joya antigua y preciosa que puede ser una llave mágica para la pedagogía. La llave que abra todos los comienzos, porque el mito nos narra, nos explica, nos llena de sentido. En esta dimensión el paisaje y sus seres están plenos de significados, pues nada en la naturaleza mítica es espurio. El mito nos sumerge en el misterio de la vida, recordándonos que somos obra de un paciente milagro del infinito cosmos.
En el mito yacen las primeras interrogantes, en este sentido antecede a la filosofía y a la ciencia, es la canción mágica del universo en la voz de los animales, de las plantas, del paisaje. En el territorio mítico la frontera entre fantasía y realidad es absolutamente permeable, una y otra se infiltran mutua y constantemente, formando una trama, un tejido que es, justamente, lo mitológico.
El mito es canción, sonoridad de la palabra oral, la voz inolvidable que sólo perdemos cuando dejamos de cantar o de contar (léase narrar) nuestros mitos. Esta llave mágica nos advierte también de peligros, como luciérnagas en la noche sus alarmas se encienden para avisarnos cuándo podemos romper el equilibrio.
Todo en el gran Cosmos es interdependiente, cada cual afecta al Todo y el Todo afecta a cada cual. Todo lo que hay entre el Cielo y la Tierra es igualmente importante o insignificante. Una hormiga es tan importante como un hombre, y un hombre es tan insignificante como una hormiga en la inmensidad del Universo. La naturaleza mítica es mutante y su plasticidad no tiene fin. Este sentimiento de igualdad en la diversidad genera un sentido de respeto, de pertenencia cósmica, de no-separación. Un sentimiento de compasión -pasionar con- hacia todos los seres con quienes convivimos.
El mito y otros frutos de la tradición oral de las culturas autóctonas fueron desterrados, junto con la magia, que es la expresión potencial de las religiones antiguas. Occidente se cuidó de abolirlos de su territorio sapiencial. En nombre de la razón, la ciencia y un verdadero y único Dios, se instaló como una catedral sobre un templo Maya, sepultando la más genuina cultura espiritual de los pueblos aborígenes.
La lectura de contenidos míticos tiene múltiples niveles. Podríamos hablar de un primer nivel argumental en la medida que narramos una acción, un suceso.
Un segundo nivel puede estar dado por el carácter del suceso, si se basa en un hecho puramente cósmico, si recuerda un suceso histórico, si sólo es anecdótico; en este nivel se suele manejar la antropología. Un tercer nivel sería el simbólico propiamente dicho, qué hay detrás del hecho, qué arquetipos entran en juego, qué mueven y desde dónde movilizan el inconsciente del que escucha, este es el nivel esotérico, reservado para los iniciados. Sólo en este nivel se supera el modo natural teniendo acceso al modo cultural [5].
El mito está preñado de detalles, aparentemente ornamentales para quien no los sabe ver, pero estos detalles contienen una preciosa información referida a relaciones mágicas y funcionales. Un mito no es un cuento. Y aún cuando se hagan adaptaciones en forma de cuento, es fundamental sentir el carácter inmemorial del mito a la hora de narrarlo.
Para ilustrar lo que propongo, hagamos la lectura de un capítulo del Watunna [6], el canto interminable de la Cosmogonía del Pueblo Ye’kuana, perteneciente a la gran familia Caribe y que vive, desde tiempos ancestrales en la cuenca del Orinoco en lugares específicos de los estados Bolívar y Amazonas. Analizaremos el canto referido al Marahuaka, el árbol de la vida, recurrente en otras mitologías de las etnias americanas y de otras etnias de la tierra. Las acotaciones son mis reflexiones, léanse más en tono de indagación que de aseveración.
La gente antigua era muy pobre. No tenía árboles en la Tierra. Sólo comían cuando la Dueña de la Yuka se apiadaba de ellos y les mandaba del Cielo, casabe y agua para todos.
Un día Wedama (la golondrina azul) y Kuchi (el cuchi-cuchi) decidieron subir al Cielo y encontrar el camino que sólo conocía la hormiga 24, la enviada de la Dueña de la Yuca. Iban en busca del árbol que ahora llamamos Marahuaka.
Era un árbol de frutas. Todas sus ramas daban frutas diferentes. El mismo árbol daba toda clase de frutas. La madre de este árbol era la Yuca. La Yuka era su Dueña.
Wedama y Kuchi iban escondidos a buscar frutas. Pero, al sentirlos, las avispas se alborotaron, y al escuchar el alboroto la Dueña de la Yuca fue a ver qué pasaba. -Se están robando la comida, se están robando la comida-, decían las avispas con su alboroto. La golondrina se escondió. Kuchi corrió, guardando un pedacito de ese árbol debajo de la uña. La Dueña de la Yuca agarró a Kuchi y lo colgó por el pellejo. "Voy a morir", se dijo Kuchi. Y se puso a pensar en su hermana, ella era una sabia que vivía en el Cielo. Se llamaba Lumakawa. "¡Ayúdame, hermana!, así pensaba. Lumakawa bajó y le dijo: ¡Ahjá!, estás castigado por robar la comida".
- Robé porque teníamos hambre aquí en la Tierra, ayúdame hermana, no quiero morir.
-Debe morir-. Dijo la Dueña de la Yuca, Faltó, robó comida.
-Tenía hambre, es mi hermano, te suplico, perdónalo. La Dueña de la Yuca lo perdonó, y él volvió a la Tierra, con la astillita de yuca bajo su uña. Llegó, se convirtió en hombre otra vez. Se sentó en su banco de piache y pensó.
Pensó, pensó: voy a hacer comida para todos los hombres. En la madrugada sacó la astilla de su uña y la plantó. Al amanecer ya había un árbol muy alto, con muchas ramas y frutas de todas las clases.
-Está hecho-. Dijo Kuchi, y comió.
Ese fue el principio de nuestra comida: al árbol Dodoima (Roraima.)Todavía se ve allí como una montaña muy alta. Allí crecen todavía las frutas. Solas crecen. Nadie las siembra. Brotan como recuerdos.
Pero había gente que vivía lejos de Dodoima y no tenía comida. Era la gente que vivía en la sabana de Kamaso. Kamaso envió una mujer a buscar una estaca. Caminó tres días y habló con Kuchi. El le dio la estaca para que sembrara la comida de su gente. Pero sembraba la estaca y apenas brotaba un retoñito con tres hojas. No crecía. Estaban tristes. Kamaso cantaba, para que creciera la yuca, pero la Tierra no era buena.
Mucho tuvo que caminar hasta que encontraron Tierra buena. Tierra negra era. Había una mujer llamada Maduñawe. Ella plantó la primera estaca. Y ahora si creció. Era de noche. De allí nació todo lo verde que hay ahorita.
Al amanecer vieron el árbol altísimo. Lo llamaron Marahuaka. Sus ramas cubrían toda la Tierra. Era un gran techo. Sus ramas estaban siempre retoñando.
Todos acudieron a mirar aquel Marahuaka. Iban todos, flacos y enfermos, llenos de hambre.
- ¡Llegó nuestra comida!- así gritaron, unos riendo, otros llorando. Eso cuentan los viejos, yo no lo he visto.
Pero el árbol era demasiado alto no sabían como coger las frutas. Todos esperaban que cayeran. Cuando comenzaron a caer, caían los pesados racimos sobre ellos. Los mataban. De todas partes caían frutas. No hallaban dónde esconderse. Morían aplastados.
Fueron llorando a pedir ayuda a Wanadi, el dios bueno, el resplandeciente.
Wanadi dijo: -Bueno, haré gente nueva, haré pájaros para ayudarlos. Tendrán alas para volar hasta las ramas; cogerán las frutas.
Así fue como nacieron los pájaros. Eran hombres también, cuando querían.
Wanadi clavó en la Tierra una hilera de estacas. Se sentó en su banco y cantó.
Fumaba, tocaba su maraka, cantaba, pensaba.
Así hizo esos hombres nuevos llamados pájaros.
Pero pasó lo mismo. Eran pesadas las frutas, se resbalaban, se caían, aplastaban a la gente.
Un pájaro dijo: -Así no sirve. Vamos a sembrar. Vamos a cultivar la Tierra.
Acabemos con la recolecta. Somos fuertes, somos pájaros. Cortemos el árbol y sembremos. El que habló fue Semenia, el jefe de los pájaros. Era sabio, nos enseñó los cultivos. Fue nuestro primer jefe.
Así se hacen los conucos en la selva: se tumban árboles y luego se siembra. Los antiguos sólo sabían recoger frutas silvestres, como los monos. Semenia los enseñó a trabajar para conseguir su comida.
Pero había dos que no querían trabajar. Eran el jaguar y la danta (Maro y Wached).Buscaban frutas caídas y se hartaban, escondían lo que sobraba.
-Nosotros somos grandes- decían -. No le vamos a obedecer a los pájaros, que son chiquitos.
Semenia decía: -Trabajemos juntos, celebremos y luego repartiremos las primicias.
Pero ellos no obedecían, no aceptaban jefe, no compartían.
Todos los miraban y decían: -Se burlan de nosotros, se olvidan que existimos, tendrán su castigo.
Entonces los rodearon. Maro y Wachedi sintieron miedo. Semenia les dio un cedazo y los mandó a buscar agua en el río Casiquiare (Kashishari.).
Eran unos tontos se dejaron engañar, no se puede coger agua con cedazo.
Eran gente de Odosha el oscuro. Están desunidos, no conocían el orden ni la justicia. Eran egoístas, no tenían jefe. Todo lo hacían sin mirar a los otros.
Semenia se hizo jefe para enseñarnos. Nos dio las señales del trabajo y la riqueza. Trajo la lluvia, la fecundidad, la obediencia para todos.
Semenia dijo: Ahora vamos a sembrar.
Muchos pájaros trataron de cortar el árbol pero era muy duro, se quebraban sus picos.
Vinieron los carpinteros y tampoco, como si nada. Porque lo que cortaban volvía a crecer en la noche.
Entonces Semenia decidió que cortarían sin parar; mientras unos dormían otros cortaban, así toda la noche sin parar.
Ahora vino uno y dio el último picazo: era Wanadi, estaba alegre.
- Ya está hecho-gritó.
- ¡Va a caer!- gritaron los otros. No sabían hacia que lado correr.
Marahuaka no cayó. Quedó derechito, colgando del Cielo. Ahí estaba. Tranquilo.
No se movía. Con los ojos entornados, todos miraban. -¿Para qué tanto trabajo? El árbol no caía. No entendían. Semenia llamó a Kadilo, la ardilla.
-Anda rápido, a ver qué pasa.
-La ardilla subió trepando, miró y volvió. Ahora dijo:
-Se enredó en el Cielo. Las ramas son como raíces. Por eso cuelga.
Era como un árbol al revés.
- Sube otra vez y corta -dijo Semenia.
Subió y cortó a Marahuaka. Así cayó el gran árbol. Todo la Tierra se estremeció. Ramas, frutas, palmas, semillas, todo cayó. Pareció el fin de nuestra Tierra.
Todos se encerraron en las cuevas acuclillados, con los ojos cerrados, tenían miedo. Cuando abrieron los ojos llovía. Fue la primera lluvia. Por las ramas del gran árbol caía el agua a raudales. Chorreaba el agua desde el Cielo y buscaba sus caminos en la Tierra. Así nacieron los ríos. Orinoco. Padamo, Kunukunuma, Kuntinamo, otro, otro, todos los ríos. La Tierra se puso blandita para ser sembrada. Las mujeres recogían estacas, semillas, pimpollos, retoños. Bajo la lluvia recogían, para sembrar. Nacieron las cascadas, cayeron en la Tierra verde, nació la selva, nacieron los conucos. El tronco de Marahuaka se partió en tres pedazos. Ahora son montañas, las montañas más altas de la Tierra. Allí están, como recuerdo del día que llegó nuestra comida.
Alegre estaba la gente. La yuca crecía rápido. Entonces los hombres descansaron y trabajaron las mujeres. Así hacemos ahora. Los hombres, cortan, preparan el conuco. Las mujeres siembran, cosechan como al principio.
-Ahora vamos a bailar- dijo Semenia, -Vamos a cantar, comer, beber, recordar. Fue la primera Fiesta de la Comida: Adahe Ademi Hidi, ese es su nombre. Como cantaron ellos, ahora cantamos nosotros. Eso es Watunna; el recuerdo de nuestro principio. Nunca olvidamos. Para no olvidar, cantamos. Siempre igual, ahora como antes. Así comemos una y otra vez. Obedecemos, recordamos.
El texto comienza ubicándonos en los inicios, cuando no existía la comida, ni había árboles en la tierra. Este sólo hecho nos transporta a la consideración de lo que podría ser el mundo sin lo que tenemos actualmente. Imaginar que lo que existe hoy no ha existido siempre. Recordar que hubo una primera vez. Nos encontramos también frente al primer árbol. Un árbol mestizo, cargado de todas las frutas. Un árbol que todavía no se había "especializado". Imaginemos la potencia de esta imagen en la mente infantil.
Pero, además era un árbol con madre: Yuca, el árbol madre por excelencia. El árbol primordial, de donde proviene el pan de las etnias amazónicas (casabe, mañoco, mandioca) y su bebida ritual más importante (yarake, kahiri, ire sari). La Yuca tiene su "dueña", su identidad espiritual. Es una deidad vegetal y, como tal, vigila y castiga las infracciones de su reino.
Kuchi quien robó la astillita, tuvo la primera intuición: de aquella astillita podía retoñar el arbusto de la yuca. Kuchi presintió el milagro de la reproducción. No obstante, Kuchi debe morir porque robó comida. Ah, pero la Dueña de la Yuca es una deidad compasiva, tiene la capacidad de ponerse en el lugar de todos los seres; por eso se apiada de él y lo perdona.
Los otros personajes que van apareciendo son animales de la fauna orinoquense: la hormiga 24, la golondrina azul, las avispas. Buena oportunidad para ver láminas de la flora y la fauna Ye’kuana.
Pero algunos seres tienen el poder de la transformación, así Kuchi en su condición de shamán, se convierte en hombre y vuelve a la Tierra con su astillita de yuca bajo la uña y trae la comida a su pueblo. Se sentó en su banco de piache y pensó. "Pensó, pensó: voy a hacer comida para todos los hombres." ¿Qué significa pensar para los Ye’kuana? es una pregunta que no podemos dejar de hacernos a lo largo de toda su mitología. Pensar y poder, voluntad de crear.
Vemos aquí el referente mágico geográfico. El mito habla del famoso tepuy ubicado en la Gran Sabana del Macizo Guayanés. Allí, en Dodoima, "crecen las frutas solas, nadie las siembra. Brotan como recuerdos." La memoria sirve de metáfora a la prodigalidad de la tierra. Así como los recuerdos siempre están naciendo, así como la memoria es eterna, así nacen desde entonces los frutos del árbol mágico, Marahuaka.
"Kamaso cantaba, cantaba, para que creciera la yuca..." Se canta para que llueva o para que pare de llover. Se canta para curar a un enfermo, para hacer la casa nueva, antes de sembrar el conuco, al recoger la cosecha. Kamaso tenía el poder del canto. Pero por encima de su poder estaba el poder de la tierra. Hacía falta tierra buena, pues la de la sabana está gastada y empobrecida por el tiempo. Y de esa conjunción, canto-tierra, creció la estaca, nació el árbol. Pero ahora era demasiado alto y aplastaba a la gente con el peso de sus frutos. Nada es fácil en el aparentemente mundo paradisíaco de la selva.
Tuvieron que pedir ayuda a Wanadi. Entonces él hizo pájaros para ayudarlos. Pájaros que también eran hombres. Wanadi se sentó en su banco mágico, tocó su maraka, fumó y cantó, pensó. Todas estas acciones, son acciones rituales, actos de poder. No son acciones comunes, están llenos de una carga mágica, constituyen el rito del shamán que se conecta con la energía cósmica para crear. Crear hombres nuevos, llamados pájaros, para ayudar a su gente, para crear la comida. Por eso Semenia, el primer jefe, el sabio que los enseñó a cultivar. ¿Será casual que sea justamente un hombre pájaro quien descubra el secreto de la agricultura? Los pájaros, esparcidores de semillas, propagadores del mundo vegetal. Hay otras razones de orden práctico, sólo los pájaros podían coger los frutos de un árbol tan alto.
Pero Maro y Wachedi (el jaguar y la danta) no quisieron trabajar, transgredieron la norma colectiva: "... no obedecían, no aceptaban jefe, no compartían... eran gente de Odosha... estaban desunidos, no conocían el orden ni la justicia."
Vemos pues que Semenia, fue jefe y sabio, también porque les dio "las señales del trabajo y la riqueza... la obediencia para todos." Es decir, los fundamentos de la organización social y política, en función del bienestar común.
Aún faltaba una prueba. El árbol era muy duro, no se podía cortar. Y finalmente cuando lo lograron, después de cortar día y noche sin parar, el árbol quedó con las raíces colgando del Cielo. Era un árbol al revés. Un árbol esotérico, un árbol de la vida. Un árbol que existe en muchísimas culturas de la tierra, he aquí un referente mítico que en tanto que universal, nos hace sentir partícipes de un mismo mundo.
Finalmente Kadilo, la ardilla, fue enviado por Semenia y con sus dientes lo cortó. Con gran estrépito cayó el Marahuaka. Que todavía está allí, cortado en tres pedazos, se volvió montaña. Después del gran temblor vino la primera lluvia. Por las ramas del árbol caía el agua a raudales y así nacieron los grandes ríos: Orinoco, Padamo, Kunukunuma, Kuntiamo... Son los ríos que todavía hoy navegan los Ye’kuana.
Entonces se ablandó la tierra y estuvo por fin lista para ser sembrada. Así nacieron los conucos. Así nació todo lo verde. Así nació la selva. Las mujeres, bajo la lluvia, recogían estacas para sembrar. Hoy, como ayer, son las mujeres quienes siembran el conuco Ye’kuana.
El tronco de Marahuaka se partió en tres pedazos que ahora son montañas, las más altas de la tierra Ye’kuana. Allí están como recuerdo del día que nació la comida. Siempre recuerdos, señales de origen.
Entonces los hombres descansaron y las mujeres sembraron, ellas son las fertilizadas, como la tierra, por eso ellas siembran y cosechan, y ellos cortan y preparan el conuco. Todavía es así, desde ese primer día.
Semenia los invitó a celebrar: "Vamos a cantar, comer, beber, recordar." Esa fue la primera fiesta ritual de la comida, el Adahe Ademi Hidi, que todavía celebran cada año cuando hacen el conuco nuevo. En esa oportunidad los "ahichuriaha", los cantantes de Watunna, cuentan y cantan esta historia, recordando, agradeciendo, recobrando la fuerza primordial.
Actividades como el teatro, la representación ritual del mito, la ilustración, contribuirán a su asimilación y pueden ser en efecto la "iniciación" a una nueva manera de ver y sentir, no solamente la otredad indígena, sino la propia indianidad, ocultada por el etnocentrismo propio de nuestro mestizaje. Solo así, con las raíces bien plantadas en el suelo común podremos trascender barreras étnicas y ser simplemente humanos, habitantes de este pequeño globo.
Hay en los aires de la modernidad una vuelta a lo étnico, un renacimiento de las mitologías. El templo Maya emerge como un iceberg. La catedral se inclina. La razón se tambalea en su trono de una sola lógica. Aquellas culturas y saberes subestimados por Occidente son hoy el alimento que nutre su estética, su música, su arte, sus ciencias. Y aunque su economía -caprichosa y desorbitada-, sigue haciendo desmanes, pensamos y pensamos y pensamos, como los pensadores Ye’kuana, quizás con parecida inocencia, -¡y ojalá con el poder de su magia!- en el nacimiento de una nueva ética que recupere aunque sea un soplo de la antigua sacralidad y proteja a la Tierra de una inminente catástrofe fruto de la soberbia, la codicia y el olvido.
Este artículo fue publicado en Cuadernos de Ultramar, Montevideo, Uruguay 1998.
[1] Mircea ELIADE; Mito y Realidad: Barcelona, España; Guadarrama/Punto Omega; 1981; p.20
[2] Mircea ELIADE; Mito y Realidad: Barcelona, España; Guadarrama/Punto Omega; 1981; p.20
[3] Mircea ELIADE; Mito y Realidad: Barcelona, España; Guadarrama/Punto Omega; 1981; p.20
[4] Mircea ELIADE; Mito y Realidad: Barcelona, España; Guadarrama/Punto Omega; 1981; p.20
[5] Mircea ELIADE; Iniciaciones Místicas; Madrid, España; Taurus Ediciones 1975; p.20
[6] Jean Marc De Civrieux; Watunna: Un Ciclo de Creación en el Orinoco. Caracas, Venezuela Monte Ávila Editores, 1992. p. 173-190.
[7] Versión resumida por la autora, tomada de Watunna (op.
cit p. 173-191
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