La Conferencia de Londres sobre Afganistán representa una etapa importante y un desafío para Estados Unidos y la comunidad internacional: una etapa importante porque marcará la culminación del proceso de Bonn, y un desafío porque marcará el comienzo de la próxima etapa crítica en el renacimiento del país después de décadas de guerra y destrucción.
Se ha avanzado mucho desde que los talibanes fueron derrocados hace cuatro años por fuerzas dirigidas por los Estados Unidos. Sin embargo, es igualmente cierto que Afganistán sigue en peligro. La insurrección dirigida por elementos talibanes y Al Qaeda está lejos de apagarse. Afganistán sigue siendo el principal proveedor mundial de opio para la droga. La corrupción alcanza los niveles más altos y muchos afganos se preguntan, cuatro años después del desembarco de los contingentes de la comunidad internacional, dónde están las carreteras prometidas, las escuelas, los hospitales, la electricidad, el agua corriente.
Por otra parte, de los US$ 13 000 millones prometidos por la comunidad internacional, sólo cerca de 4 000 millones se han empleado en financiar proyectos. Ello no es más que una parte de sumas mucho más cuantiosas que han sido entregadas para financiar los esfuerzos de reconstrucción en Irak o en los Balcanes. Hemos sido mezquinos con Afganistán. El primer objetivo de la Conferencia de Londres debe ser el corregir esa disparidad existente entre las necesidades afganas y las sumas prometidas por los donantes, y, a tales efectos, Estados Unidos debería ser el primero en asumir un compromiso.
Hay otras tres prioridades apremiantes que la Conferencia de Londres debe abordar. Primero, la insurrección. La reducción prevista de las tropas estadounidenses en Afganistán preocupa a Kabul. Su reemplazo por fuerzas de la OTAN es indicio de una bienvenida ampliación de la responsabilidad internacional; el resultado de ello no debería ser un debilitamiento de las fuerzas militares. Los soldados internacionales deberán adoptar medidas que les permitan llevar a cabo operaciones agresivas de contrainsurgencia, y garantizar la protección necesaria para permitir la reconstrucción del país.
Después está la debilidad del gobierno. Sin funcionarios competentes y honestos a nivel local, Kabul no puede prestar los servicios que la población necesita desesperadamente. El sistema jurídico, sin el cual las políticas no podrán aplicarse, debe ser reconstruido.
En tercer lugar, está el comercio de la droga. Los agricultores afganos deben poder vivir tan bien produciendo cultivos legales como cuando siembran opio. Ello significa que los sistemas de irrigación deben mejorarse, que deben emplearse nuevas semillas, que la red de carreteras debe desarrollarse y que el micro crédito debe ser puesto al alcance de todos. Al igual que Estados Unidos aceptó la responsabilidad moral de las consecuencias de su consumo de droga para Colombia, los países europeos deben comprender que su consumo de estupefacientes contribuye a destruir la sociedad afgana, por lo que deben hacer los esfuerzos que se requiere de ellos.

Fuente
International Herald Tribune (Francia)
El International Herald Tribune es una versión del New York Times adaptada para el público europeo. Trabaja directamente en asociación con Haaretz (Israel), Kathimerini (Grecia), Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania), JoongAng Daily (Corea del Sur), Asahi Shimbun (Japón), The Daily Star (Líbano) y El País (España). Además, a través de su casa matriz, lo hace de manera indirecta con Le Monde (Francia).

«Don’t shortchange Afghanistan again», por Karl F. Inderfurth, S. Frederick Starr y Marvin G. Weinbaum, International Herald Tribune, 22 de enero de 2006.