El reciente discurso de Bush lo demuestra una vez más. Cuando la realidad se atraviesa en la obtención de sus objetivos, el presidente estadounidense no vacila mucho en deformarla para que le siga la rima, ya se trate de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein o del tema de las escuchas ilegales de la NSA, el último de los escándalos que ha sacudido el mundo político en Washington.
En este último caso, Bush creyó, erróneamente, que las circunstancias geopolíticas lo autorizaban a dejar que los servicios secretos hicieran lo que les diera la gana sin tener que preocuparse por un juez o por barreras jurídicas. No es sorprendente entonces que la oposición en Estados Unidos se manifieste con violencia contra las «tentaciones imperiales» del presidente o que Hillary Clinton recurra a los superlativos («El peor gobierno de la historia de Estados Unidos»). Recientemente pudimos conocer un nuevo caso de negación de la realidad por ceguera política. El New York Times publicó el testimonio de un científico de la NASA a quien se le prohibió, por decreto presidencial, hacer públicas sus investigaciones sobre las emisiones de CO2 y sus efectos sobre el calentamiento climático. Conociendo la despreocupación del gobierno de Bush en materia ambiental esto no nos asombraría. ¿Efecto invernadero? No vale la pena preocuparse por ello.
Felizmente, el público estadounidense está lo suficientemente sensibilizado con el tema como para que alguien pueda simplemente barrer todos estos temas y ocultarlos bajo la alfombra. Hasta los más escépticos han comenzado a comprender todo lo que está en juego cuando vieron a los habitantes de Nueva Orleáns con el agua hasta el cuello. A largo plazo, la dureza de la realidad acaba por resistir al trabajo de deformación y manipulación de la propaganda estatal. Sólo hay que esperar que ese día no sea ya demasiado tarde para evitar la catástrofe.

Fuente
Der Standard (Austria)

«Wasser bis zum Hals», por Christoph Winder, Der Standard, 2 de febrero de 2006.