Autor: Fidel Cano Correa

Director de El Espectador. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2006

Correo de contacto: fidelcano@elespectador.com

“¿Cómo pueden contribuir los medios de comunicación masivos a la gobernabilidad en América Latina?” fue la pregunta que condujo el panel sobre Medios de comunicación y democracia en el marco del seminario internacional ‘Democracia y Economía Global en América Latina’ organizado porla Fundación Agenda Colombia, el Banco de la República y Compensar el pasado 27 de septiembre. A continuación presentamos la ponencia de Fidel Cano, director de El Espectador.


Permítanme dividir esas “contribuciones” en las que considero inherentes al periodismo y las que, si bien pueden tener efectos sobre la gobernabilidad, no hacen parte de la propia naturaleza del ejercicio periodístico.

El primer punto dentro de estos primeros, inherentes al periodismo, y también el más obvio, es el de fiscalización, el de veeduría, el watchdog tradicional. Unos medios que supervisan y tienen el ojo avizor sobre los gobiernos, contribuyen a que exista gobernabilidad, a que se den las condiciones para que ésta sea posible y vaya por un buen cauce. Por supuesto, si hablamos de América Latina, tenemos que partir de una débil capacidad institucional que el periodismo puede y debe aliviar mediante esa función fiscalizadora. Claro está que esa misma carencia institucional requiere de un ejercicio periodístico muy responsable, porque de lo contrario puede caer en la tentación de suplir las instituciones y entonces el daño sería mucho mayor.

La otra contribución de los medios de comunicación al fortalecimiento de la gobernabilidad, y en mi concepto la más importante, es su capacidad de promover el diálogo y el debate en la sociedad. Una sociedad sin diálogo ni debate, hace imposible la gobernabilidad; Y los medios son el escenario por naturaleza donde es posible dialogar y debatir. Sobre todo si hablamos de América Latina, con todos esos procesos de cambio que todavía no acabamos de comprender, ni sabemos qué destino tendrán, las amenazas que recaen sobre ese diálogo y ese debate son muy grandes. De manera que en ese sentido creo que los medios de comunicación tienen un papel preponderante para jugar a favor de la gobernabilidad en América Latina como el escenario ideal donde se muevan las ideas.

Más allá de esas dos, sinceramente no veo contribuciones que sean inherentes al papel de los medios en una sociedad. El periodismo está para informar, para revelar lo que alguien intenta ocultar, para mover ideas y opiniones; pero cuando se le empieza a cargar de responsabilidades adicionales se corre el peligro de desvirtuar su función principal. Claro, hay otras funciones que la disciplina puede, si quiere, cumplir dentro de una sociedad democrática, pero que no se le deben imponer como responsabilidades propias de ella.

Cuando se habla de la contribución de los medios a la gobernabilidad, en muchas ocasiones, por ejemplo, se les pretende cargar el compromiso de que los programas de gobierno funcionen, como si fueran parte del éste, como si sus metas fueran las nuestras. Y en ocasiones también, el periodismo intenta amortiguar su creciente mala imagen cayendo en ese mismo juego. Eso suena bonito: gobernantes y medios de comunicación unidos en un mismo propósito. Pero frente a esa tendencia, o a esa tentación más bien, solamente diría: mucho cuidado porque eso en apariencia podría lucir como una contribución a la gobernabilidad y en realidad pone en peligro la función misma del periodismo y termina siendo nocivo. Por supuesto que los medios pueden colaborar con campañas sociales, de cultura ciudadana y ese tipo de actividades, pero jamás pueden permitir que las metas de los gobernantes se conviertan en las suyas. Juntos, pero no revueltos. Cada uno en lo suyo.

Se les reprocha muchas veces también a los medios de comunicación esa cómoda distancia que parecen manejar frente a los problemas. “Es muy fácil criticar y no comprometerse en las soluciones”, es la queja que se escucha a menudo frente a su aparente arrogancia. Entonces los medios crean divisiones de responsabilidad social, organizan foros, se vuelven activistas de las buenas causas. Nada malo hay en ello, siempre y cuando esas actividades se circunscriban a un asunto empresarial, como cualquier otra empresa que desarrolla la responsabilidad social tan de moda en estos tiempos. Pero eso no es periodismo. Esa no es una función inherente a su oficio.

La otra gran crítica que se les hace a los medios es su poca profundidad, y peor aún, su incapacidad de anticiparse a los hechos y procesos, en su afán por ir de la mano de la coyuntura sin tomar distancia, y en la falsa creencia de que informar sobre la gobernabilidad es hacerlo sobre los gobernantes. Hace poco, Tom Plate, un profesor de UCLA y columnista ocasional de Los Angeles Times, señalaba que “si los medios de comunicación occidentales fueran verdaderamente honrados, aceptarían las críticas por no haber por no haber anticipado las noticias más significativas de nuestro tiempo: la caída del imperio soviético, la crisis financiera asiática, y por supuesto, el 11 de septiembre”. Y tiene toda la razón, los medios deben ser más proactivos que reactivos y, por ejemplo, frente a los procesos de cambio que vive hoy América Latina, tienen el reto inmenso de entenderlos, explicarlos y anticiparse a las posibles crisis que se avecinan. Sin embargo, se necesitan dos para el tango. Y aquí la responsabilidad, creo yo, cae mucho más en los ciudadanos usuarios de esos medios que en los medios mismos, tanto más en estos tiempos cuando la información disponible es más que abundante. Para que los periodistas seamos más proactivos, para que no lleguemos a cubrir el incendio cuando ya los bomberos están echando agua al edificio, los ciudadanos tienen que dejar de ser pasivos frente a lo que ofrecemos y desear, o exigir más bien, una información más elaborada y más reposada.

Llegado acá, no puedo evitar la cuña. En El Espectador hemos asumido ese reto de producir una información más elaborada, llena de opinión, en ese camino de contribuir a la gobernabilidad de este país moviendo ideas y debates. Todo esto en contra de lo que los principios del mercadeo aconsejaban, en un tiempo en el que, según ellos, el ciudadano no tiene voluntad de recibir una información más elaborada sino textos cortos, concretos, al grano, rápidos, ligeros, entretenidos. El resultado ha sido sorprendente para algunos gurús del mercadeo y muy esperanzador para quienes creímos que sí existía ese otro para el tango, pues en El Espectador ha logrado conformar en estos casi tres años una creciente masa crítica que se muestra feliz con el reto. Y, no me cabe duda, esa masa ha contribuido de manera significativa a la gobernabilidad de este país. Fin de la cuña.

A manera de síntesis, una simple obviedad: la mayor contribución a la gobernabilidad que puede ofrecer el periodismo es hacer buen periodismo, fiscalizar y mover las ideas con independencia y con pluralidad. En concreto en América Latina, frente a la debilidad institucional, a la desesperación ciudadana por solucionar los problemas de manera rápida y cortoplacista, a las amenazas totalitarias, el periodismo no puede perder el foco de esa función principal, para no dejarse encantar por cisnes pasajeros. Así a los gobernantes les fascine echarle la culpa a los medios de sus frustraciones.