Decíame ha poco un hombre sabio: ¿en qué universidad del Perú se forma a los futuros funcionarios del aparato estatal? Convine, pesaroso, en admitir que en nuestro país NO hay ni una academia que prepare a los burócratas y a los hombres sobre los que el Estado tendrá que asentar una maquinaria nacional, nacionalista y patriótica. ¿Alguno de los candidatos dijo una sílaba sobre el particular? ¡Bah! Words, words, words, apuntó sarcástico, alguna vez, George Bernard Shaw.

No extraña pues que en decenios de vida republicana nuestra burocracia ha consistido en piquetes de parásitos, vividores especializados en inventar gastos y repartir sinecuras y son opositores permanentes a cualquier ley que altere el status quo que es, sin duda alguna, el arte de cómo robarle a 26 millones de peruanos que todo lo pagan, todo lo sufren y nunca tienen justicia. No es honrado aquel que no roba pero que ante la evidencia de maromas delictivas, no hace nada por ponerles coto o término. La complicidad también es parte del engranaje de la corrupción ambiente.

Por eso en Perú cualquier imbécil se convierte, por la fábrica de los medios de comunicación, en “líder, jurista, analista, politólogo, formador de opinión, estratega, internacionalista”, cuando apenas si puede subir una escalera y sumar un par de dígitos sin sufrir embolia cerebral. La perversa usina mediática ha llenado de pandillas de estos individuos la vida nacional y son los mismos que se pasean por todas las radioemisoras, canales de televisión o periódicos. El 95% carece de visión u horizonte de Estado, son lenguaraces, aventureros, pobres diablos que pululan en la miasma misérrima de la política criolla.

Un Estado y su gobierno que se precien de entender el problema nacional y la tara que constituye carecer de universidades que formen a los hombres y mujeres de Estado, deberían, con audacia de gigantes y ambición de pioneros, lograr préstamos o inversiones masivas para reorganizar las universidades nacionales y convertirlas en genuinas y muy dinámicas canteras de los líderes del futuro. Además, uno de los requisitos del porvenir, para cualquiera que desee trabajar y rendir para el Estado, debería ser provenir de alguna de estas universidades ¡precisamente! del Estado.

Quienes estudien en estas universidades, sin excepción, tendrán que firmar un compromiso con pena de cárcel si hay incumplimiento, que sus primeros años profesionales tendrán que ser en servicio del Perú desde las entidades estatales que otorgarán buenos sueldos y fomentarán una mística de honestidad y limpieza en el ejercicio de la cosa pública.

Sé de muy buena fuente, que en ciertas reparticiones estatales hasta los rollos de papel higiénico de burócratas y allegados, se pasan entre las necesidades logísticas del personal y así abultan los presupuestos y se roba al Estado bajo caparazones cuyos guarismos de sumas y restas cuadran matemáticamente. Pero ¡no hay crimen perfecto! Las auditorías tendrán que ser ultra-exigentes y si hay responsabilidad, que se bote a la calle a los responsables o que se los haga limpiar baños o arreglar jardines, pero todos con su fotocheck para que sean identificados en público como escarmiento.

Mientras que los gobiernos se sucedan, unos a otros, con la pesadísima carga de parientes y familias cuyas ramificaciones han copado el aparato estatal, no vamos a ninguna parte. ¡Me equivoco, sí caminamos, pero hacia el despeñadero eterno y desesperanzado que ha sido, es hoy y seguirá, de no corregirse, siendo el futuro del Perú!

Tenemos que impulsar la versión moderna que predica que los hombres de Estado son fruto de la inversión que éste hace en su preparación y adiestramiento intensivo y dedicado. Los forajidos, farsantes, delincuentes, capaces no sólo de vender a sus madres sino hasta de negociar el precio, abundan, desde siempre en Perú. Es imperativo preguntarse si ¿no es hora de poner, con energía fusiladora, fin a esta tara y perversión tan acríticamente aceptada por decenios?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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