Sergey LAVROV

El 5 de marzo de 1946, Winston Churchill pronunció en Fulton su discurso que marcó el inicio de la “guerra fría”. Dos semanas antes, en Washington había sido recibido el famoso “telegrama largo” de John Kennan, paralelamente se desarrollaban las crisis en Irán y Turquía, pronto se proclamarían la Doctrina Truman, el Plan Marshall y otras muchas cosas.

Pero precisamente con este discurso del ex primer ministro de Gran Bretaña se relaciona la evolución de los sucesos que maduraban y, en definitiva, recibió su denominación de “guerra fría”. En este discurso quedó formulado con la mayor precisión el nuevo paradigma de las relaciones internacionales. Esta fecha está tan cercana a la otra, el 9 de mayo de 1945, que es imposible analizarlas fuera de su interconexión estrecha, si bien es evidente que simbolizan dos épocas absolutamente diferentes; por el contenido, por la mundivisión y la propia naturaleza de las relaciones internacionales, diferentes por sus consecuencias para la política europea y mundial.

Parecería que ahora, 60 años después, cuando ya pasó a la historia la “guerra fría” historia, se puede evaluar objetivamente aquel momento crucial. Sin embargo, los orígenes de la “guerra fría” hasta la fecha siguen siendo vagos. Por ende, es necesario entender qué pasó entonces, cómo sucedió que la política pragmática que aunaba a los aliados en la guerra contra Alemania nazi fue sustituida por otra política, la de confrontación, basada en las ideas y principios que no podían dejar de dividir.

Estoy convencido de que demasiadas cosas en la vida internacional actual requieren enfocar desde una óptica crítica la historia de la “guerra fría” y renunciar a la apologética de este fenómeno complejo. El mundo ha entrado de nuevo en una etapa crucial. Y el futuro del planeta y de cada país, Rusia incluida, dependerá de las conclusiones a que lleguemos. Es imposible invertir la historia, pero es posible comprenderla para no repetir los errores. Si era inevitable y justificada una drástica transición de la política de aliados a la confrontación ideológica, entonces semejante interpretación de la historia corroborará los enfoques análogos en nuestros tiempos. En cambio, si la “guerra fría” fue una aberración en la evolución de las relaciones internacionales, entonces es posible y necesario cambiar esta lógica en la política actual.

La “guerra fría”, por su esencia, fue la rivalidad de dos sistemas encabezados por la URSS y los EE.UU. que tenía no sólo la dimensión político-ideológica sino también otras dimensiones. El origen de la “guerra fría” no se reduce, ni mucho menos, al esquema que prevalece en los países occidentales: la renuncia de la URSS a la cooperación con los aliados occidentales y su retorno a las prácticas de “expansión comunista” provocaron la respuesta de Occidente a la “amenaza soviética”. El deslizamiento a la “guerra fría”, tal como se confirma por los documentos de archivo y las investigaciones de historiadores objetivos, fue, como mínimo, el proceso bilateral; además, los EE.UU. y Gran Bretaña eran responsables en gran medida de este proceso. La opción que hicieron, basada en las premisas que mayormente no se han justificado, de hecho dio inicio a la creación del nuevo orden mundial bipolar.

La política de la URSS en la segunda mitad de los años 40, a pesar de ser rígida, tenía carácter defensivo en muchos aspectos y, a su modo, consecuente y predecible. Teniendo en cuenta las enseñanzas de la Gran Guerra Patria (1941-1945), estaba apuntada a crear un cinturón de protección de Estados amigos a lo largo de sus fronteras occidentales, a obtener salidas al Océano Mundial y garantizar la máxima profundidad de defensa por el perímetro. Tampoco se puede olvidar que la Unión Soviética, que hizo el aporte decisivo a la victoria sobre la Alemania nazi, hacia finales de la guerra agotó todos sus recursos. Moscú no podía físicamente lanzar ninguna iniciativa de confrontación con los aliados.

Durante la guerra los EE.UU. e Inglaterra aceptaban con tolerancia las exigencias geopolíticas de la URSS, reconocían la legitimidad de sus intereses de seguridad y se atenían al rumbo hacia la integración de la URSS en la comunidad occidental. La victoria cambió drásticamente la actitud de los aliados hacia los intereses soviéticos.

La ocupación conjunta del territorio de Alemania debía seguir siendo principio unificador para los aliados. Pero ello no sucedió. En vez de ello surgió la división ideológica. De otra manera es difícil explicar la consigna anglo-americana de “disuasión” de la Unión Soviética: una estrategia que no simplemente bloqueaba la “expansión” de Moscú sino que tenía por objetivo final de la “guerra fría” destruir el propio sistema soviético.

El factor ideológico, por supuesto, no pudo limitarse a la política exterior. La política de Occidente encaminada a aislar y extenuar la URSS en la carrera de armamentos redundó en privaciones duras para el pueblo soviético y prolongó la vida del sistema estalinista. Las condiciones del “ambiente enemigo” y la amenaza permanente para la seguridad nacional ofrecían razones para establecer control total sobre la sociedad y provocaban la ineficacia económica del sistema. La “guerra fría”, con su militarización y conformismo, le costaron mucho también al pueblo norteamericano, habiendo tergiversado para largo tiempo las prioridades nacionales y las normas de la democracia en aras de combatir la “amenaza externa”. Los conflictos locales de la “guerra fría” se cobraron millones de vidas humanas.

La rivalidad soviético-estadounidense por la influencia mundial, por lo visto, fue inevitable, pero pudo haber adquirido otras formas, menos confrontacionistas y peligrosas. Máxime porque Occidente tenía ventajas sobre la URSS en toda la gama de componentes militares, económicos, científico-técnicos y otros. Por consiguiente, disponía de una mayor libertad de opción pudiendo permitirse una política más moderada con respecto a la URSS. ¿Acaso en el discurso de Winston Churchill no hubo algo de la profecía: la Unión Soviética no pudo amenazar Occidente en aquel entonces, pero en el transcurso de la “guerra fría” halló este potencial? En vez del arreglo político de las discrepancias, tal como reconocería más tarde John Kennan, autor principal de la estrategia de “disuasión”, “de la Unión Soviética se exigía la capitulación incondicional, y aquella era demasiado fuerte para aceptarla”.

“Tras la Segunda Guerra Mundial percibíamos la Rusia estalinista como una fuerza expansionista y agresiva y respondíamos de la manera pertinente –escribía Henry Kissinger–. Reconocemos que, por lo visto, hemos creado la impresión en la parte soviética de que tratábamos de meter la URSS en una posición de pérdidas permanentes. Tampoco comprendíamos bien que las necesidades de la seguridad de una potencia continental difieren notablemente de las necesidades de una potencia rodeada –como la nuestra– por océanos. Nuestra historia, carente de incursiones extranjeras desde 1812, nos hizo insensibles hacia los problemas de un país que sufrió en su propia carne invasiones reiteradas”. El cuadro se completaba con la demonización del rival y la visión del mundo en blanco y negro.

Es imposible dejar de destacar la evidente prisa de las resoluciones anglo-americanas sobre el comienzo de la “guerra fría”. Decisiones tan fundamentales para los destinos del mundo fueron tomadas entre dos potencias y sobre una base muy endeble que resultó ser un factor a corto plazo basado en el monopolio del arma atómica. Pienso que no sólo desde la óptica de hoy se puede caracterizar este enfoque como irresponsable. La evolución de los sucesos, las peripecias de la rivalidad geopolítica y la carrera de armamentos nucleares entre la URSS y los EE.UU. ofrecen para tal evaluación razones más que suficientes. Pero en definitiva el mundo pasó a la distensión, política, por la que bien se podía haber optado ya en los años 1945-1946. Parece que para la distensión fueron muy importantes los vínculos comerciales, económicos y financieros de los EE.UU. con la URSS en el período de posguerra. En Moscú se daban perfecta cuenta de ello. La economía pudo haber ejercido un impacto estabilizador sobre las relaciones políticas. Tras haber promovido varias condiciones políticas, los EE.UU. renunciaron de hecho a las negociaciones sobre las propuestas soviéticas relativas a los créditos que habrían podido ayudar a elaborar una agenda conjunta positiva.

Si bien en Moscú no alimentaban ilusiones especiales, pero esperaban que la confrontación no sería total. De cara a la política de los aliados a Moscú no le quedaba otra cosa que admitir la inevitabilidad de lo que pasó, aunque con su propia “salsa” ideológica.

La historia desconoce convencionalismos. Pero es evidente que la URSS, que había pagado un enorme precio por la victoria común, de cuyos frutos, aunque en diferente medida, se aprovecharon todos, estuviera dispuesta a jugar respetando las reglas y a asumir determinados compromisos. Moscú presentó no pocas pruebas de ello. Habla a favor de esto la propia secuencia de los sucesos, y su desarrollo en Asia dependía, en rigor, de la opción de los EE.UU. dictada por motivos ideológicos. La cooperación bien habría podido generar una política más moderada con respecto a los países de Europa Central y del Este. Sin embargo, la sensación de confrontación en todos los derroteros, la falta de la reciprocidad y de los estímulos para ponerse de acuerdo excluían expresamente semejante opción.

Creo que la renuencia de sacar conclusiones de la “guerra fría”, analizar honrada y críticamente sus efectos es manifestación de la inercia intelectual y psicológica que crea amenaza a las relaciones internacionales en nuestros tiempos. No se trata de la respuesta a la pregunta, que parece trivial, de quién triunfó y quién perdió en la “guerra fría”. Lo principal es que con su finalización han ganado todos, porque se liberaron de sus cadenas.

La “guerra fría” frenaba la ONU siendo, en rigor, una alternativa a la genuina diplomacia multilateral. Prevalecían la disciplina bloquista, la conveniencia política y los intereses de guardar apariencias ideológicas. Estoy convencido de que justamente ahora, terminada la “guerra fría”, puede revelarse completamente el potencial de las Naciones Unidas. Por supuesto, es preciso que se adapte a las condiciones actuales, a lo cual están apuntadas las resoluciones, aprobadas unánimemente, de la Cumbre-2005. Tenemos una base buena, incluidos los principios fundamentales de la Carta de la ONU. Si la ONU había conseguido servir a los intereses de la comunidad mundial en tiempos peores, tanto más la Organización es capaz de hacerlo eficazmente en la actualidad, cuando se asiste a la buena voluntad de todos los Estados.

Actualmente no vale la pena convencer a nadie de que el mundo se topa con una amenaza real de división entre civilizaciones. La generan los terroristas, pero no sólo ellos. Les hacen el juego los extremistas de la otra parte, tal como lo testimonia la “crisis de caricaturas”, como también los enfoques ideologizados de los problemas internacionales en general. Los paralelos directos con la experiencia de la “lucha contra el comunismo”, las consignas que tienen atisbos de islamofobia y las reincidencias de la política de doble rasero en materia de desarrollo democrático y la protección de los derechos humanos inducen a hacer tales interpretaciones.

La lógica de los enfoques ideologizados de los asuntos internacionales se opone directamente a los imperativos de la globalización. Se globalizan no sólo las posibilidades sino también las amenazas. De ahí, la única conclusión: únicamente con los esfuerzos colectivos de la humanidad se puede contrarrestar con eficacia los nuevos retos y amenazas para la seguridad y el desarrollo estable. La indivisibilidad de la seguridad y la prosperidad no nos ofrece una alternativa razonable.

La cuestión de los orígenes y el sentido de la “guerra fría” reviste suma importancia. En este sentido debe haber claridad. Y no hay que cerrar los archivos: sin los documentos auténticos es imposible aclarar las cuestiones que quedan. Rusia está dispuesta a realizar investigaciones conjuntas, enfocando objetivamente la historia (y esas tentativas se emprendían también entonces, al despuntar la “guerra fría”), sus acontecimientos, hechos y fenómenos. Invitamos a ello a nuestros socios internacionales, sobre todo a los antiguos aliados en la lucha contra el nazismo.

Las nuevas condiciones imponen asimismo una nueva forma de liderazgo en el mundo. En Rusia están convencidos de que se deberá optar por un liderazgo responsable con fines de formar criterios comunes con las mayores potencias. Y esto es factible de conseguir, porque en la comunidad internacional existe la respectiva voluntad política. Deberá ser nuestra supertarea común el reforzar los principios colectivos multilaterales en la política mundial.

La “guerra fría” da enseñanzas comunes para todos: carácter nefasto del complejo de infalibilidad y de la aspiración a hacer felices a los demás pueblos contra su voluntad, el peligro de la militarización de las relaciones internacionales y la tentación de apoyarse en los métodos militares para resolver los problemas, en vez de arreglarlos por vía negociada.

Rusia, habiendo salido resueltamente de la “guerra fría”, dejó de ser un Estado imperialista ideologizado. Esta emancipación de las fuerzas y recursos rusos es fructífera para los intereses de Europa y el mundo entero. Rusia halló la libertad de desarrollarse de acuerdo con su destino histórico, es decir, aportar su contribución a la estabilidad internacional y al acuerdo entre las civilizaciones en la fase muy importante de formación de la nueva arquitectura de las relaciones internacionales.

La actual situación en el mundo, a pesar de sus desafíos, difiere radicalmente del período de la “guerra fría”. Pese a las reincidencias de los enfoques antiguos, de todos se hace cada vez más evidente el carácter común de los objetivos que afrontan todos los países. Rusia, EE.UU. y otras naciones colaboran estrechamente en un amplio cúmulo de problemas, tales como la lucha contra el terrorismo y la no proliferación de las armas de exterminio masivo, incluyendo en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el G-8 y en el Consejo Rusia–OTAN. Entre nosotros se establecen lazos comerciales, económicos e inversionistas sentando así los fundamentos de la interdependencia y del interés mutuo que faltaba tanto antes. Resolvemos en común los problemas de la seguridad energética global, la lucha contra las epidemias y la garantía del acceso a la educación moderna. La intelección conjunta de nuestro pasado común no hará sino consolidar la comprensión y confianza mutuas permitiendo superar definitivamente la herencia de la “guerra fría” en la política mundial.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)