Pese a los esfuerzos del estado federal mexicano para combatirlos, los narcotraficantes mexicanos ahora son los principales suministradores de drogas en EE.UU., imponiéndose a las mafias colombianas, dominicanas, rusas, israelíes, nigerianas, asiáticas y jamaiquinas; al tiempo que extienden sus tentáculos hacia el Perú para controlar el segundo mayor centro de producción de cocaína del mundo, incluso mediante posibles lazos con Sendero Luminoso. Un profundo trabajo de investigación nos permite ingresar a las entrañas actuales de estos grupos criminales a fin de vislumbrar sus reales potencialidades y debilidades, así como el grave peligro que representan para los países donde proyectan su tenebroso accionar.


“Conoce a tu enemigo tanto como a ti mismo y ni en cien batallas serás derrotado”: Sun Tzu, “El Arte de la Guerra” (siglo V, a. C.).

Investigaciones sobre la estructura y proyección de las mafias del narcotráfico realizadas por agencias antinarcóticos y servicios secretos del Perú, México y Estados Unidos (EE.UU.), identifican a siete principales cárteles de la droga en territorio mexicano, quienes perpetran sus acciones mediante alianzas estratégicas y grupos celulares compartimentados que maniobran con relativa autonomía económica y operacional, utilizando mecanismos y redes clandestinas para el encubrimiento, corrupción, represión e impunidad, infiltrados en diversos niveles del estado federal mexicano.

Claramente las organizaciones del narcotráfico mexicano más poderosas son: el “Cártel de Tijuana” de los hermanos Arellano Félix, el “Cártel de Colima” de los hermanos Amezcua Contreras y el “Cártel de Juárez”, legado de los Carrillo Fuentes; a quienes se añaden, el “Cártel de Sinaloa”, de Joaquín “El Chapo Guzmán” en complicidad con Héctor Luis Palma Salazar, “El Güero Palma”, y el “Cártel del Golfo” comandado por Osiel Cárdenas. Pero estas comunidades criminales, no están completas sin el grupo de Pedro Díaz Parada “El Cacique Oaxaqueño” y el “Cártel del Milenio”de la familia Valencia.

Desentrañando su centro de gravedad

Ahondando en el interior de estas mafias, establezcamos la ubicación geográfica donde maniobran y tienen su centro de gravedad: el Cártel de Tijuana, liderado por Francisco “El Tigrillo” Arellano Félix y Manuel Aguirre Galindo “El Caballo”, se caracteriza por ser uno de los grupos más violentos, y tiene su zona de influencia en Tijuana, Mexicali, Tecate, Ensenada y El Valle, actuando entrelazado con Francisco Cázares Beltrán y miembros de la familia Zatarín, mantiene grupos operativos en los municipios de Mazatlán, Culiacán y la Noria, en Sinaloa; simultáneamente, hay fuertes indicios sobre un pacto soterrado para el tráfico de drogas y el lavado de activos, entre los cárteles de Tijuana y del Golfo.

Por su parte el Cártel de Colima, de los hermanos Amezcua Contreras, señalados como los “Reyes del Éxtasis”, ha consolidado su región de expansión en siete estados: Baja California, Nuevo León, Aguascalientes, Jalisco, Colima, Michoacán y Distrito Federal, teniendo sus principales plataformas de operaciones en Colima, Tijuana, Guadalajara y Apatzingán; destacando entre sus pares, por los numerosos “laboratorios” clandestinos que posee y su eficaz método para la fabricación de drogas sintéticas mediante la importación masiva e ilegal de seudoefedrina, efedrina y fenilpropanolamina, cuya venta como insumos farmacéuticos recién está siendo controlada en México.

En lo concerniente al Cártel de Juárez -herencia de Amado Carrillo Fuentes, “El señor de los cielos”, fallecido en 1997 durante una cirugía estética, y de Ismael “El Mayo” Zambada (encarcelado pero aún activo); sigue como la organización con mayor capacidad y flexibilidad operativa en México, gracias a que no sólo se dedica al trasiego de cocaína y marihuana, sino también facilita el traslado de heroína por sus territorios de influencia a cambio de cuotas de estupefacientes; conservando un férreo dominio en 21 estados: Chihuahua, Sonora, Coahuila, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Nuevo León y Tamaulipas; también en Jalisco, Michoacán, Querétaro, Morelos, Distrito Federal, Puebla, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.

Aunque siete de sus líderes fueron apresados, el grupo de los Carrillo Fuentes sobresale gracias a la habilidad para el lavado de activos, por medio de la compra y venta de hoteles, casinos, constructoras, casas de cambio de divisas, gasolineras, líneas aéreas, cadenas de farmacias, entre otros, sin dejar de estrechar nexos con organizaciones independientes, como la de Juan y Héctor Beltrán Leyva, ”Los Caballeros” e Ignacio Coronel, unido a células colombianas y peruanas, teniendo como eficaz operador al experimentado capo Juan Esparragoza Moreno, “El Azul”.

Se conoce que sus cabecillas se movilizan desde Ciudad Juárez, Ojinaga, Culiacán, Monterrey, Distrito Federal, Cuernavaca, Guadalajara y los balnearios de Cancún y Acapulco. Gracias a su alianza con los cárteles de los Valencia y de Sinaloa, el Cártel de Juárez afianza su teatro de operaciones en Durango, Sinaloa, Guerrero y Michoacán, donde cultiva marihuana y amapola (insumo de la heroína), las dos únicas drogas de origen natural que produce México, ya que la cocaína se importa desde Sudamérica.

A su turno, el Cártel de Sinaloa, de “El Chapo Guzmán” o Joaquín Guzmán Loera, acciona en 17 estados mexicanos: Baja California, Sonora, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Nayarit, Nuevo León, Tamaulipas, Jalisco, Colima, Guanajuato, México, Morelos, Distrito Federal, Guerrero, Chiapas y Quintana Roo. Usando como centros de comando las ciudades de Tepic, Nayarit, Distrito Federal, Cuatlitlán y Toluca.

En rumbo de colisión

La peligrosidad de “El Chapo Guzmán” se patentizó cuando ordenó la tristemente célebre balacera en la discoteca “Christine”, el homicidio del Cardenal Posadas Ocampo, la ejecución de Rodolfo Carrillo Fuentes (capo del Cártel de Juárez), y al protagonizar en el 2001, una fuga espectacular desde el penal de máxima seguridad de Puente Grande (Jalisco); además su organización tiene fuertes lazos con las mafias colombianas, y hace poco, se descubrió que el ex Director de la Coordinación de Giras del Presidente Vicente Fox, Nahum Acosta, filtraba información al Cártel de Sinaloa.

Dicho escenario del narcotráfico incluye otro temido actor: el Cártel del Golfo, liderado por Osiel Cárdenas Guillén “El Mataamigos”, funciona con un brazo paramilitar de sicarios integrado por desertores del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales del Ejército mexicano, “Los Zetas”, y por ex-comandos de elite del Ejército de Guatemala, “Los Kaibiles”; quienes actúan de manera muy violenta al perpetrar ajustes de cuentas o al hacer respetar sus ámbitos de influencia, frente a las arremetidas de otros cárteles.

El Cártel del Golfo tiene sus dominios en Nuevo Laredo, Matamoros, Reynosa y Miguel Alemán en Tamaulipas, así como Morelia en Michoacán. Aunque Osiel Cárdenas está preso desde marzo del 2003, informes de inteligencia afirman que continúa manejando su organización desde el Penal de La Palma (México), con la ayuda de su hermano Ezequiel Cárdenas Guillén.

De otro lado, la mafia de Pedro Díaz Parada “El Cacique Oaxaqueño”, es a la fecha, la más grande productora y traficante de marihuana en la zona del Istmo de Oaxaca, sin que por ello haya descuidado el contrabando de cocaína. Su territorio criminal abarca siete estados: Chihuahua, Durango, Tamaulipas, Distrito Federal, Veracruz, Oaxaca y Chiapas; teniendo sus pilares más importantes en Santa María Zoquitlán en Oaxaca y Arriaga en Chiapas.

El Cártel del Milenio o Cártel del Aguacate, encabezado por Armando Valencia “El Maradona”-actualmente preso- y su primo Luis, a quien se recuerda por ordenar el asesinato de su otro primo, el capo Rodolfo Valencia Contreras; demuestra un gran dinamismo y mucho potencial para dejar de ser una banda menor y robustecer sus dominios en Nuevo León, Tamaulipas, Jalisco, Colima, Michoacán y Distrito Federal, siempre desde su cuartel general ubicado en Guadalajara, capital de Jalisco.

A esta lista negra, se añade el Cártel de Chihuahua o Cártel de los Arriola, dirigido por los hermanos Óscar Arriola Márquez (capturado en enero del 2006), Miguel y Luis Arriola Márquez (presos desde el 2004), cuyo epicentro se encuentra en Saucillo, estado de Chihuahua, Coahuila y Nuevo León. Este grupo -que está ligado con el Cártel de Sinaloa y con el de Juárez- es muy proclive a lavar activos mediante gasolineras, distribuidoras de alimentos, constructoras, tiendas de automóviles y procesadoras de ganado en México y EE.UU. Igualmente, se dedica al trasiego, comercialización y distribución de droga en Colombia, Venezuela y EE.UU. utilizando a México como base operativa.

Otros rasgos del monstruo

Una precisión: hasta fines del 2005, los narcotraficantes en la frontera de Nuevo Laredo, pagaban 280 dólares por transportar un kilo de heroína; 180 de cocaína; 110 de metanfetaminas y sólo 12 dólares por el Kilo de marihuana. Es que para esta hierba prefieren los camiones: el paquete pesa unos 9 kilos y colocado en EE.UU. vale 25 mil dólares, por ello suelen traficar entre 1 y 5 toneladas de marihuana.

Si la marihuana es llevada en automóvil se paga mejor al “burro”: 58 dólares por kilo en lugar de los 12 si es en camión, debido al riesgo de ser descubierta. De todas maneras los camiones son los más detectados, principalmente por el Ejército: el 90% de esos vehículos revisados en el 2005, traían droga. A su vez, el 60% de los autos contenía estupefacientes. Del mismo modo, se paga más por el contrabando de drogas químicas y naturales en la costa del Océano Pacífico y menos por la del Golfo mexicano. Pero el pago aumenta mucho si el transporte es por aire o mar. El motivo: los envíos son mayores.

Otro detalle revelador: en el estado de México, sede del Distrito Federal, las mafias han establecido sus reales en la zona oriente: Netzahuatcóyotl, Chimalhuacán, Ecatepec y en Iztapalapa, donde el control del tráfico de drogas fue durante mucho tiempo liderado por Patricia Buendía, “Ma’Baker”, y a pesar que ella y su sucesor Carlos Morales, ya fueron apresados, los narcotraficantes al menudeo siguen obteniendo ingentes ganancias con gran impunidad.

En verdad, el corredor de Ecatepec, que incluye parte de las circunscripciones de la capital mexicana: Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza, es dominado por las mafias rusa, colombiana y nigeriana, quienes han incursionado además en la prostitución, contrabando y piratería, junto al tráfico de personas y armas, teniendo al barrio de Tepito como zona de contactos donde se mueven con mucha libertad.

En simultáneo, la península de Yucatán es considerado el territorio más usado para el arribo de cargamentos de cocaína, esencialmente procedentes de Colombia y Centroamérica. Sobre las playas de Quintana Roo se desembarca continuamente alijos de droga colombiana. La ruta para el paso de estupefacientes va desde la frontera con Belice hasta las costas de Yucatán, donde los narco-aviones aterrizan en zonas planas de Yucatán y Campeche. Incluso algunos servicios secretos sospechan que desde esta región operaría Diego Montoya Sánchez “Don Diego”, actual jefe del Cártel Valle del Norte (Colombia) y el narcotraficante colombiano más buscado por la Interpol y EE.UU.

Una frontera caliente y porosa

Marcada por un rudo clima desértico, geografía agreste, el río Bravo y escasa población al sureste estadounidense, como parte de una frontera binacional que se prolonga desde el Océano Pacífico hasta el Golfo de México a través de unos 3,379 kilómetros; la región limítrofe entre México y EE.UU. ofrece un contexto ideal para las actividades ilegales, rebasando a los 33 puntos de cruce legítimo.

Sin duda, la lucha conjunta antinarcóticos de México y EE.UU. es una labor titánica, dado que la frontera binacional es una de las más activas del mundo: estadísticas oficiales indican que cada año, 90 millones de vehículos privados, 4.4 millones de camiones y 48 millones de peatones cruzan de México hacia EE.UU., y otros 1.1 millones son capturados tratando de ingresar ilegalmente. Sólo en Ciudad Juárez (México) la población crece en 50 mil personas por año, dado que la frontera Juárez-El Paso (Texas), recibe los impactos más fuertes del flujo migratorio interno mexicano.

Este turbio escenario se confirma con la presencia del Alcalde de Tijuana (México): el mexicano Jorge Hank Rhon, uno de los hombres más ricos (tendría unos mil millones de dólares, según la revista Forbes) y atosigados de escándalos en México; propietario del hotel y centro comercial Pueblo Amigo, Hank lidera el Grupo Caliente, un imperio de centros de juego y diversión que abarca el hipódromo de Agua Caliente en Tijuana, y una cadena clandestina de casas de apuesta en todo México.

Para colmo, Hank es uno de los más importantes contrabandistas de animales exóticos en peligro de extinción y diversos círculos lo acusan públicamente de tener relaciones con el Cártel de Tijuana e incluso haber ordenado asesinatos de periodistas. Como era de esperarse con estos antecedentes, durante su gestión edil iniciada en el 2004, la violencia y el narcotráfico en Tijuana y ciudades aledañas alcanza niveles nunca vistos.

Próspera y maléfica empresa

Los cárteles mexicanos ya ocuparon el primer lugar como suministradores de drogas ilegales a EE.UU., imponiéndose a los colombianos, dominicanos, rusos, israelíes, nigerianos, asiáticos y jamaiquinos: proveen el 92% de la cocaína, son los segundos abastecedores de heroína, los principales surtidores de marihuana y están cada vez más implicados en la producción de drogas sintéticas.

El papel de México como centro del narcotráfico estuvo creciendo desde hace diez años, pero su control del comercio de drogas (más de 50 mil millones de dólares anuales en México) exhibe una fuerte tendencia a consolidarse, generando un panorama siniestro, donde las organizaciones delictivas han desatado una ola de violencia sin precedentes a nivel nacional y especialmente en las ciudades fronterizas, disputándose los corredores de introducción y trasiego de drogas que van desde la frontera sur en Oaxaca y Chiapas pasando por la costa del golfo de México hacia Tamaulipas y la frontera con los EE.UU.

Las mafias mexicanas obtienen drogas desde varios países sudamericanos, habiéndose especializado primero sólo en las redes de distribución y comercialización, ahora tienden a fomentar y controlar la producción y el traslado/recepción desde el Perú o Bolivia y otros puntos intermedios, con la intención de dominar todo el narco-proceso, recibiendo para ello asesoría de la mafia rusa, israelí y estadounidense.

Un detalle actual que contradice la retórica optimista oficial: en el documento “Estrategia Nacional Contra las Drogas”, expuesto en febrero del 2006, por la Oficina Nacional de Políticas Contra las Drogas de EE.UU. ante el Congreso de su país, se admite que los cárteles mexicanos, logran ganancias superiores a los 13 mil 800 millones de dólares cada año por la venta de droga en EE.UU., correspondiendo 8 mil 500 millones de esa cifra, al tráfico de marihuana.

Constituyéndose esta última droga, en la fuente primaria de utilidades para las mafias mexicanas, superando a las ganancias potenciales que obtienen del tráfico de cocaína, heroína y drogas sintéticas, de manera conjunta. En definitiva, unas 5.000 toneladas de marihuana, 300 toneladas de cocaína, 10 toneladas de heroína y 12 de metanfetaminas, son introducidas cada año por los narcotraficantes mexicanos a territorio de EE.UU., siendo los cárteles de Juárez, Tijuana, Sinaloa y del Golfo, los de mayor poderío.

Nueva fuerza letal

Certificando esta trayectoria dominante, el informe: “Evaluación de la Amenaza Nacional del Narcotráfico”, entregado en enero del 2006 al Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. en base a investigaciones de la CIA, Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa, la DEA y el Departamento de Seguridad Interna, entre otras agencias; concluye que “los cárteles mexicanos se han convertido y permanecerán en el futuro previsible como el grupo más poderoso, particularmente en la distribución de cocaína, marihuana y metanfetaminas”.

En esa línea y partiendo de sus bases de operaciones en México, los cárteles han robustecido y expandido su accionar en las zonas centro-oeste, en los grandes lagos y el noreste: Los Angeles, San Francisco, San Diego, Las Vegas, Seattle, Nueva York, Chicago, Miami, Tampa, Dallas, Houston, Kansas City, Oklahoma City, Detroit, Atlanta, Birmingham, Little Rock y Honolulu entre otras 100 ciudades.

Complicando todavía más el tema, surge el involucramiento entre las mafias mexicanas de las drogas y las reservas indias de EE.UU. en la frontera con Canadá, según se desprende de una pesquisa del diario The New York Times, en el 2006. Resulta que los narcotraficantes y contrabandistas de armas y personas, han abierto un enorme “hoyo negro”, a través de las tierras de los indios Mohawk; con lo cual, en el caso de la frontera canadiense, las drogas van al sur, mientras las armas van al norte; y en el caso de la frontera mexicana, las armas y dinero van al sur y las drogas al norte.

Logros insuficientes y cifras alarmantes

Pese a este dramático escenario, la administración Bush asegura en su informe sobre la lucha contra las drogas revelado en febrero del 2006, que su homólogo mexicano ha demostrado una firme decisión política para combatir el narcotráfico y otros delitos transfronterizos graves. Claro que esta afirmación ha sido rebatida por varios organismos independientes y serios, que analizan la evolución del narcotráfico regional y mundial, argumentando que está plagado de inexactitudes y manipulado por consideraciones políticas.

Sin embargo, durante el régimen de Fox varios entes dedicados a luchar contra el tráfico de drogas, han mejorado su accionar y capacidad de análisis: como la Agencia Federal de Investigación, y el Centro de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia; también el Ejército y la Procuraduría General de la República (PGR), alcanzando logros trascendentes aunque insuficientes. Entre el 2004 y 2006, capturaron a seis capos de diferentes cárteles: los hermanos Arellano Félix, Ismael Zambada, Osiel Cárdenas, Óscar Arriola Márquez y al guatemalteco Otto Herrera García (se fugó del Reclusorio Sur, en mayo de 2005).

En simultáneo, la libertad de acción de los cabecillas presos trasluce la corrupción reinante en la capa intermedia de autoridades, incluidos los directores de los penales que son cooptados por los delincuentes, sin que las autoridades federales puedan impedirlo; permitiendo que una elevada cantidad de los crímenes que vienen ejecutando las mafias del narcotráfico (el 2005 dejaron más de 1.500 muertos a nivel nacional) fueran planificados y ordenados desde las cárceles, poniendo al descubierto la ineficacia del plan “México Seguro”, implementado por el gobierno para contener la violencia y el narcotráfico.

“A la prensa: plata o plomo”

Tan cruda es la realidad, que entre los medios de comunicación mexicanos, nadie desea ingresar a la fúnebre relación de 17 periodistas que, durante la administración Fox, han sido asesinados o desaparecidos, a manos del narcotráfico y del crimen organizado. Los ataques contra la prensa abarcan desde Tijuana hasta Acapulco, llegando a crear temor en ciudades que antes eran ajenas al fenómeno, como México D.F.

Crece la sensación, que los narcotraficantes desean fijar una regla maligna: “a la prensa, plata o plomo”. A raíz de ello y ante la impotencia o desidia del gobierno federal y gobiernos locales para impedir o castigar los crímenes contra los periodistas, muchos medios ya no realizan investigaciones sobre el narcotráfico y se limitan a difundir las informaciones oficiales al respecto. Para algunos, el recrudecimiento de los ataques en perjuicio de la prensa, estaría logrando su objetivo de silenciar o la autocensura en diversos medios, allanando a los narcotraficantes un proceder con mayor impunidad.

Desde otro plano, gracias a las evaluaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Obrera de México, se conoce que el narcotráfico es el principal empleador, y absorbe más mano de obra que el monopolio estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) y la transnacional americana Wal-Mart juntos: mientras en Pemex laboran unas 90 mil personas y en Wal-Mart 100 mil, a la par, el “negocio” del tráfico de drogas emplea y subemplea en México a unas 250 mil personas.

Paralelamente, el costo por la inseguridad en México se estima en 108 mil millones de dólares anuales, equivalentes al 15% del PBI, y en México D.F. esa cifra llega a 19 mil millones; los cálculos del Instituto Mexicano para la Competitividad, incluyen gastos en vigilancia privada, monto de lo robado, seguros, inversiones truncas y la afectación al consumo y el trabajo. A su turno, un estudio del Senado de Francia revela que el narcotráfico en México representa el 9% del PBI mexicano.

Pese a todo ello, al final de la gestión de Fox y como parte del “Plan Azteca”, instrumento rector de la lucha contra el narcotráfico, el Ejército erradicó 127 mil 756 hectáreas de marihuana y 77 mil hectáreas de amapola; desmanteló 3 mil 957 pistas de aterrizaje, 2 mil 137 campamentos, y la PGR capturó a 64 mil presuntos delincuentes al servicio del narcotráfico. Por último, aunque en el 2005 se decomisaron 30 toneladas de cocaína, 330 kilogramos de heroína, 887 kilos de metanfetaminas, mil 760 toneladas de marihuana y 280 kilos de goma de opio, el poder de los cárteles del narcotráfico se profundiza en México y sus tentáculos se extienden con fuerza hacia otros países.

La conexión peruana

Varias pesquisas sindican como uno de los responsables del incremento de la influencia del narcotráfico mexicano en Perú y Bolivia, a un cabecilla del Cártel de Juárez todavía prófugo, Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul” (por el color de su piel), con 57 años de los cuales 30 ha dedicado al tráfico de drogas. Esparragoza muestra gran capacidad para tejer relaciones y coordinar acciones criminales con capos de diversos cárteles mexicanos, así como para ejecutar venganzas y comprar la lealtad de influyentes jefes policiales, jueces y funcionarios gubernamentales.

En los años noventa, Esparragoza Moreno intentó conformar la “Federación Mexicana del Narcotráfico”, bautizada como “La Paz del Norte”, pretendiendo realizar un “control de daños”, luego de los asesinatos del cardenal Juan Posadas Ocampo, del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y del priísta José Ruiz Massieu, ya que dichos crímenes pusieron los reflectores internacionales sobre las organizaciones del narcotráfico mexicanas, dificultando sus actividades. Ahora estaría empeñado en la nueva misión de consolidar la proyección de los cárteles mexicanos en dos de los más importantes centros mundiales de producción de cocaína: el Perú y Bolivia.

Echando raíces en el Perú

Los rastros más notorios de una fuerte presencia de los cárteles mexicanos en el Perú, se remontan al año 1995 cuando se capturó en Piura, a la banda peruana “Los Norteños”, intentando sacar por el puerto de Paita (Piura) unas 3,5 toneladas de cocaína hacia territorio mexicano (al ser capturado el cabecilla peruano de esta mafia, confesó sus nexos con los capos mexicanos). En los años sucesivos, se produjeron confiscaciones similares en otros puertos norteños peruanos, comprobándose que los destinatarios/clientes, también eran narcotraficantes mexicanos. Un hecho adicional confirmó este rumbo: durante el 2005, por primera vez se capturó en el Perú, a 120 mexicanos traficando droga para los cárteles de su país.

Otro hecho de suma importancia: en el Perú la producción potencial de cocaína alcanzó en el 2005, las 140 toneladas, siendo decomisadas por las fuerzas del orden apenas 11 de ellas, mientras todo indica que entre 70 y 80 toneladas estarían siendo compradas por los cárteles mexicanos de: Juárez, Tijuana, Sinaloa y del Golfo, quedando el resto de cocaína para el consumo interno y para ser “exportadas” por otras organizaciones del narcotráfico.

Sin duda materia prima no les faltará, pues la ONU calcula que hasta el 2005, en el Perú existían 53.900 hectáreas de hoja de coca, de las cuales sólo se usan 9 mil para el consumo tradicional, medicinal y comercial; la diferencia está disponible para que los traficantes de drogas produzcan cocaína, ante la falta de suficientes programas viables de sustitución de cultivos ilegales.

En consecuencia, los cárteles mexicanos orientan los máximos esfuerzos para afianzar su dominio en los selváticos valles del Alto Huallaga y del Río Apurímac - Ene entre las andinas ciudades de Ayacucho, Cuzco y Apurímac, donde adquieren cocaína de alta pureza, siendo altamente probable que además hayan establecido nexos de cooperación con remanentes del grupo terrorista Sendero Luminoso (SL), dado que comparten los mismos territorios de sembríos de hoja de coca ilegal y producción de cocaína; eso explicaría en parte, por qué en los últimos meses SL asesinó a 13 policías en la zona.

Igualmente, aparecen serios indicios que en San Gabán (Puno), cerca de la frontera con Bolivia, las mafias mexicanas habrían promovido el sembrío de unas 3.500 hectáreas de hojas de coca frente a las 400 hectáreas que existían en el 2004, y también estarían tras la propagación de cultivos ilícitos en Parques Nacionales como: Tingo María, Manu, Bahuaja Sonene, Cordillera Azul, Otishi, Tabaconas y Yanachaga-Chemillén.

Todo esto ocurre en un clima particular: el Perú dio un salto cualitativo en el narcotráfico, mientras hasta la década de los noventa era productor de pasta básica de cocaína que vendía a los colombianos, hoy produce cocaína, debido entre otros motivos, al “efecto globo” por la aplicación del Plan Colombia y la consiguiente reducción en la oferta colombiana. Peor aún, informes oficiales confirman el aumento de los cultivos de coca en el Perú, evidenciando así la ausencia de una política de Estado que enfrente de manera eficaz un problema con muchas aristas.

En el reino del espanto

Los narcotraficantes mexicanos emplean el siguiente modus operandi en el Perú: luego de asegurarse que la droga por la que han pagado sea conducida desde la selva hasta la costa, utilizan los puertos norteños peruanos de Chimbote (Ancash), Salaverry (La Libertad) y principalmente el puerto de Paita en Piura, donde alquilan o compran a través de testaferros, medianas embarcaciones pesqueras dedicadas a acopiar y trasladar los cargamentos de droga hacia alta mar, para luego ser transbordados a narco-buques de mayor calado que llevarán la droga por el Océano Pacífico hacia Centroamérica, Norteamérica, Europa y Asia.

Sobre el particular, agencias antinarcóticos extranjeras siguen la pista de una probable gran mafia del narcotráfico peruano que en coordinación con sus pares mexicanas, se habría aliado para el contrabando de drogas, con empresas formales exportadoras de harina de pescado y otros productos hidrobiológicos (el 2005 se encontró cocaína en paquetes congelados de pescado y en marzo del 2006, en latas de atún), aprovechando que dicho sector atraviesa por una etapa de gran dinamismo. En este esquema, adicionalmente participarían empresas que poseen flotas de camiones, buses de pasajeros y cisternas, para llevar la droga de la selva hacia la costa y abastecer de insumos químicos a los narcotraficantes.

Desde esa perspectiva, surge una profunda inquietud por la posibilidad que los narcotraficantes mexicanos incrementen el lavado de activos y el contrabando de drogas sacando provecho de manera perversa de un nuevo entorno respecto al Perú y México: en los últimos años el Perú se ha convertido en el tercer destino para las inversiones mexicanas en Sudamérica, después de Argentina y Brasil. A su vez, la Unidad de Inteligencia Financiera del Perú, advierte que el narcotráfico introduce en el sistema financiero peruano unos 380 millones de dólares anuales, de un total de dos mil millones de dólares lavados cada año.

En paralelo, la balanza comercial peruano-mexicana ha crecido rápidamente hasta llegar a los 500 millones de dólares anuales, y en otro plano, desde febrero del 2006 la empresa AeroMéxico realiza vuelos diarios nocturnos en la ruta Lima-México D.F., pudiendo transportar más de 100 pasajeros en cada vuelo, de los cuales en promedio, el 50% se queda en México, un 35% continúa viaje hacia EE.UU. y un 15% sigue a Europa, es decir, las mismas rutas usadas por los narcomensajeros o “burros” transportadores de droga al servicio de las mafias mexicanas.

Acentuando esta circunstancia favorable para el narcotráfico mexicano, en el Poder Judicial peruano el extendido fenómeno de la corrupción constituye una vulnerabilidad de carácter estructural; mientras que la Policía Nacional en general y las unidades antinarcóticos en particular, padecen una aguda carencia de recursos que las hace presa de la corrupción, y pese a sus esfuerzos, les niega la capacidad para desarticular una mayor cantidad de organizaciones del narcotráfico e incautar un volumen superior de drogas. Se ha caído en esta situación, por que el Estado peruano destina únicamente 140 millones de dólares anuales contra el narcotráfico, siendo la mayor parte de esta suma, ayuda externa.

¿Socio de las mafias mexicanas?

Una indagación basada en el documento: “Séptima actualización de personas identificadas por la Policía Nacional, el Ministerio Público y los servicios secretos del Perú, como cabecillas de organizaciones del narcotráfico y otros delitos conexos a nivel nacional e internacional”, publicada por el diario El Comercio de Lima en febrero del 2006, sindica a Miguel Arévalo Ramírez -peruano residente en Weston, Florida (EE.UU.)- como el jefe de una mafia que traficaría entre 15 y 20 toneladas de cocaína anuales desde el Perú hacia México, mediante los puertos costeros peruanos.

Según el informe, Arévalo Ramírez, de 42 años y nacido en Tocache, Perú (por mucho tiempo emporio selvático del narcotráfico) traficaría drogas desde los 17 años, bajo el seudónimo de “Eteco”. Del mismo modo, habría estado asociado con el narcotraficante colombiano Vicente Rivera Ramos “Vicentico” (preso en Colombia) y está casado con Magda Ruiz Fonseca, cuyos hermanos fueron encarcelados tras ser sorprendidos junto a dos colombianos, con 500 kilos de cocaína durante enero del 2003, en Chiclayo, Perú.

Pájaro de alto vuelo

Arévalo Ramírez igualmente, es propietario de la aerolínea Atlantic Airlines, que opera una flota de 30 aviones, cada uno capaz de transportar entre 20 y 50 pasajeros en Honduras (Tegucigalpa, San Pedro de Sula, La Ceiba, Puerto Lempira, Roatán, Guanaja y Utila), y en Nicaragua (vuela a Bluefields, Corn Island y Puerto Cabezas); pero la compañía además posee siete aviones Boeing 737, dos de los cuales alquila a la aerolínea peruana Star Perú, mientras pretendería gestionar una autorización para operar en EE.UU.

Por consiguiente, este presunto cabecilla peruano, cuyo padre y hermanos registran en Lima tres empresas sospechosas en rubros como: turismo, comercialización de alimentos y aviación, es considerado un “objetivo primordial del año 2006” por las entidades antinarcóticos peruanas y su actuación corroboraría los vínculos que han establecido las mafias del narcotráfico de México y el Perú.

Reflexión final

A pesar de los esfuerzos del estado federal mexicano para combatir el narcotráfico, los cárteles de su país no sólo han pasado a ser en EE.UU. los mayores proveedores de cocaína, segundos traficantes de heroína, los principales surtidores de marihuana y cada vez se implican más en la venta de drogas sintéticas; sino que también, en el camino se impusieron a las otras mafias de las drogas en EE.UU. y ahora pretenden controlar la producción y el traslado de cocaína directamente desde el Perú, donde ante la falta de una agresiva estrategia integral antinarcóticos, es posible que los cárteles mexicanos afiancen lazos con los remanentes terroristas de Sendero Luminoso, haciendo recrudecer la violencia en las zonas productoras de coca-cocaína e incrementando el narcotráfico y los delitos conexos en el Perú.

Por otra parte, de los siete mayores cárteles que operan en México, el de Juárez ha sido el más golpeado en su estructura principal con la captura de siete dirigentes; por el contrario, la organización de Díaz Parada, que opera desde Oaxaca, no ha registrado la captura de cabecillas en los seis años del gobierno de Fox; entre tanto, las mafias han desatado una ola de violencia particularmente en las ciudades fronterizas, disputándose los corredores de introducción y trasiego de drogas hacia EE.UU., evidenciando con ello, la ausencia de una estrategia eficaz de seguridad pública.

Finalmente, de continuar esta tendencia sin que el estado federal mexicano adopte mecanismos efectivos para prevenir la reactivación de los sembríos de amapola y marihuana, es altamente probable que México se convierta en un consumidor importante de drogas, con el consiguiente aumento de la inseguridad ciudadana, mientras las mafias del narcotráfico tienden a lograr mayores espacios de poder para facilitar sus actividades, infiltrando y corrompiendo más organismos del estado federal y de las regiones, socavando gravemente la gobernabilidad.