Fui recordando desde el instante presente hacia el pasado, como dicen que sucede cuando uno se muere... lo último que sentí fue la violenta patada directa a la espinilla, y claro! doble fractura, tibia y peroné. Seguía doliendo... “Llévenlo a un hospital”, “Traigan rápido el carro!” decían por allá. “Súbanlo pronto!” Gritaba otro. Todo era confusión. Seguí buscando los hechos... Fue el negro número 3, que medía como 1 con 80, al que le habían dicho que me marcara, que me respirara al oído, y yo le mamaba gallo insultándolo y el man no se amilanaba. “Te voy a dar flaco güevón”, me decía, pero yo no le creía porque esa es la intimidación propia del juego, yo ya le había hecho unas jugadas por la izquierda que me permitían desbordarlo con facilidad, por ahí era el camino para llegar al gol. Recuerdo que enfrenté al marcador derecho, lo driblé y ya me dirigía hacia el arquero, cuando pasó una sombra, y zas!, traqueó la pierna produciendo un dolor profundo que nunca había sentido... sudaba y lloraba... “Me partió ese hijueputa!”, pensé en medio del dolor.

Me amarraron la pierna, con unas ramas secas de árbol y cartones que encontraron en el potrero, dejándola inmóvil; entre cuatro me alzaron, me metieron con cuidado en un carro que alguien ofreció conmovido por el dolor que yo expresaba. Estábamos en Mosquera, en las afueras de Bogotá, en las canchas de la Dibogotana de Fútbol. ¿A qué hospital me iban a llevar si yo sabía que la Hortúa la habían cerrado y como cotero de San Andresito, no tenía seguro social? Ni siquiera Sisben, porque a Gloria, mi mujer, le jodieron la vida con eso y al final no nos habían inscrito... “Llevémoslo al Hospital de Kennedy”, dijo alguien... el carro era muy lento, la ciudad no llegaba rápido... el dolor se hacía más fuerte, la pierna se estaba enfriando... tenía muchas ganas de gritar.

Lo más berraco es que yo sabía que me estaba pasando lo mismo que a Cesar, cuando lo partieron; al hombre le tocó andar como 8 meses en muletas, incapacitado. Pero él trabajaba independiente en una oficina y tenía seguro. Mientras que a mi, sin seguro social, nadie me iba a pagar la incapacidad y nadie me iba a emplear para cargar cajas y bultos de los almacenes con esas muletas. A pesar de que hablamos de solidaridad entre nosotros, a Cesar sólo le pudimos recoger unos cuantos pesos entre todos los jugadores y después él tuvo que sostenerse como pudo. Uno sabe que Solidaridad es una palabra que sólo comprende el que cae en desgracia, el que no, no la siente, casi nadie la práctica.... el dolor sigue... “Ya llegamos!” Reconocí la voz de Milton, uno de mis compañeros.

“Traigan una camilla!”, “Súbanlo con cuidado!”, “Mierda, hay mucha cola en Urgencias!” ... ¡Qué dolor tan berraco!...Ocho meses por lo menos sin poder trabajar, esperando solidaridad de amigos y familiares... Ocho meses sin jugar... ¿Cómo serán las terapias para recuperarme y jugar dentro de seis?... tantos dolores…