Cerca de tres años después del derrocamiento de Sadam Husein, Irak se encuentra al borde de la guerra civil y la desintegración. Las fuerzas sectarias que impulsan este proceso han sido ayudadas para el debilitamiento de las barreras institucionales vitales que detenían la venganza violenta, pero también por una transición política sin fundamento impuesta apresuradamente por los Estados Unidos y que estimula la polarización más que la reconciliación.
El ataque a la mezquita de Samara ilustra dos problemas fundamentales en el Irak actual: la desaparición radical de las instancias del derecho y mantenimiento del orden legal, ocurrida casi al minuto siguiente en que las fuerzas estadounidenses derrocaban a Sadam Husein en abril de 2003. Esto deja el campo libre a un pequeño grupo de extremistas antichiítas que, al tener a los civiles como objetivo, ha creado un impacto mucho más allá de su dimensión real. El sentimiento de abandono que experimenta la comunidad sunita permite a este grupo que la misma le sirva para ocultarse.
Los extremistas pueden mover mucho más fácilmente las cuerdas del odio sectario, pues después del final de la guerra el proceso político en Irak profundizó las divisiones entre los árabes sunitas por una parte, que formaban la mayoría de los cuadros del régimen anterior, y temen ahora ser discriminados, y por otra los árabes chiítas que forman la mayoría de la población y ahora muestran su júbilo por haber podido al fin, tras décadas de opresión, tomar las riendas del poder.
Estados Unidos, que tanto ha invertido en la reconstrucción del país, también ha hecho mucho para acelerar la desintegración. Al imponer una apresurada transición política en una sociedad que tiene aún vivas las heridas después de 30 años de brutalidad extrema y ausencia de proceso político, también estimuló el surgimiento de facciones motivadas únicamente por agendas sectarias y étnicas.
Hay cuatro cosas que deben estimularse para evitar lo peor:
 Los jefes políticos y religiosos iraquíes deben exhortar sin descanso a sus partidarios a no responder mediante la violencia a los ataques que seguirán reproduciéndose.
 Los responsables iraquíes deben formar un gobierno de unidad nacional que verdaderamente represente las diferentes componentes del país y que permita poner en marcha el difícil proceso de cura y construcción nacional.
 Una vez constituido este gobierno, éste deberá revisar la constitución, modificar los artículos que son fuente de división y redactar un texto de unión nacional, como debió haber sido desde el principio. Esto significa evitar el desmembramiento del país mediante el establecimiento de un federalismo administrativo sobre la base de las provincias existentes (con excepción de la región kurda) y de la creación de un sistema equitativo, centralizado e independiente de distribución de los ingresos, presentes y futuros, provenientes del petróleo y el gas.
 Estados Unidos debe continuar brindando su apoyo a la constitución de nuevas fuentes de seguridad iraquíes velando porque éstas no sean sectarias y sí fuente de unidad nacional.
Si estas acciones no son emprendidas rápidamente, el riesgo de guerra civil y desintegración del país es inminente. La comunidad internacional no puede permitir un Estado mal constituido en la región del Golfo. Debe hacer todo lo que esté a su alcance para ayudar a los responsables políticos iraquíes a levantar el país sobre la base de la reconciliación y la unidad.

Fuente
Baltimore Sun (Estados Unidos)

«Preventing Iraq’s disintegration», por Joost Hiltermann, Baltimore Sun, 5 de marzo de 2006.